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Dossier Última Dictadura Militar

¿Cuáles fueron las causas y consecuencias de la Última Dictadura Cívico Militar Argentina?

La última dictadura argentina, conocida como la "última dictadura cívico-militar" (1976-1983), fue un período oscuro en la historia de Argentina que estuvo marcado por violaciones masivas de derechos humanos y represión política. 

Contexto internacional: 

- Guerra Fría: Durante la Guerra Fría, el mundo estaba dividido en dos bloques liderados por Estados Unidos y la Unión Soviética. Argentina, al igual que otros países de América Latina, se vio influenciada por la lucha ideológica entre estas dos superpotencias. Estados Unidos tenía una larga historia de apoyo a regímenes militares en América Latina, en parte como respuesta a la preocupación por la expansión del comunismo en la región. Esto influyó en el comportamiento de las autoridades estadounidenses frente al golpe en Argentina.
- La crisis del petróleo de 1973: fue un evento que se desencadenó cuando los países árabes miembros de la OPEP impusieron un embargo petrolero a Occidente en respuesta al apoyo de estos países a Israel en la Guerra del Yom Kippur, lo que resultó en una escasez de petróleo y un aumento significativo en los precios del crudo. Esto tuvo graves consecuencias para los estados occidentales, incluyendo una inflación significativa, recesiones económicas, crisis energéticas y una mayor conciencia sobre la dependencia del petróleo extranjero, lo que llevó a políticas de conservación de energía y diversificación de fuentes de energía.
- La influencia de la Revolución cubana: los grupos revolucionarios argentinos se vieron muy influenciados por el ejemplo de la revolución, muchos cuadros viajaron a la isla, donde recibieron formación política y militar. Los cubanos apoyaron la instalación de distintos focos insurgentes en América Latina (el más conocido, en Bolivia, donde murió el Che). La revolución cubana fue muy atrayente porque era el ejemplo de una revolución triunfante.
- Creación del Plan Cóndor: Durante este período, varios regímenes militares de América Latina, incluida Argentina, establecieron la llamada Operación Cóndor, una red de cooperación entre servicios de inteligencia para perseguir y eliminar a opositores políticos en el extranjero. Esto permitió la coordinación de esfuerzos represivos a nivel regional.

Causas:

- Inestabilidad económica: El país enfrentaba una crisis económica y social que incluía inflación, desempleo, conflictos laborales y agitación política. Esta situación creó un clima de inestabilidad que contribuyó a la justificación del golpe militar como una forma de restaurar el orden.
- Radicalización política: Argentina había experimentado un período de creciente polarización política en la década de 1970, con una creciente violencia entre grupos guerrilleros de izquierda y organizaciones paramilitares de derecha. Esta violencia política exacerbó las tensiones en la sociedad y proporcionó un pretexto para el golpe militar.
- Intervención de las Fuerzas Armadas: Las Fuerzas Armadas de Argentina expresaron su "preocupación" por la agitación política y social y argumentaron que era necesario intervenir para "pacificar" el país y restablecer el orden.
- Apoyo de sectores empresariales: Sectores empresariales y ciertos grupos de la sociedad civil apoyaron la intervención militar como una forma de poner fin a la agitación y estabilizar la economía.

Consecuencias:

- Violaciones de derechos humanos: La dictadura militar en Argentina se caracterizó por graves violaciones de derechos humanos, que incluyeron detenciones ilegales, torturas, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales. Se estima que miles de personas fueron víctimas de estas atrocidades.
- Censura y represión de la libertad de expresión: Se impuso una fuerte censura a los medios de comunicación y a la libertad de expresión. Muchos periodistas y artistas fueron perseguidos y censurados.
- Desaparecidos: La dictadura militar dejó un legado doloroso de "desaparecidos", personas secuestradas por el gobierno y cuyo paradero aún se desconoce. Las Madres de Plaza de Mayo se convirtieron en un símbolo de la lucha por la verdad y la justicia.
- Transición a la democracia: La presión internacional y la resistencia interna llevaron a la caída de la dictadura en 1983. Argentina recuperó la democracia y comenzó un proceso de verdad y justicia para esclarecer los crímenes de la dictadura.
- Juicios y condenas: En años posteriores, se llevaron a cabo juicios contra los responsables de violaciones de derechos humanos durante la dictadura, lo que resultó en algunas condenas significativas.
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¿Qué es el terrorismo de Estado?

Se entiende por terrorismo de Estado a la utilización por parte del gobierno en funciones de prácticas ilegítimas e ilegales, violatorias de los Derechos Civiles y de los Humanos, mediante las cuales causar terror, miedo y sometimiento sobre la población civil. Para justificar este accionar, se alegan razones de seguridad de Estado. 

En otras palabras, se trata de un gobierno que emplea los recursos del Estado para ejercer violencia sobre su propia población. Dichas acciones violentas incluir las amenazas y represalias, el hostigamiento mediante las fuerzas de orden público, pero también el encarcelamiento, la desaparición forzosa o la tortura. 

El objetivo es imponer un orden o una ideología específica en la población, obligándola a la obediencia absoluta. Es clave en la definición del terrorismo de Estado este empleo criminal del aparato del Estado en contra de sus ciudadanos. Bajo ninguna circunstancia se encuentra justificado, ya que precisamente a las fuerzas del Orden Público se les reserva el monopolio de la violencia, pero siempre bajo la obligación de usarla conforme a las leyes.
¿Qué elementos tienen en común tienen todas las dictaduras?

- Concentración del poder: En una dictadura, el poder político se concentra en una persona o un pequeño grupo, como un líder autocrático, un partido único o una junta militar. Esta concentración de poder a menudo se ejerce de manera autoritaria y sin el debido control ni equilibrio de poderes.
- Falta de elecciones libres y justas: En una dictadura, las elecciones suelen ser manipuladas o controladas por el gobierno para mantener a los líderes en el poder. Puede haber un partido único o un sistema de partido dominante que no permite la competencia real y justa.
- Restricciones a las libertades civiles: Las dictaduras suelen restringir las libertades civiles y políticas, como la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad de reunión y la libertad de asociación. La represión de la oposición política y la crítica al gobierno es común.
- Violencia y represión: Las dictaduras a menudo recurren a la violencia y la represión para mantener el control. Esto puede incluir arrestos arbitrarios, torturas, ejecuciones extrajudiciales y la existencia de fuerzas de seguridad poderosas que actúan con impunidad.
- Falta de rendición de cuentas: En una dictadura, los líderes y funcionarios del gobierno rara vez son responsables por sus acciones ante el público o un poder judicial independiente. La impunidad es común, lo que significa que los abusos de derechos humanos suelen quedar sin castigo.
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Estudio de casos: los secuestros de la fábrica Ford

Carlos Gareis entró en la Ford en 1962. Fue delegado de su sector durante cuatro o cinco años hasta el año 1972. Carlos trabajaba en la Ford cuando la producción del estampado se hacía con estaño. Hasta ese momento, el procedimiento provocaba enfisema pulmonar porque no usaban máscaras y el estaño entraba por todos lados. Esa era la manera de hacerlo hasta que las cosas lograron ser mejoradas con los reclamos y la organización. 

Luego de dejar su mandato como delegado, continuó en el mismo sector. Dentro de la fábrica, él cumplía turno tarde/noche. Días después del golpe de 1976, el 12 de abril, fue secuestrado en su sector de trabajo por un grupo de militares. Ese día se le acercó un capataz y le dijo que tenía que ir a la oficina. Mientras se lo llevaban al quincho sus compañeros empezaron a canturrear y a pedirles a los militares que lo suelten. ¡“Sueltenlo! ¡Lárguenlo!”, decían. Pero estos le dijeron: "Acá tenés dos opciones: o les decís que sigan trabajando o sos hombre muerto".

El quincho de la planta de Pacheco funcionó como centro ilegal y transitorio de detención. Los secuestrados permanecieron ahí antes de ser derivados a otros lugares. Carlos estuvo desde las seis o siete de la tarde hasta cuando “clareaba”. Durante la noche le pegaron patadas le pusieron alambres y capucha. Al día siguiente, lo llevaron a la comisaría de Tigre, donde también lo golpearon. Ahí vio gente de otras fábricas de zona norte, como Astarsa y Terrabusi. Estuvo como 30 o 40 días incomunicado. Después lo llevaron a Devoto. Y después a la U9 de La Plata y lo largaron a mediados de 1977.

Una de las recurrencias en las causas sobre la complicidad de las empresas con la dictadura es el componente gremial de los secuestrados. Los secuestros en la Ford se produjeron por “oleadas”. Comenzaron el 24 de marzo y se extendieron durante unos dos meses. Se sabe, a la hora del golpe muchos eran integrantes de las comisiones internas de las plantas o estaban muy cerca de esas comisiones. La mayor parte eran comisiones combativas enfrentadas a la burocracia sindical. Para graficar esta complicidad, hay un dato escalofriante aportado por varios trabajadores de la época. Antes del golpe, los integrantes del Ejército comían en las instalaciones de la Ford. Llegaban con tickets de comedor provistos por la empresa como el resto de los empleados.

>> Recurso >> Archivo oral, reconstrucción y testimonios de la Causa Ford

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Estudio de casos: la familia Francese-Bettini

“Primero fue mi hijo, después mi marido y mi yerno. Luego mi madre.” Marta del Carmen Francese de Bettini relató ayer en la primera audiencia del año del juicio “para conocer la verdad” (es decir sin consecuencias penales) que sigue la Cámara federal de La Plata la historia de su familia, destruida por la última dictadura militar. Su hija Marta Mercedes y el abogado Angel Miretta Mendizábal completaron el relato, que aportó datos sobre varios aspectos del terrorismo de Estado: los entierros clandestinos, la complicidad de la jerarquía eclesiástica, los saqueos y los secuestros extorsivos.

La tragedia de la familia Bettini comenzó el 8 de noviembre de 1976, cuando fue secuestrado Marcelo, de 21 años. Su padre, Antonio, un reconocido abogado de La Plata que en esa época se desempeñaba como fiscal federal, consiguió entrar a la morgue policial. Allí no encontró a su hijo, pero vio varios cadáveres, cada uno tenía un cartel colgando del dedo gordo del pie con la fecha en que el cuerpo debía “aparecer” en algún lugar como “muerto en enfrentamiento”. Marta Mercedes, hermana de Marcelo, estaba casada con el teniente de fragata Jorge Devoto, quien preguntó a sus compañeros sobre el destino de su cuñado. Marta del Carmen, la madre del joven desaparecido, probó suerte con los miembros de la Iglesia, confiándose en la militancia católica de su familia.

A través de las gestiones de Devoto, los Bettini se enteraron de que Marcelo figuraba en un radiograma interno como muerto en un enfrentamiento. Antonio Bettini se entrevistó con el comisario Juan Pachelú, quien les informó que el cuerpo del joven figuraba como NN en una fosa del cementerio de La Plata. “Estaba enterrado con otros cadáveres, Jorge fue a reconocer el cuerpo y encontró también los restos de un amigo de mi hijo”, dijo Marta del Carmen frente al tribunal. El cuerpo de Marcelo fue enterrado en el panteón familiar. Alfredo Temperoni, chofer de los Bettini, fue secuestrado y estuvo detenido diez días en La Cacha. El 18 de marzo de 1977, en La Plata, mientras Bettini y Devoto trataban de averiguar qué había pasado con él, su auto fue interceptado por otro coche. A los gritos, varias personas se subieron al auto y los llevaron al Bosque de La Plata. Allí Bettini fue encapuchado y subido a otro coche. A Devoto lo dejaron en el lugar. Esa misma noche los militares allanaron y saquearon la casa de los Devoto, buscando al teniente de fragata, aunque unas horas antes lo habían tenido en su poder. Devoto todavía confiaba en su arma y estaba convencido de que el secuestro de su suegro había sido “un error”. Tres días después de la desaparición de Bettini fue al Edificio Libertad para hablar con sus superiores. “Llorando le pedí que no fuera, pero no hizo caso. Esa fue la última vez que lo vi”, relató su suegra. Devoto fue secuestrado durante su visita a la sede de la Armada.

Por testimonios de sobrevivientes –entre ellos el de Nelva Falcone, que ya declaró en este juicio, y el del chofer Temperoni, que fue detenido por segunda vez– los Bettini pudieron saber que Antonio estuvo secuestrado en La Cacha y que luego fue trasladado a la Escuela de Mecánica por pedido de la Marina. De Devoto no supieron nada aunque la Armada reconoció que lo tenía secuestrado, pues avisaron que iban a pedir un rescate. Pero no hubo novedades hasta 1997, cuando el ex marino Adolfo Scilingo habló de “los vuelos de la muerte”. Ante el juez español Baltasar Garzón, Scilingo declaró que los detenidos eran sedados antes de ser arrojados al mar pero que en el caso de Devoto lo tiraron consciente porque era considerado un traidor. La declaración del ex marino fue aportada por Marta Mercedes, quien además citó el testimonio del “arrepentido” Orestes Vaello ante la Conadep, en donde se detalla el accionar y la composición del grupo de tareas 3.2 que funcionaba en La Plata.

Marta del Carmen y sus dos hijos vivos (Marta Mercedes y Claudio) se fueron a Uruguay, pero temiendo por el accionar conjunto de las Fuerzas Armadas del Cono Sur viajaron a Brasil y finalmente se instalaron en Europa. La pesadilla no había terminado. El 3 de noviembre de 1977 secuestraron a María Mercedes Hourquebie de Francese, de 77 años, madre de Marta del Carmen. El general Ramón Camps justificó esta detención con el argumento de que esa señora “aportaba plata para la campaña de los montoneros en el exterior”. Algunos miembros de la misma familia habían hecho esta denuncia a los militares para, presumiblemente, quedarse con los bienes de los Bettini Francese.

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Estudio de casos: el caso Aurelia Tejerina de la Rosa

Aurelia Tejerina de la Rosa es sobreviviente de El Cilindro, el centro clandestino de detención que funcionó en el Batallón de Municiones 601 de Los Polvorines en tiempos del dictadura militar. Ella vive en Pablo Nogués, y testimonió ante la CONADEP hace más de quince años. Fue secuestrada una noche de fines de abril de 1978, quince días después que su marido, Jesús Lautaro de la Rosa, fuera llevado por un grupo de tareas para nunca más aparecer.

El 27 de julio de 1976 había sido secuestrado su cuñado Gerardo César de la Rosa, y el 29 de marzo de 1977 desapareció su hermano Juan Domingo Tejerina Colombres, quien vivía en Moreno y habría sido visto en la ESMA. Sus vecinos fueron testigos del secuestro por parte de militares y personas vestidas de civil, cuando fue sacada de su casa encapuchada, subida a una camioneta y perderse en la noche.

La noche del secuestro, Aurelia Tejerina fue subida a una camioneta y, según su testimonio en la CONADEP, recuerda perfectamente el recorrido, que le permite concluir que fue alojada en el Batallón de Municiones. Ante la CONADEP, cuyos folios firma de puño y letra, describe las maniobras que realiza el rodado para llegar al lugar, que se encontraba a pocas cuadras de su casa. "Deduce que era la calle Salta por el ruido de una alcantarilla que siempre está con agua. Cruza las vías del ferrocarril Belgrano que inmediatamente dobla a la derecha. Después de un breve trayecto doblan a la derecha, cruzan por segunda vez la vía y siente una campanilla y la voz de una persona que dice "¡Alto!, ¿quién es?". La respuesta fue: "Capitán Griego o Gringo" (no recuerda). Escuchó ladridos de perros (esto se ve desde el tren). Sigue un trayecto corto y la bajan.

Camina unos pasos, pasa por una puerta corrediza (que ve desde adentro) color marrón, baja unos cuatro escalones y la depositan en el piso, sobre una colchoneta. Ante la misma comisión describió el lugar. "Cuando no sintió más ruidos de botas se levantó la capucha y vio un recinto muy grande, con techo de chapa a dos aguas, con un cilindro de hierro de 0,80 centímetros de altura, del cual salían cadenas, en forma radiada. La longitud de cada cadena no pudo observarlas, pero pudo ver hasta 10 metros. En dichas cadenas se encontraban engrillada una persona cada metro, en dos sentidos". Luego de estar varias horas confirmó su conclusión desde el baño del lugar donde estaba detenida, que se encontraba fuera del recinto antes descrito. "Desde allí pudo ver a través de unos ventanales la ruta 197, donde vio pasar el colectivo 365, el F.C. Belgrano, una cancha de fútbol con conscriptos jugando, una laguna, galpones, colectivo verde".

Al describir la situación que se vivía en el centro clandestino de detención recordó que ella se encontraba sobre una colchoneta color verde, desde donde sentía gritos de terror. "Cuando la llevaron a declarar le sacaron las vendas de los ojos y vio que había mucha gente encapuchada declarando en un pasillo largo y que había escritorios. Le preguntaron en qué trabajaba su esposo (había sido secuestrado); en qué andaba su hermano y le dijeron que no busque a su marido porque estaba muerto, que si no los delataba, la soltaban a la noche". Más adelante explica que "la llevaron adentro, y oía pedir socorro, llamen a un médico, agua, comida. Sentía pasos de botas, un golpe y se callaban las mujeres y hombres. Oía gritos de niños.

Cuando llegó la noche (23 o 23:30) se levantó la capucha y vio atemorizada cantidad de gente, "a los que a unos le faltaba el pie, otros los brazos, ojos morados, manos, en el piso había sangre; al lado suyo había una mujer embarazada de 22 o 23 años que la llevaron y no la trajeron. Atrás de sus espaldas había niños de 2 o 3 años que lloraban". Relató que fue sacada del lugar "esa misma noche, a las 2 o 3 de la mañana, sintió botas (tenía un número que cree era el 345), le pusieron un saco y la llevaron entre dos hombres hasta un coche color azul. La dieron varias vueltas, la dejaron en la ruta, en San Martín, en una zanja, que había unos tubos. Se sacó la cinta adhesiva que le cubría los ojos y vio el Falcon color azul que se alejaba". Ante la CONADEP, a mediados de los 80, explicó que "cambió de domicilio y nunca más fue molestada". En cuanto a su testimonio "es la primera vez que la realiza porque tenía miedo en su persona, por haber sido amenazada".

Actualmente la mujer vive en la misma casa de donde la secuestraron y recibe un sueldo del municipio de Malvinas Argentinas, a través de uno de los planes sociales de la Provincia. La llevaron a limpiar el batallón el año pasado, pero se puso a llorar y se descompuso al recordar su cautiverio. La Comisión de la Memoria, a través de funcionarios municipales, la entrevistó durante el mes de enero, pero hasta el momento nunca se dio a conocer públicamente su testimonio. Hubo profesores de la UNGS que conocían el caso e incluso se entrevistaron con la mujer, pero nunca lo dieron a conocer al público ni propusieron de manera firme evitar la destrucción de las posibles pruebas que aún se conservaban en el batallón hasta la semana pasada. No se descarta que existan otros testimonios, entre ellos el que figura en el informe "Nunca Más", donde una persona reconoce el lugar pues encuentra una frase que había escrito mientras estuvo allí y que decía : "Dios mío ayúdame".
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Carta abierta de un escritor a la Junta Militar

El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron.

Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo legitimarse en los hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de 1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significado posible de ese "ser nacional" que ustedes invocan tan a menudo.

Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina.

Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror. […] Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio.

Más de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados negativamente este último año. En otros miles de casos de desaparición el recurso ni siquiera se ha presentado porque se conoce de antemano su inutilidad o porque no se encuentra abogado que ose presentarlo después que los cincuenta o sesenta que lo hacían fueron a su turno secuestrados. De este modo han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez en diez días según manda una ley que fue respetada aun en las cumbres represivas de anteriores dictaduras. [...] A la luz de estos episodios cobra su significado final la definición de la guerra pronunciada por uno de sus jefes: "La lucha que libramos no reconoce límites morales ni naturales, se realiza más allá del bien y del mal".

Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.

En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar 11, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales.

Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y comisiones internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9%12 prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era industrial, y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificados de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos aparecieron muertos, y en otros no aparecieron. [...] Frente al conjunto de esos hechos cabe preguntarse quiénes son los apátridas de los comunicados oficiales, dónde están los mercenarios al servicio de intereses foráneos, cuál es la ideología que amenaza al ser nacional.

Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aun si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas.

Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.

Rodolfo Walsh. - C.I. 2845022
Buenos Aires, 24 de marzo de 1977






















Dossier Sociología de la Inseguridad

¿Qué es la inseguridad?

El diccionario de la Real Academia Española (RAE) define a la inseguridad como la falta de seguridad. Este concepto, que deriva del latín securĭtas, hace referencia a aquello que está exento de peligro, daño o riesgo, o que es cierto, firme e indubitable.

Más exactamente podemos determinar que este vocablo, partiendo de su origen etimológico latino, está conformado por la unión de varias partes: el prefijo –in que es equivalente a negación, el vocablo se que puede traducirse como “separar”, curus que es sinónimo de “cuidado” y finalmente el sufijo –dad que equivale a “cualidad”.

Por lo tanto, la inseguridad implica la existencia de un peligro o de un riesgo o refleja una cierta duda sobre un asunto determinado (“Trabajar con esta máquina me da inseguridad, no se cómo funciona”).

Así como existen distintos tipos de seguridad (seguridad alimentaria, seguridad jurídica, etc.), el término inseguridad puede tener diversos usos. Uno de ellos es el aplicado a la seguridad cotidiana o ciudadana, que refiere a la posibilidad de sufrir un delito en la vía pública. 

En un grupo social, la inseguridad es a menudo producto del incremento en la tasa de delitos y crímenes, y/o del malestar, la desconfianza y violencia generados por la fragmentación de la sociedad. El delito es lisa y llanamente la violación de la ley vigente en un estado de derecho y que puede manifestarse de diversas maneras, aunque, en todas ellas se encuentra muy presente la violencia.

El robo a mano armada, el secuestro, la violación, son algunos de los delitos más habituales a los que los seres humanos nos podemos enfrentar y que claro, exacerban nuestra sensación de inseguridad, es decir, están estrechamente vinculados a la experimentación de inseguridad. Cuando en una sociedad proliferan los casos de ataques sexuales, de robos, entre otros, existirá entre los habitantes un estado de alerta constante y por supuesto mucho miedo.

Por el contrario, podría definirse a la seguridad como el estado de calma, defensa y protección en una sociedad o en un conjunto de ciudadanos que, en consecuencia, conduce a una sensación de bienestar común. A su vez, el concepto de seguridad ciudadana también puede referirse a las prácticas de protección y defensa de la ciudadanía por parte del Estado o el gobierno, en pos de transformar un escenario inseguro o violento en uno socialmente armónico.

https://definicion.de/inseguridad/
https://www.definicionabc.com/social/inseguridad.php

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Sociología del miedo

La inseguridad. La sensación de inseguridad. Las distintas inseguridades y las distintas sensaciones de inseguridad. El pasado y el presente. A qué le tienen miedo los argentinos. A qué le tienen miedo los distintos argentinos. El sociólogo Gabriel Kessler es un referente ineludible a la hora de analizar las narrativas del temor. Aquí, su visión aguda y desprejuiciada sobre un tema que llegó a la agenda política, dice, cuando el miedo entró en los sectores altos.

Por Cristian Alarcón

–¿Cómo historiar el miedo en la Argentina?
–Si uno parte de las percepciones que tiene la gente, la temporalidad de hoy es muy corta. O sea, las personas de distintas clases y grupos perciben que la inseguridad empezó hace como máximo una década. Lo interesante es que si uno mira encuestas que hay desde el comienzo de la democracia, desde el ’85 mostraban que el 50 por ciento de las personas temía ser asaltado en la calle. En el ’87 la violencia callejera ya aparece como una preocupación muy fuerte y hay una crítica a la política de Alfonsín contra los delitos. Es decir, en los primeros años de la democracia, cuando la imagen de hoy es que ésa fue una “época dorada” de la seguridad, ya aparece un temor al delito fuerte.

–¿La memoria del inseguro es corta?
–Creo que distintos temas tienen temporalidades distintas. Si uno compara con la imagen mítica de la Argentina de clase media, la temporalidad es más alta: se remite a los ’50 o ’60. El sentimiento de seguridad siempre es retrospectivo; se va reconstruyendo. Cada época tiene nostalgias de la situación anterior. Lila Caimari cuenta que en los años ’30, cuando empiezan a aparecer los autos y las armas de asalto, la tecnología, se tenía cierta nostalgia de épocas más seguras

–¿Qué cambia en las últimas dos décadas?
–Los dos cambios fuertes son quién tiene miedo y a qué se tiene miedo. Lo central, si uno compara mediados de los ’80 y comienzos de los ’90, el cambio es que los hombres de clase media y media-alta comienzan a tener miedo. Hasta fines de los ’80, quienes más miedo tenían eran quienes vivían en los suburbios, las mujeres, los ancianos y los votantes de derecha, que en esa época era la UCeDé. No necesariamente añoraban la dictadura sino que se da un cruce de temor securitario e ideología de derecha, que es algo que veremos mucho después.

–¿Cómo fue calzando la percepción de la “inseguridad” con los discursos sobre la seguridad?
–El temor ingresa a la agenda pública a partir de que lo expresan los hombres de mayores recursos. Claro que también en la medida que aumenta el número de víctimas, que es un dato ineludible. Por otro lado el discurso de los medios también cambia: deja atrás la época de los “casos”. Desde mediados de los ’80, en crímenes como los de Giubileo, Brian o Mustafá, aparece la figura de la mujer victimizada, o la niña abusada, que tienen algún tipo de relación con la dictadura. En ellos de algún modo más subrepticio aparece una reminiscencia de la dictadura. En algunos porque aparece lo que se llamaba la “mano de obra desocupada”: caso Sivak, Sánchez Reise. Y el otro porque eran crímenes que tenían que ver con poderes que se habían legitimado durante la dictadura, como la malversación de fondos o tráfico de órganos.

–¿Por qué le parecen tan importantes esos casos policiales?
–Permanecen en la memoria colectiva. Es decir, hoy todavía cuando se habla de crímenes, no siempre el temor es a los pibes chorros. En el interior, en mujeres sobre todo de sectores populares, es miedo al poder. Miedo a “que te lleven y no te traigan”. Las mujeres desaparecidas de las redes de prostitución son un tema presente en la construcción del miedo. Pero en las ciudades donde hay poderes que se ven como más impunes, como difícilmente manejables, el temor es más fuerte. Esto complejiza la mirada más simple de la inseguridad ligada a la cuestión social.

–Usted analiza las narrativas del temor. ¿Existe una clasificación de esos relatos del miedo?
–Entre los más autoritarios hay, como explicaba, una que sería claramente un capítulo más de una lucha entre subversión y Nación. Pero otro muy temerario es el de la heterofobia: todo lo que es distinto a mí es peligroso. Ese discurso se encuentra en los sectores bajos y en sectores altos. En los sectores bajos, en la construcción de la alteridad con el vecino. Es peligroso porque tiene una moral distinta, porque es extranjero. Los llamo “los encerrados”, porque todo lo que es distinto al círculo íntimo es potencialmente peligroso. Algo similar se ve en los sectores altos, en el country, y en la Capital: desconfianza a la empleada doméstica porque no necesariamente me va a robar pero podría estar de acuerdo con alguien; desconfianza a los piqueteros, a los cartoneros. “Ahora hay gente que antes no existía”, dice una de mis entrevistadas. La degradación social genera nuevos sujetos que generan desconfianza: nuevos personajes en el espacio público que no estaban antes y que pueden bascular entre la legalidad y la ilegalidad, más a lo mejor por necesidad que por carácter. No se les adjudica a todos portación de armas, ni necesariamente un peligro. Para el temeroso no son quizás esencialmente riesgosos, pero hay un riesgo porque son la emergencia de un sujeto.

–¿Qué siente la mayoría?
–La mayoría de las narrativas están en un discurso securitario intermedio. Creo que algo central es que a veces las encuestas contribuyen a ver el temor como en una foto, como si el estado constante de una sociedad fuera el pánico. Que parte mayoritaria de la población diga que su primer problema es la inseguridad, o asegure sentirse insegura, no quiere decir que tengamos una población que viva en estado de pánico. A veces esa expresión tiene una intencionalidad política. Uno usa la encuesta para decir acá hay algo que no me gusta y quiero que esté en la agenda pública. El temor, como todo sentimiento, es oscilante, cambiante, tiene intensidades diversas, aparece, desaparece.

–¿Cómo se mide la inseguridad?
–Oficialmente sólo se mide en lo que se llaman las encuestas de victimización, que tienen una continuidad bastante irregular. Desde el 2003 en adelante se hizo una pero aún no están los datos. La pregunta estandarizada mundialmente es: “¿Cuán seguro o inseguro se siente usted en la calle?”. Lo que se le critica es que es muy inespecífica. Cuanto menos específica la pregunta, más riesgosa. La tendencia mundial es preguntar cada vez más puntualmente a qué se teme, porque la gente no teme al delito en sí; teme a la violación, o lo que pase a su hijo, o que le roben las cosas. Cuanto más alto es el error más imagen de sociedades aterrorizadas se construye.

–La radio habla de las “preocupaciones de la gente”.
–Es que también se mide lo que se llama “la preocupación”. Cuáles son los temas que le preocupan más. En general, temor y desempleo están siempre cabeza a cabeza primeros en la agenda pública. Luego se intenta medir “percepción de riesgo” y temor. Al trabajar en esas tres dimensiones se ve que muchos grupos son más fuertes en una de las tres. Por ejemplo, los varones de la clase media tienen mayor preocupación securitaria y menor percepción de riesgo. Los jóvenes también. Las personas con baja tasa de exposición, o sea que están poco en la calle, pueden tener mucha preocupación securitaria, mucho temor, y bajas probabilidades. Es necesario complejizar, porque si no las encuestas dan imágenes, en todo el mundo, muy altas. Evitar que esa imagen difusa se contamine de otras inseguridades que no tienen que ver con delito.

–¿A qué se le tiene más miedo?
–Hay temores compartidos y otros que están cruzados por clase, por sexo, y por edad. Sin lugar a dudas, lo que está detrás de todo es el temor al ataque físico. Y lo que aparece muy fuerte es el temor al ataque sexual. Hicimos trabajos en distintas ciudades para ver cómo la escala poblacional influía en el tipo de temor. Lo interesante es que a cada escala poblacional hay una cultura local de seguridad. Para decirlo de una manera general, en el Gran Buenos Aires hay temor sobre todo a que te maten, en Capital Federal al robo violento. En Córdoba a que entren a tu casa y a que no se traslade la “inseguridad” del Gran Buenos Aires a Córdoba. En ciudades pequeñas, el robo de la casa mientras no están en ella. Y en pueblos o ciudades muy pequeñas, el robo de las gallinas. Es decir cada escala poblacional tiene un techo en sus temores.

–¿Cada escala tiene conciencia del miedo de los otros?
–El miedo es, como todo sentimiento, esencialmente comparativo. Se compara con lo que había antes y con lo que debiera ser. Es decir, parte del temor en Buenos Aires es por la asociación de que antes esto era más seguro. Además existe un efecto comparativo espacial. En las ciudades pequeñas hay una clara sensación de que acá no es tan terrible como en otros lados. En un pueblo pequeño habían ido a la cabecera del partido, al foro de seguridad. Volvieron diciendo “esto es el paraíso, nosotros nos ponemos mal por el robo de una gallina y a ellos les secuestran y matan a los hijos”.

–¿Cómo se percibe a Buenos Aires?
–Se percibe un área metropolitana sumamente violenta sobre todo por los canales de televisión. Y el temor de que ese delito vaya yéndose hacia el interior, porque los corre la policía, porque “acá la gente está menos avispada”, porque “allá cada vez va a haber menos oportunidades”. La hipótesis del “contagio” es muy fuerte. A mí me parece que eso como hipótesis tiene un riesgo muy fuerte de heterofobia, de un temor a todo lo desconocido. Parte del reaseguro de las ciudades más chicas es que “acá nos conocemos todos”.

–¿Qué factores propios del territorio influyen en la construcción del miedo?
–Es interesante cómo se generan los temores locales en distintos barrios, en distintas ciudades. A lo que se le teme en determinado momento está influido por un hecho local. En el GBA siempre hay un homicidio, una violación, algo que es contado, analizado, dicho. Es territorial en el sentido de que la víctima es del territorio. Luego aparecen las hipótesis: que si vino de afuera o vino de otro lado; en qué andaba, si fue una ajuste de cuentas, si fue una víctima inocente. Ese hecho tiene una impronta local fuerte que se articula con la agenda nacional. Hice trabajo de campo en el momento de los secuestros, y aun entre gente muy pobre el temor al secuestro estaba ahí flotando. La agenda de seguridad se construye de acuerdo con algunos hechos locales y a aquello que los medios pongan como el delito en la ola de inseguridad. Si no, el mayor temor debería ser la muerte en accidentes de tránsito, que comienza a estar en la agenda, pero durante años fue considerada una catástrofe natural.

–¿La agenda de la seguridad está cambiando?
–Comienza a haber en ciertos sectores de la sociedad una conciencia de que vivimos con una agenda de seguridad muy estrecha, muy centrada en el microdelito urbano y con un claro corte de clase –joven, varón, morocho, de sectores marginalizados–. En muchos sectores aparece la inseguridad frente al transporte, los patovicas, la policía, el medio ambiente. Hay otros registros de la “inseguridad” a partir de la tragedia de Cromañón, la corrupción policial y la inseguridad vial. Falta entrar algunos temas fundamentales como delito de cuello blanco, fraude, corrupción, pero por lo menos se va corriendo la agenda del microdelito urbano y la cuestión social. Y si uno tiene una mirada hacia el interior, allí el temor al poder también forma parte de la agenda de seguridad.

–¿Cómo son las regulaciones que se plantean en los sectores populares?
–Percibo nuevas formas de regulación local frente a lo que se había visto en algún momento como la emergencia del delito interno: que el vecino te robe. Eso generaba sentimientos encontrados. Es el hijo del vecino. Es alguien que conocés desde chico, que podría ser tu hijo. Cómo hacer la regulación cara a cara era algo muy fuerte. Si lo tengo que volver a ver, qué hago. Y luego, cómo hacer estrategias de seducción y de evitamiento con aquel que fue tu victimario el día anterior. Se generaban una serie de movimientos locales, pequeñas estrategias. En algunos casos los barrios encontraron formas de regulación local del temor interno. Desde formas más concertadas de acuerdos con los chicos, hasta formas más represivas con la ayuda de la policía o con justicieros locales, e ilegales, pero me da la impresión de que la idea es que ya no es un problema nuevo. En muchos casos la gente dice que está mejor que hace cinco años, o porque los echaron, o porque acordaron, o porque los metieron presos o porque murieron. Hubo distintas estrategias, regulaciones del espacio y el tiempo: por la derecha es seguro, salir por la izquierda no tanto; entrar a las ocho es seguro, pasada las ocho y media ya es inseguro. Hay una regulación mayor que da la supuesta sensación de seguridad que no es tal. Lo significativo es la ausencia del Estado en su versión democrática.

–Los sectores populares logran tener menos miedo.
–Una de las cosas novedosas es que aun en los sectores bajos hay una desidentificación del delincuente, algo que ha analizado Rossana Reguillo. Trabajando con comerciantes en barrios populares aparece la idea de que cualquiera puede robarte. Ya no es solamente la imagen estereotipada de que el chico de gorrita va a robar.

–¿Eso es bueno o malo?
–Contribuye por un lado a aumentar la inquietud frente a lo desconocido pero al mismo tiempo uno puede pensar que lo positivo es que reduce el estigma con algunas figuras. Se empieza a ver algo que los medios ayudan a construir de manera errónea, que es que la estética del pibe chorro es una estética de los jóvenes de sectores populares que no tiene nada que ver con el delito en sí mismo. Aumenta la inquietud pero ecualiza determinados prejuicios.

–Usted fue el primero que habló del amateurismo en el delito juvenil. ¿Esto sigue así?
–Hay una heterogeneidad del delito. Hay pibes chorros que ya no son part-time, hay algunos que van y vuelven, otros que entraron en la carrera delictiva. Hay distintos grados de relación con lo ilegal. En el mismo delito juvenil hay una heterogeneidad de figuras que es propia de una época y de un aumento del delito. De la experiencia, de distintos vínculos con el poder y con la policía, con el mercado de trabajo. Todavía no tenemos del todo claro en la Argentina las distintas formas heterogéneas que tiene el delito.

–¿Qué pasa con “jerarquías” delictivas?
–Lo más importante para tener en cuenta en las políticas es poder sacarse de encima la idea del delito juvenil como indicador del delito en total. Hay investigaciones muy rigurosas que se hicieron sobre los jóvenes que muestran que cometer un delito en la juventud de ningún modo implica cometerlo en la adultez. Por eso la idea de la “carrera” de delincuente está totalmente cuestionada. Y eso ya obliga a cambiar las políticas. Eso obliga a trabajar fuerte antes de la judicialización. Porque si cometer un delito no obliga a ser delincuente toda la vida, entrar a los vericuetos de los circuitos de internación consolida: hace la profecía autorrealizada.

–¿Cómo ve la comunidad al que delinque?
–Hay una cosa a favor que es la baja estigmatización que tiene el delito en las comunidades, que yo llamo lógica de provisiones. La posibilidad de alternar actividades legales e ilegales, la lógica de provisión, es aceptada, no segregada. Es aceptada aunque no deseada, por grupos de pares. Eso tiene algo positivo y es que permite más fácilmente estrategias comunitarias de integración

–¿Se diferencia entre quienes manejan la violencia y quienes no?
–Aparecen distintas figuras. Una de ellas son los “pibes grandes”. Son aquellos que uno podría decir que están quizás entre acciones legales e ilegales, en la treintena, y la ventaja que se ve en ellos es que ya saben dosificar la violencia. No son los históricos.

–¿Por sobre ellos quiénes están?
–La gente grande, o gente respetable. Gente del delito profesionalizado. Por encima los dinosaurios. Y por debajo los pibes chicos y los atrevidos. Estos últimos están muy cercanos, son los que pueden hacer cualquier cosa, no saben dosificar la violencia, muy parecidos a los “cachivaches” y los “mamarrachos”. Pero hay una zona intermedia de gente que aprendió, que sobrevivió y que aprendió a dosificar la violencia.

–Cuya virtud sería saber regular la violencia...
–Mantener el barrio en paz, tener algún control sobre los de abajo. Y tener algún tipo de injerencia en la vida comunitaria local.

–¿Qué pasa en esos lugares con quienes no han aprendido estas regulaciones?
–Me parece que una de las cuestiones interesantes es el peligro de estar aislado. En algunos lugares complicados estás protegido cuando tenés una cantidad más o menos respetable de vínculos que hacen que seas conocido, puedas negociar, recuperar lo robado, no vuelvas a ser victimizado. Que tengas algún tipo de “respeto” o “conocimiento”. En algunos lugares, quienes no tienen respeto o conocimiento como estrategia encierran a los hijos. Conocí chicos que ya habían llegado a la adolescencia o la primera adultez que tienen contados los días que habían salido a la calle. En ellos, más allá de los traumas que implica no salir, producía una nueva vulnerabilización. No ser visto como parte de las tramas locales, ser visto como un extraño en el mismo lugar donde se vive, o como alguien que desprecia los sectores locales, vulnerabiliza más.

https://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-84939-2007-05-14.html

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El camino equivocado

Según los registros del Centro de Admisión y Derivación de Adolescentes en Conflicto con la Ley Penal porteño, la mayoría de los ingresos es por delitos contra la propiedad sin armas. De ese total, casi la mitad son robos que no llegan a producirse. En 2016 ingresaron seis adolescentes por homicidio doloso. Solo uno tiene menos de 16: el acusado del crimen de Brian Aguinaco.

Por Mariana Carbajal

Si el Gobierno busca resolver el problema de la inseguridad con la baja de la edad de imputabilidad de las personas menores de edad, equivoca el camino. Las estadísticas oficiales muestran que los delitos graves en los que están involucrados son pocos, de acuerdo con los registros del Centro de Admisión y Derivación de Adolescentes en Conflicto con la Ley Penal de la Ciudad de Buenos Aires (CAD). La mayoría de los ingresos (53,5 por ciento) es por delitos contra la propiedad sin armas y de ese total, casi la mitad (44,6 por ciento) es robo en grado de tentativa, es decir, no llega a producirse. “Sin quitarle importancia al tema de los chicos en conflicto con la ley penal, no se puede ignorar que la mayoría de los ingresos son por delitos menores. La relación entre delitos cometidos por personas menores de edad con los adultos es absolutamente asimétrica. La baja de la edad de imputabilidad más allá de que jurídicamente es inconstitucional y va en contra del principio de no regresividad de los derechos humanos, es absolutamente irrelevante a los fines que supuestamente persiguen. Por otro lado, está probado en el mundo que ni el endurecimiento de las penas ni la penalización a edades cada vez más tempranas haya tenido ese resultado”, advirtió a PáginaI12 la abogada Marisa Graham, profesora de Derecho de la UBA y ex subsecretaria de Derechos para la Niñez, Adolescencia y Familia, durante el kirchnerismo.

Imputabilidad. El Centro de Admisión y Derivación se creó durante la gestión anterior para evitar que los chicos fueran a comisarías, donde convivían con adultos. En 2016 ingresaron al CAD, seis adolescentes por homicidio doloso, Los delitos por los cuales los pibes son aprehendidos por las fuerzas de seguridad son prima facie la carátula que le llega al CAD. De ellos, dos tienen 16 años, tres 17, y uno, 15 años, que es chico detenido en Chile por el crimen de Brian Aguinaco, en el barrio de Flores. De los seis, solo uno no es imputable, por su edad.

Penalización. Las estadísticas del CAD de 2015 muestran que solo el 6,1 por ciento de los egresos corresponde a delitos contra la propiedad con armas. Pero las armas no siempre son de fuego. De ese total, que involucra a 185 delitos, casi 6 de cada 10 fueron punibles. Casi el 93 por ciento correspondió a varones. Si se miran los cuatro delitos más frecuentes, robo a mano armada (112 hechos), tentativa de robo a mano armada (57), robo a mano armada de vehículo (6) y robo a mano armada poblado en banda (3), fueron penalizados el 64 por ciento de los delitos. El resto, se resolvió con el egreso para volver con su familia.

Mitos. Los datos, que nunca se habían difundido hasta ahora, son parte de un informe elaborado por la gestión anterior para desterrar mitos y falsas creencias sobre la delincuencia juvenil, explicó Graham. Si se toma la totalidad de los delitos registrados en el CAD en 2015, que ascendieron a 3033 hechos y tienen que ver con 2539 causas penales, se observa que el 53,5 por ciento, corresponde a delitos contra la propiedad sin armas (1623). Le siguen los delitos contra el Estado y el orden público, con el 17,9 por ciento de los hechos (de los cuales casi la mitad de las aprehensiones –46,8 por ciento– se consignaron como atentado y resistencia a la autoridad; y 40,9 por ciento, por infracción a la ley de Estupefacientes, es decir, mayormente casos de adolescentes fumando un porro; y en tercer lugar, por tenencia de armas, en 7,6 por ciento de los hechos). A continuación, se ubican los delitos contra las personas sin armas (13,5 por ciento); otros delitos (7,8 por ciento); delitos contra la propiedad con armas (6,1 por ciento); delitos graves contra las personas (0,9 por ciento) y delitos contra la integridad sexual (0,2 por ciento). Sumando los primeros cuatro tipos de delitos, se llega al 95,7 por ciento de los ingresos en 2015 al CAD. Ninguno de ellos son delitos graves.
Graves. Los delitos graves contra las personas fueron: 8 presuntos homicidios, 4 secuestros extorsivos y 10 privaciones de libertad. Hay que tener en cuenta que la estadística se refiere a delitos y no a cantidad de chicos en conflicto con la ley penal. En general, un adolescente puede ingresar con más de un delito que se le adjudica. Luego la justicia determinará si es o no culpable. Los delitos más graves, contra la integridad sexual, en todo 2015, fueron 7, el 0,2 de los delitos ingresados en los registros del CAD.

No punibles. En relación a menores de edad en conflicto con la ley penal no punibles, a lo largo de 2015, hubo una averiguación de homicidio, 6 privaciones ilegítimas de la libertad y 1 secuestro extorsivo.

Eslabón. “Es evidente que para los medios de comunicación hegemónicos y en general para la opinión pública muy manijeada por esos medios, le resulta mucho más perturbador escuchar que un pibe o una chica cometieron un delito a que lo haya cometido un adulto. Eso también tiene que ver con una sociedad patriarcal y autoritaria. Definitivamente el tema de los niveles de seguridad, que no es un tema menor para nuestra sociedad, no está determinado por la supuesta delincuencia juvenil. Los números lo demuestran con contundencia. Pero sucede que la cadena siempre se corta por el eslabón más débil”, observó Graham.

https://www.pagina12.com.ar/12687-el-camino-equivocado

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Delito y felicidad

Por Esteban Rodríguez Alzueta*

En una canción de Intoxicados, Pity Álvarez nos cuenta una escena recurrente y la rodea con estas palabras previsibles y enigmáticas a la vez, que escandalizan y maravillan: “Hola señor kioskero, vengo en busca de su dinero, ponga las manos arriba y présteme mucha atención: mi familia no tiene trabajo y yo trabajar no quiero, por eso ponga el dinero en esta bolsa por favor.”

Suele escucharse que la desigualdad es uno de los factores que deberíamos tener presente a la hora de comprender los delitos callejeros y predatorios en la gran ciudad. Una hipótesis que, en los últimos años, fue matizada por algunos investigadores. Para estos investigadores, no serían tanto las grandes desigualdades sociales lo que deberíamos mirar sino las pequeñas desigualdades sociales. En otras palabras, el problema no es la rabia sino, sobre todo la envidia.

La rabia y las grandes desigualdades sociales

La incorporación de la desigualdad social fue una tesis importante para complejizar la mirada economicista que se tenía en los ’90 a la hora de comprender los delitos callejeros que se cargaban a la cuenta de pobreza o las carencias económicas en general. De hecho, en aquel tiempo, había tres variables que iban juntas: el encarcelamiento, el delito callejero y la desocupación. ¿Por qué hay cada vez más gente encerrada? Porque se cometen más delitos. ¿Por qué aumentan los delitos comunes? Porque aumentó la desocupación. Es decir, las interpretaciones economicistas, en principio, servían para explicar lo que estaba sucediendo en determinados sectores sociales. Digo “en principio”, y entre comillas, porque se trataba de una interpretación que no ayudaba a comprender lo que estaba pasando en esa misma década, en provincias como Chaco, Formosa, o Salta, donde no solo la población carcelaria no había aumentado exponencialmente, sino que tampoco el delito guardaba proporción con la desocupación que era, dicho sea de paso, muy mayor y la marginalidad resultaba ser más extrema. De modo que no podía cargarse el delito a la cuenta de las necesidades insatisfechas, porque de ser así, en aquellas provincias deberían haberse cometido más delitos.

Por eso, aparecieron algunos criminólogos como Mariano Ciafardini que, haciéndose eco de la nueva criminología anglosajona, empezaron a decir que el problema no era tanto la pobreza sino la desigualdad social, esto es, los contrastes sociales abruptos que existen en determinados conglomerados urbanos. Es decir: lo que hay que mirar no son las condiciones objetivas sino las condiciones subjetivas, el problema no es la pobreza sino sobre todo cómo se vive esa pobreza. Son interpretaciones tributarias de las lecturas de Gramsci, Althusser y E.P: Thompson, que no estaban negando la pobreza sino complejizando la mirada sobre el delito, sugiriendo que había que leer la pobreza al lado de la desigualdad social.   

Para ponerlo con un ejemplo: si en frente de mi villa hay un countrie, si yo vivo en un chaperío de dos por dos y en frente de mi casa hay una mansión, si yo me muevo a pata o en bicicleta y el vecino se desplaza en un BMW, es muy probable que mi pobreza la experimente como algo injusto, con indignación. Por el contrario, en Chaco, al lado de mi rancho hay otro rancho, y al lado otro y así. Es decir, el problema es la brecha social, la desigualdad en determinados ámbitos urbanos aceleradamente segregados y deteriorados.

Una desigualdad que será tramitada con rabia. Recordemos lo que decía Hannah Arendt: rabia es el sentimiento que tenemos cuando las cosas podrían ser de otra manera y sin embargo no lo son. La rabia es la manera de expresar la indignación que sienten esos sectores, una indignación, dicho sea de paso, que puede asumir dos grandes formas diferentes: la protesta social o el delito callejero. 

Ahora bien, esto que sirve para explicar lo que sucedió en los ‘90 y la primera década del este siglo, en torno a la crisis del 2001, ya no sirve para entender lo que está pasando ahora desde, por lo menos, hace una década.

La envidia y las pequeñas desigualdades sociales

Hace unos años, Fracois Dubet publico La época de las pasiones tristes, un libro que tiene un subtítulo que sugiere otra pista para entender la expansión de los delitos callejeros y predatorios: De cómo este mundo desigual lleva a la frustración y el resentimiento, y desalienta la lucha por una sociedad mejor. ¿Qué nos dice Dubet? Que se ha transformado el régimen de las desigualdades; que las desigualdades se han multiplicado, diversificado y se individualizan, y que todo ello transforma profundamente las vivencias que tenemos de las desigualdades. En otras palabras: lo que hay que mirar no son las grandes desigualdades sociales sino las pequeñas desigualdades, el problema no son las desigualdades de patrimonio sino las llamadas desigualdades de ingreso.

Me explico: Uno no se compara con el que está lejos sino con el que está cerca, uno no se compara con el que vive en frente sino con el compañero de banco de la escuela, con el que vive al lado de nuestra casa, con los amigos que se juntan todos los días en la misma esquina. Ya no se miran las desigualdades sociales desde el punto de vista de la clase (una clase encuadrada en un sindicato o partido), sino desde el punto de vista de los individuos, ya no se mira la vida con conciencia de clase (intereses comunes) sino con las frustraciones personales (intereses individuales).   

Ya hace unos años, el sociólogo argentino, Gabriel Kessler, en un artículo muy interesante que se llama “Ilegalismos en tres tiempos”, publicado en 2014, donde revisa algunas de las tesis formuladas en su libro de 2004, Sociología del delito amateur, nos advertía que debíamos empezar a mirar el consumo, el auge del consumismo, las contradicciones que generaba el “consumo para todos”: porque el consumo no genera conciencia social sino más ganas de seguir consumiendo. El consumo puso a los jóvenes cercanos entre sí a compararse constantemente, y eso puede generar envidia, resentimiento, y puede empujar a los jóvenes hacia experiencias violentas. Por eso se preguntaba Kessler: ¿Cuánto del delito amateur hoy día está vinculado a la envidia? Es decir, la envidia o el placer vinculado al consumo, la renovación de la promesa del consumo, está reconfigurando la privación relativa.

Trabajo o consumo

El mercado ha reemplazado el lugar que tuvo el Estado alguna vez, la vida se fue mercantilizando. Con el desmantelamiento del Estado Social ese lugar lo fue ocupando paulatinamente el mercado y un aparato publicitario capaz de encantar a cualquier mercancía. Como escribieron Ignacio Lewkowicz (Pensar sin estado), Silvia Duschatzky y Cristina Corea (Chicos en banda): Hoy día el mercado constituye la meta-institución dadora de sentido y forjadora de lazo social. El mercado es un fenómeno social y moral a la vez. Las mercancías son capaces de crear comunidad (lazos sociales), pero también aportar identidad (pertenencia social). En el centro de la comunidad ya no se encuentra la escuela, la industria y sus sindicatos, es decir, ya no está la cultura del trabajo. El trabajo –agrega Richard Sennett– se ha ido corroyendo, no es la experiencia que nos permite proyectarnos, que abre un horizonte de vivencias mejores.

Hay muchos jóvenes que nunca vieron a sus padres y abuelos o a los padres y abuelos de sus amigos, trabajar, es decir, con un empleo estable que les permita proyectarse. La desocupación y el trabajo precario son experiencias crónicas. Más aún, para muchos jóvenes el trabajo es una experiencia llena de frustración y broncas. Crecieron viendo a sus padres que no dan pie con bola, que se la pasan changueando y van para atrás, los ven cada vez más agobiados y cansados, que el trabajo es fuente constante de peleas interminables al interior de la familia.

Hablamos, además, de jóvenes que pendulan entre la desocupación, la ayuda social y el trabajo precario, es decir, entre el ocio forzado y la sobreocupación. Jóvenes que encuentran en la experiencia del consumo la oportunidad que ya no encuentran en el mundo del trabajo, de agregarle una cuota de felicidad y distracción a sus vidas estalladas. Y eso no significa que no busquen trabajo, pero el trabajo ya no es algo que los identifica, no es una experiencia alrededor del cual organizar un proyecto vital.

Como dijo Paul Willis, lo que estructura y encuadra la vida de estos jóvenes no es el trabajo sino el consumo. Jóvenes que no se sienten “trabajadores” pero se sienten consumidores. Dice Willis: “Aunque ahora son desocupados y pobres, no se ven a ellos mismos como trabajadores votando por un partido de trabajadores, sino como consumidores votando a los conservadores.”

No hay que perder de vista que en el centro de esta sociedad neoliberal están las mercancías con su capacidad de transformar la vida en otra cosa, de dotarla de energía moral y aportar dosis efímeras de felicidad, pero felicidad al fin. Las mercancías son cosas deseadas, fantaseadas, son objetos morales. Las mercancías son una suerte de “cajita feliz”, llena de promesas, cosas divinas, que pueden alegrarnos el día y hacernos olvidar montones de cosas, al menos mientras dure el derroche.

Entonces su identidad se sitúa en el centro de la cultura del consumo, un consumo que se organiza alrededor de otras dos ideas complementarias: el rechazo al trabajo (el desencantamiento del mundo del trabajo) y la fetichización del ocio y el gasto inútil (encantamiento del mundo del ocio).

Lo voy a decir con otro ejemplo: Si estos jóvenes viven a la escuela como una experiencia violenta será porque le habla de un mundo que no es el que les toca, que no tiene ganas de entenderlos. Cuando mí maestra me desaprobaba, me decía “esforzate que vas a llegar”. Era una lección que podía chequear en mi casa, yo veía a mi padre y mi madre esforzarse, y veía que esos esfuerzos eran recompensados, que con el tiempo empezábamos a irnos de vacaciones a Mar del Plata, que nos empilchábamos mejor. Pero hoy estos jóvenes ven que sus padres van para para atrás. Entonces, cuando un maestro les dice a estos jóvenes “esforzate que vas a llegar” es una lección que no pueden corroborar en su trayectoria familiar, y se sienten ofendidos, ven que la escuela los está dejando solos, porque les está hablando de un mundo que para ellos no existe. Para decirlo otra vez con Willis: “el Estado se está convirtiendo en enemigo, no en amigo, porque no está respondiendo a las cuestiones que todos los jóvenes viven o experimentan.”  

Pero cuidado, el rechazo al trabajo no es patrimonio de estos jóvenes: también las elites y las clases medias rechazan cada vez más el mundo vinculado al trabajo para valorizar cada vez más la cultura del ocio, la aventura o la diversión. Vaya por caso el auge de la industria del turismo y el espectáculo (viajes por el mundo, mundo Netflix; las escapadas durante el fin de semana largo, recitales y festivales o mundo Lollapalooza). Solo que, en aquellos jóvenes, el rechazo al trabajo se tramita de otra manera, con otras prácticas, otros rituales.

Quiero decir: Estos grupos juveniles son “subculturales” no por tener otros valores sino por tener diferentes rituales, por tramitar los valores con prácticas enmarcadas en otros rituales. No está de más tampoco recordarnos que el consumo nunca es pasivo, que los jóvenes no son un maniquí que se viste con la moda de turno. El consumo es un campo de batalla por definir la cultura. Las subculturas juveniles son la expresión de esas disputas siempre abiertas, que siempre se pueden dar. Tener una relación con las cosas significa soñar con ellas, cambiar las relaciones sociales. Las relaciones sociales nunca están desnudas, siempre están mediadas por cosas encantadas, de modo que vestir de determinada manera, usar una visera o determinadas zapatillas, modifica las relaciones.

Ya sabemos que la mercancía no se define por su utilidad sino por lo que representa en el universo donde se mueven los pibes, por las promesas que nos hacen. La mercancía es una promesa de felicidad instantánea, puro presente, a la altura del mundo efímero donde vive el joven sin futuro. A diferencia de la política y la religión, que desplaza la felicidad para tiempos mejores, que promete la felicidad hacia el futuro, las mercancías le prometen la felicidad aquí y ahora. Sobre estos temas recomiendo los trabajos de Ariel Wilkis (Las sospechas del dinero. Moral y economía en la vida popular) y Pablo Figueiro (Lógicas sociales del consumo. El gasto improductivo en un asentamiento bonaerense)

Un trampolín a la felicidad

Ahora bien, para acceder al consumo se necesita dinero. Y ese dinero si no lo provee la familia ni la ayuda social, en algunos casos se lo pueden proporcionar los propios pibes derivando hacia el delito. Como dijo el Indio Solari: “Si Nike es la cultura, Nike es mi cultura hoy”. Es decir, si mamá y papá no me pueden comprar esas zapatillas porque la economía familiar se ha desfondado, entonces empezá a correr porque yo también quiero existir. Digo, el delito empieza a ser una opción posible dentro del campo de experiencias de estos jóvenes.

Para decirlo con las palabras de otro sociólogo argentino, Sergio Tonkonoff, en un maravilloso artículo que se llama “Tres movimientos para explicar por qué los pibes chorros viste ropa deportiva”: si los mal llamados pibes chorros cambian el botín por plata, y con la plata se compran ropa deportiva cara, eso quiere decir que los mal llamados “pibes chorros” son más pibes que chorros, es decir, que en el delito no hay política o contracultura, sino sobreidentificación con los valores culturales promovidos por el mercado con los cuales se identifican. De modo que estos jóvenes puede que estén excluidos o marginados económicamente hablando, pero se sienten culturalmente incluidos. 

Cuando el mercado presiona para que los jóvenes asocien sus estilos de vida a determinadas pautas de consumo y estos jóvenes encuentran además en el consumo de objetos encantados la fuente de felicidad terrenal, entonces el delito será una vía de acceso rápido.   

Eso no me arregla a mi

Cuando el mundo de trabajo se ha desdibujado y los jóvenes ya no creen en la cultura del trabajo, cuando el trabajo es una experiencia penosa, pretender interpelar a los jóvenes con un plan trabajar, reclamarles sacrificio en el presente en función de un supuesto bienestar futuro es una consigna muy poco atractiva.

Por eso otra pregunta con la que nos vamos a medir en la próxima década es cómo competir con el consumo, cómo evitar que los jóvenes deriven hacia el delito para alcanzar la felicidad asociada al mundo del consumo. Reclamarles que lleven una vida austera es, por lo menos, una broma pesada.  

Para decirlo de manera tajante: el trabajo ya no dignifica. Para estos jóvenes el trabajo no es fuente de felicidad sino de angustias y frustraciones. Ofrecer trabajo, pretender convertir los planes sociales en un trabajo digno, cuando el trabajo no se encuentra en su radar, es una manera de seguir lejos de estos jóvenes.  

Como había dicho el Indio Solari en otra canción, “Todo un palo”, una canción ricotera escrita hace más de 30 años: “Están llamando a un gato con silbidos”, es decir, están interpelando a los jóvenes con las consignas equivocadas. Si vemos el mundo de los jóvenes con sus ojos, sus vivencias, nos daremos cuenta que “eso no me arregla a mí”, que el trabajo no les convence, no les conmueve, no atrae, no aporta cartel, no prestigia. Al contrario, le agrega nuevas dificultades toda vez que los trabajos que suelen ofrecérseles son laburos “para vagos”, para gente que “no les da la cabeza”, que los re-estigmatiza. El trabajo, entonces, es un garrón, a juzgar por las experiencias propias o familiares, el trabajo es fuente de zozobra y fracasos constantes. Por eso asegurarles que las cosas podrían ponerse más fuleras, más difíciles, “qué podría ser peor”, eso no los arreglará. El futuro llegó hace rato y es todo un palo.

http://rodriguezesteban.blogspot.com/2023/05/delito-y-felicidad.html

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Medios de comunicación y discursos de la (in)seguridad

Por Santiago Mazzuchini

El problema de la inseguridad se construye en los medios a partir de posicionamientos políticos e intereses económicos. Frente a este escenario, es imprescindible el retorno de la ética periodística para eliminar el miedo y preservar la sociedad y los valores democráticos.

A mediados de la década de los ’90, la inseguridad comienza a ser la palabra que la agenda periodística utiliza para hablar del delito en la Argentina. A diferencia del género policial propio de la prensa popular, de larga data en el periodismo, este modo de referirse al tema emerge en pleno neoliberalismo, como una de las problemáticas centrales en la agenda política de la sociedad. Actualmente suele ser ubicada por la mayoría de la ciudadanía como uno de los problemas principales o más preocupantes del país, junto con la pobreza y la desocupación. Los hechos delictivos que son calificados por la prensa como de “inseguridad”, ocupan secciones importantes en los diarios, en los noticieros televisivos y en la radio. Casos como el secuestro y asesinato de Axel Blumberg o Candela Sol Rodríguez fueron altamente mediatizados.

La importancia de ver el problema desde los medios radica en que la esfera pública (cada vez más confundida con la privada) se ancla fuertemente en lo que marca a diario la agenda periodística. Cuando dirigimos nuestra mirada hacia la pantalla televisiva apenas comienza el día, o cuando leemos el diario mientras viajamos en algún transporte público, vamos hacia el encuentro de una cartografía de la ciudad. A través de la prensa nos encontramos con un mapa urbano, con significaciones que construyen nuestra realidad cotidiana y ofrecen un pantallazo del mundo. Por supuesto, nada indica que aceptemos lo que los medios nos dicen. Sin embargo, son parte importante de la comunicación de los problemas de un país y un modo de imaginarnos como sociedad.

Resaltar que la inseguridad es un discurso que se construye en gran parte en los medios de comunicación no nos debe llevar a pensar que se trata de una falsedad frente a una realidad objetiva. Un discurso es una práctica articulatoria de elementos que bajo determinadas operaciones organiza una realidad social. Es interesante en ese sentido la lectura que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe hacen de este proceso, indicando que en la política, el discurso es una articulación de demandas que se encuentran dispersas, donde una de ellas en particular se posiciona como principal (en este caso la demanda de más seguridad) y articula a otras demandas que, aunque tengan una autonomía relativa, se ven atadas a ella (por ejemplo, más policía, funcionarios honestos, etc.). Por lo tanto, la (in)seguridad (ya que guarda estrecha relación con su contrario, el pedido de seguridad) es un discurso que organiza el problema de la criminalidad y la violencia. Los medios de comunicación, con sus retóricas y sus estrategias de interpelación a la ciudadanía, impulsados por el imperativo de la novedad para mantenerse en el mercado de la actualidad, nos presentan una determinada versión del problema, que si bien varía de acuerdo con la visión de cada medio, posee rasgos similares. Distintas instituciones y sectores de la sociedad modulan diversos modos de entender la (in)seguridad. El periodismo, los gobiernos, las fuerzas de seguridad y sectores sociales entretejen esta trama: el modo en que le damos sentido a la violencia contemporánea.

Para abordar la relación medios-inseguridad es necesario despegarse de dos posturas que suelen aparecer en conflicto:

1) Los medios reflejan una realidad (la de la inseguridad) que sería exterior a ellos.
2) La inseguridad es un invento mediático sin ningún tipo de asidero en la realidad objetiva.

El primer punto es un argumento que sirve para desligarse de las responsabilidades éticas y sociales que conlleva la práctica periodística y los intereses políticos que la misma persigue. Bajo el lema de que “los medios sólo reflejan la realidad” se esconde la intencionalidad de trasladar la responsabilidad de los medios hacia los sectores políticos tradicionales. El segundo punto es alimentado por funcionarios de gobierno que se sienten presionados por el compromiso de brindar soluciones a los problemas de violencia social. Quizá la clave esté en pensar desde los matices. Los medios representan el problema de la seguridad a partir de posiciones políticas que sostienen sus líneas editoriales y a su vez son el espacio donde otros actores debaten y utilizan esos mismos medios para hegemonizar su posición. A continuación nos abocaremos a dar cuenta de las estrategias que el periodismo utiliza para construir la noticia que trata la problemática de la inseguridad.

Elementos para analizar a la prensa

Cuando hablamos de prensa, en primer lugar debemos especificar en qué tipo de dispositivo se asienta. Las reglas del periodismo gráfico no son iguales que las del noticiero televisivo o la radio. Cada medio de comunicación tiene su especificidad, aunque siempre nos demos cuenta de que lo que miramos se trata de un género periodístico. Los diarios son el principal acceso a la agenda del día, en especial a partir de sus tapas, que como plantea Eliseo Verón, son el primer contacto con el lector. Sin embargo, no cuentan con la posibilidad de cubrir un acontecimiento en el momento en que se está desarrollando. En cambio, los noticieros aprovechan el recurso de la imagen, el sonido y el directo, lo que permite que este medio sea el factor que lidera el mercado de la novedad, de la primicia y del aquí y ahora. Por otro lado, la radio también tiene la posibilidad de seguir acontecimientos al calor de los sucesos, y se potencia a partir de voces de reconocidos locutores que acompañan al oyente mientras se realizan otras actividades.

Dependiendo del medio en que se desarrolle la práctica periodística, la construcción de las noticias de inseguridad explotará distintos recursos, aunque existen regularidades que permiten identificarla rápidamente. En los estudios semióticos de géneros y estilos, el semiólogo Oscar Steimberg propone que un discurso puede ser abordado a partir de varias dimensiones. Si bien no es el objetivo realizar una semiótica de los géneros, tomaremos en cuenta:

* La retórica, que remite al modo de organización de un texto (por ejemplo, figuras retóricas que se utilizan en las noticias, la argumentación que se propone en las editoriales).
* El tema, que se refiere a lo tratado en el discurso (el crimen, la indefensión del ciudadano, la ineficacia del Estado, son temas recurrentes en la agenda).
* La enunciación, que se refiere al vínculo que se construye en el medio entre el enunciador (el periodismo independiente, en el caso de Clarín o TN) y el enunciatario (la gente, los ciudadanos). El vínculo, vale aclarar, siempre es una imagen construida en el texto mismo y no debe confundirse con el emisor y el receptor de la teoría clásica de la comunicación.

Retórica del periodismo en el tratamiento de la inseguridad

La retórica que caracteriza a la prensa masiva está fuertemente ligada al estilo sensacionalista, que consiste en apelar a la emotividad de los destinatarios de las noticias, exaltando el dramatismo, la angustia y principalmente el miedo. La metáfora y la hipérbole (figura retórica que recurre a la exageración) son algunos de los recursos más frecuentes. Por ejemplo, la metáfora de la “ola” es habitual en la cobertura periodística. Esto sucede cuando se ponen en relación varios hechos delictivos en una zona específica, connotando la idea de que la violencia estaría expandiéndose como un virus por el cuerpo social. En una nota titulada “Preocupación por la ola de inseguridad en el conurbano”, la “ola” se transforma en noticia, ya que “según vecinos, hay una ola de delitos que ya se cobró cinco vidas en cuatro meses” (La Nación, 12/8/08). En otra nota más reciente del mismo diario se afirma “Temor en Caballito por ola de robos” (31/3/12). La confiabilidad de la información no es brindada por estadísticas o investigaciones, sino a partir del testimonio de los “vecinos que viven con temor a los delitos que, dicen, suceden a diario”. A veces, se hace evidente el modo en que se construye desde el periodismo el carácter de ola: “Le dispararon en la cabeza cuando se habría resistido a que le roben la moto. A sólo 40 cuadras del lugar, la semana pasada mataron a un joven que hacía delivery de helados” (Clarín, 17/4/12). Resulta caprichoso determinar que “40 cuadras” es una distancia suficiente para alertar que se produce allí una ola. No vamos a reproducir aquí la cantidad de notas de distintos diarios que utilizan de modo reiterado esta figura de la oleada. Se puede observar una metáfora de tipo biológica, al connotar la idea de un virus que se expande por la sociedad y una hipérbole, es decir, una tendencia a la exageración del dramatismo. Lo que se alerta en este tipo de coberturas es que el delito estaría invadiendo zonas que en el pasado eran inmunes. Esto parece sugerir que no importa que haya delito, siempre y cuando se mantenga dentro de los lugares tolerados.

En un editorial del diario Clarín titulado “La inseguridad, problema irresuelto” se nos advierte: “Un repaso de apenas 30 días enseña que no hay lugares seguros. Robos en un country con familias cautivas, los autos importados convertidos en señuelos de ataques violentos, los secuestros exprés, los asaltos al entrar los autos a las casas o las salideras bancarias, son parte de una metodología amplia, que no excluye los asaltos al voleo y los arrebatos callejeros, frecuentes en la Ciudad” (Clarín, 9/4/12).

El sensacionalismo que predomina en los medios masivos varía de acuerdo con la estrategia de cada empresa periodística. No debe confundirse el amarillismo que suele caracterizar a la prensa popular como Crónica, con otro tipo de coberturas como la de Todo Noticias o América Noticias. En general, las imágenes de los cuerpos destrozados son reemplazadas por los llantos de los familiares y sus rostros desesperados. Es recurrente la escena televisiva del familiar llorando y el micrófono del periodista esperando una declaración que casi siempre invita al reclamo por la ausencia del Estado y el pedido de leyes más estrictas para los delincuentes. El periodismo que utiliza este tipo de imágenes en lugar de las que toma Crónica, suele jactarse de su moralidad y profesionalismo al no mostrar un cuerpo muerto. Pareciera que reclamarle reflexiones sobre el delito en el país a una víctima, poco después de la pérdida de un familiar, no es inmoral ni poco profesional. Por el contrario, en ese instante, los medios se muestran “acompañando el dolor de las víctimas”.

Como destacan varios análisis sobre el sensacionalismo en las noticias sobre inseguridad, la racionalidad que argumenta la necesidad de la vuelta de un Estado gendarme que aplique las leyes se mezcla con el patetismo de hacer justicia en base al dolor de las víctimas. Pocas veces se hace presente el criterio del debate especializado o las voces de sectores criminalizados, que reclaman que las mismas fuerzas de seguridad son quienes contribuyen a la violencia y a la inseguridad de los sectores más pobres, a través del gatillo fácil.

El Estado, la ciudadanía y el crimen

El lugar que tiene el delito en la actualidad no se circunscribe a las crónicas policiales que los lectores podían encontrar en la mitad del diario. A pesar de que en la historia del periodismo argentino existen varios crímenes que han sido tapas de los periódicos más importantes, con la llegada de la “inseguridad” se fue transformando en un hábito encontrar casos “que conmocionan” al país. Esas noticias que tienen una centralidad en la prensa exhiben como leitmotiv el estado de indefensión de la ciudadanía frente a criminales que, a cualquier hora y en cualquier lugar, se encuentran preparados para asesinar, robar o secuestrar, frente a la inoperancia del Estado y sus fuerzas de seguridad. Quizá, lo que se informa cada día no es solamente que hay crímenes, sino que el Estado y la efectividad de la ley se encuentran en crisis en una sociedad donde la pobreza y la exclusión aparecen como factores determinantes del crecimiento del delito (y en esta idea coinciden tanto sectores caracterizados de derecha como progresistas).

La política aparece representada como un servicio que debe “solucionar los problemas de la gente”. Es la ciudadanía la que está indefensa y sufre conmoción e indignación, como titulara el diario La Nación ante la noticia del asesinato de Candela Sol Rodríguez.

La enunciación: nosotros y los otros

La enunciación pone en funcionamiento un contrato, una escena de diálogo que construye un lazo entre el periodismo y el ciudadano. Cada medio de comunicación imagina un modelo de consumidor distinto. A modo de ejemplo podemos apreciar que el lector típico de La Nación dista mucho del que construye Página 12. Si bien ambos desean apuntar a un público masivo, uno hará más hincapié en los factores sociales y la desigualdad para explicar la inseguridad, mientras el otro apuntará la decadencia del respeto a la ley y la impunidad de los delincuentes. A veces, basta con observar en los sitios online de los diarios cuáles son los comentarios de los lectores, para dar cuenta de la coincidencia entre lo que el diario plantea y los lectores piensan. Las voces legitimadas en la prensa masiva dan cuenta de una posición etnocéntrica: se dirigen a “los ciudadanos”, “la gente”, que acude al medio para tener la voz que no le permite el Estado. En la trama de los medios, todos somos potenciales víctimas, a cualquiera le puede suceder un robo violento. Sin embargo, para poder llegar a ser una víctima-héroe, es decir, una persona sufriente que posee todos los atributos de bondad, el periodismo impone condiciones morales y se posiciona como sancionador de lo que está bien y está mal: el Caso Candela mostró los límites del estatuto de la víctima con derecho al reclamo. La información que aseveraba que la familia tenía relación con el mundo del crimen le impidió a la madre de la niña transformarse en una figura que sea representativa de “la gente”. El padre de Axel, Juan Carlos Blumberg, fue desplazado de los medios cuando se descubrió que había falseado su condición de ingeniero. El periodismo contribuye a la formación de un “Nosotros” que, como decíamos más arriba, realiza un fuerte cuestionamiento a las instituciones públicas, exhibiendo falta de confianza. En un mundo donde la política tradicional se encuentra cuestionada, el periodismo logra revalidarse como el lugar donde todos podemos hacer nuestros reclamos. Esto quizá sea porque la ciudadanía que los medios representan no sea otra cosa que un sector social que se imagina como la nación, como la expresión acabada del bien, frente al mal endémico de los otros: “El delito de este tiempo, sea el de bandas profesionales, ladrones solitarios, como el que ayer a la mañana mantuvo de rehenes a un matrimonio de jubilados en su vivienda de Haedo (…) pandillas juveniles bajo efectos del paco, está tan extendido que afecta a todos los sectores sociales bajo distintas tipos de operatorias” (Clarín, 9/4/12). Jóvenes delincuentes, ladrones solitarios, bandas profesionales. Los otros son siempre marginados. La relación entre criminalidad y el mercado o la corrupción del poder político y las fuerzas de seguridad nunca aparece en las noticias sobre inseguridad. Tampoco se califican de este modo aquellos hechos donde las víctimas son jóvenes pobres, violentados por las fuerzas de seguridad. Un ejemplo de esto lo constituye el caso de Luciano Arruga, joven desaparecido que fue visto por última vez en un destacamento policial de Lomas del Mirador.

Reflexiones finales: la responsabilidad de la prensa

Un discurso no emerge del vacío sino que forma parte de la dinámica social, económica y política. Nuestro pasado marcado por la dictadura militar, la fragmentación social que provocó el neoliberalismo con un Estado privatizador que se fue transformando en mero administrador, son algunas de las razones que allanan el camino para que la criminalidad y la violencia adquieran el sentido actual. La inseguridad no es un invento mediático sino el modo en que nos representamos el delito, la violencia y las injusticias, en el contexto de sociedades que han perdido la seguridad social y gran parte de la población debe convivir con la precarización laboral y la exclusión. Pero los medios de comunicación son parte de la construcción de nuestro presente. La prensa es una institución fundamental en la conformación del espacio público y debe regirse por una ética periodística que privilegie el bien de la sociedad y los valores democráticos. Sin embargo, lo que habitualmente guía a la construcción de la noticia son los valores del mercado, de la competencia, del negocio de la actualidad. La estrategia que desde los inicios del periodismo industrial remite al estilo sensacionalista se debe a la captura de una matriz popular melodramática para conseguir lectores de sus productos. Por lo tanto, cabe pensar en la relación dialéctica que existe entre medios y ciudadanía. El periodismo no ha inventado el melodrama, sino que lo ha capturado y lo ha convertido en mercancía. El desafío está en darles espacio a medios de comunicación que recuperen su función social, hoy supeditada a los intereses comerciales propios de las industrias del miedo, que como plantea Alberto Binder, conforman un mercado millonario alrededor de la seguridad. Para ello es necesario denunciar la esquizofrenia del periodismo de masas, que se atribuye como dueño de la voz de los ciudadanos, pero no quiere asumir su rol político, ejerciendo una conducta corporativa y mercantil que paradójicamente amenaza a la libertad de prensa que dice defender.

http://www.vocesenelfenix.com/content/medios-de-comunicaci%C3%B3n-y-discursos-de-la-inseguridad

5/12/18

Consejos a la hora de leer y escribir

¿Cómo abordar la lectura de textos académicos?

1. Antes de la lectura:

- Previsualización: Antes de comenzar a leer, revisa el índice, los encabezados y las conclusiones para obtener una visión general del contenido. Esto ayuda a activar el conocimiento previo y establecer expectativas.
- Identificación de términos clave: Busca y subraya o anota términos clave en el texto. Comprender estos términos facilitará la comprensión del contenido.

2. Durante la lectura:

- Toma notas: Anota los conceptos clave, ejemplos y evidencias importantes mientras lees. Esto ayudará a recordar la información y servirá como referencia para futuros repasos.
- Haz preguntas: Formula preguntas a medida que avanzas en la lectura. Esto fomenta la participación activa y mejora la comprensión crítica del material.

3. Después de la lectura:

- Resumen: Resume la información clave en tus propias palabras. Esto refuerza la comprensión y te brinda un resumen útil para estudiar.
- Relación con experiencias personales: Intenta relacionar la información con experiencias personales o ejemplos de la vida real. Esto puede hacer que el contenido sea más significativo.

4. Busca apoyo adicional:

- Diccionarios y glosarios: Utiliza diccionarios o glosarios para comprender términos específicos o conceptos complejos.
- Busca explicaciones adicionales: Si algo no está claro, busca recursos adicionales como videos, artículos o ejemplos en línea que aclaren el contenido.

Incorporar estas estrategias en la rutina de lectura puede ayudar a los estudiantes de secundaria a enfrentar textos académicos de manera más efectiva y a desarrollar habilidades de comprensión crítica.

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Cómo editar tus propios textos

Escribir no es fácil, pero no le restes importancia a la edición de tu trabajo antes de que otros lo lean. Te decimos cómo hacerlo. El secreto de un buen texto es la edición. Es lo que diferencia la redacción apresurada, la puntuación al azar y las peroratas incoherentes de los editoriales y las discusiones sustentados, así como los refritos bochornosos de las novelas aclamadas por la crítica. Cuando este artículo esté terminado, habré editado y reescrito cada línea varias veces. Aquí te muestro cómo empezar a editar tus propios textos.

Considera que lo primero que escribes es solo un borrador

Sin importar lo bueno que creas que eres para escribir, las primeras palabras que escribes en una página constituyen un primer borrador. Escribir es pensar: no es común que sepas exactamente lo que vas a decir antes de que lo digas. Al final, por lo menos tienes que releer el borrador, ordenar todo y asegurarte de que la introducción que escribiste al inicio concuerde con lo que finalmente dijiste.

Mi antiguo maestro de redacción, el ensayista y caricaturista Timothy Kreider, me explicó qué era la revisión: “Una de mis frases favoritas es l’esprit d’escalier, ‘la conciencia de la escalera’, que se refiere a la experiencia de darse cuenta, demasiado tarde, de lo que habría sido perfecto decir en la fiesta, en una conversación, debate o al estar coqueteando. La palabra escrita nos ofrece una de las oportunidades poco comunes en la vida de volver a decirlo: corregir y decir esta vez lo que queríamos. El hecho de que los escritores puedan parecer más inteligentes e ingeniosos que los lectores es solo porque hicieron trampa al tomarse mucho tiempo en idear lo que querían decir y depurarlo durante días, semanas o, sí, incluso años, hasta que lo expresaron con la mayor claridad y elegancia posibles”.

El tiempo que inviertes en la edición, la reelaboración y la depuración convierte tu primer borrador en un segundo borrador… y luego en un tercero y, si sigues así, al final tendrás algo fabuloso. El peor error que puedes cometer como escritor es suponer que lo que escribiste la primera vez es lo suficientemente bueno.

Ahora veamos cómo hacer la edición en sí.

Busca los errores comunes

La mayor parte de los errores de redacción son tan comunes que desconciertan; los buenos escritores se vuelven expertos en detectarlos antes de que queden plasmados. Si de verdad quieres mejorar tu redacción, te recomiendo leer The Elements of Style de William Strunk Jr. y E.B. White, que es un manual para redactar bien y con precisión en inglés y para evitar los errores más comunes. Si deseas evitar la redacción “fea e imprecisa”, también vale la pena revisar Politics and the English Language de George Orwell.

Algunas de las cosas que aprenderás a identificar (y que siempre tengo que corregir en mi propia redacción) son:

- El uso excesivo de cierto vocabulario y terminología. Cuando la gente —y yo me incluyo— quiere parecer inteligente, mete palabras horribles como “utilizar”, “procurar” y “comunicar” (en vez de “usar”, “tratar de” o “decir”). Ese es el estilo contra el que se manifiesta Orwell en su ensayo. Lo que hace este tipo de redacción es desdibujar la idea que quieres expresar detrás de una falsa intelectualidad. Como dijo Orwell: “Nunca uses una palabra larga cuando puede servir una palabra corta”.

- Los clichés. A los clichés les falta elegancia, pero, por lo menos, es muy fácil deshacerse de ellos. Si no estás seguro de que algo sea un cliché, lo mejor es simplemente evitarlo. Terrible, ¿verdad? Los clichés son frases anticuadas que han perdido su impacto y originalidad por el uso tan excesivo que se hace de ellos. En algún momento “Genio y figura hasta la sepultura” fue una observación, pero ahora es un cliché. Orwell también lo dijo bien: “Nunca uses una metáfora, un símil ni ninguna otra figura retórica que estés acostumbrado a ver impresa”. Ah, y también los memes se vuelven clichés muy rápido… te lo advierto.

- La voz pasiva. En la mayoría de los casos, el sujeto de la oración debe ser la persona o cosa que realiza la acción, no sobre quien recae la acción. Por ejemplo, “Este artículo fue escrito por Harry” está escrito en voz pasiva porque el sujeto (“Este artículo”) es la cosa sobre la que recae la acción. La construcción activa equivalente sería: “Harry escribió este artículo”. La prosa que se escribe en voz pasiva tiende a expresar un distanciamiento y pasividad, por lo que casi siempre es mejor redactar una oración en voz activa.

- La divagación. Cuando no estás muy seguro de lo que quieres decir, es fácil divagar en torno a una idea, expresarla de tres o cuatro formas diferentes y luego, en vez de reducirla a una sola oración concisa, eliminar las cuatro oraciones de un plumazo y elaborar un párrafo torpe e impreciso. Una sola oración directa casi siempre es mejor que cuatro que se tejen alrededor de una idea.

Deja que tu trabajo repose un poco

Cuando escribes algo, te encuentras muy cercano al texto. Es casi imposible distanciarse lo suficiente como para hacer una edición adecuada de manera inmediata. Pero tienes que alejarte y regresar después con otra perspectiva. Cuanto más tiempo puedas dejar un borrador antes de editarlo, mejor. Yo tengo algunos ensayos a los que regreso cada tantos meses para pulirlos, y todavía no están terminados. Sin embargo, para la mayoría de los textos, es suficiente una pausa de media hora a dos días para poder hacer una buena edición. Incluso diez minutos servirán para algo corto como los correos electrónicos.

Cuando ya te pongas a editar, lee tu trabajo en voz alta.

Al obligarte a decir las palabras, en vez de solo leerlas en una pantalla de computadora, identificarás más problemas y sentirás mejor su fluidez. Si tropiezas con algo, es probable que tu lector también lo haga. Algunos escritores incluso imprimen sus borradores y editan con tinta roja mientras los leen en voz alta.

Recorta, recorta, recorta

Escribir de más representa mayores problemas que escribir de menos. Es mucho más probable que hayas escrito demasiado que muy poco. Es mucho más fácil lanzar palabras sobre un problema que tomarse el tiempo para encontrar las palabras adecuadas. Como escribió en una carta Blaise Pascal, un escritor y científico del siglo XVII (no, Mark Twain no): “Me he extendido más de lo común porque no tuve tiempo de recortarlo”.

La regla para la mayoría de los escritores es: “Si tienes dudas, recórtalo”. John McPhee, el escritor ganador del premio Pulitzer, ha llamado a este proceso “escribir por omisión”. El novelista Arthur Quiller-Couch (y no William Faulkner, quien quizás popularizó la frase) recomendaba: “Al escribir, debes matar todo lo que aprecias”. Esto se aplica en todos los niveles: si alguna palabra no es necesaria en una oración, quítala; si una oración no es necesaria en un párrafo, quítala; y si un párrafo no es necesario, también quítalo.

Repasa lo que has escrito y busca las partes que puedes recortar sin afectar el resto, y elimínalas. Eso hará más riguroso el trabajo, y lo que tratas de decir tendrá mayor precisión.

Dedícate especialmente al principio del texto

El principio es la parte más importante de cualquier cosa que escribas. Si no puedes captar la atención de la gente al inicio, luego ya no tendrás la oportunidad de hacerlo. Ya sea que escribas una novela o un correo electrónico, debes pasar una parte desproporcionada del tiempo trabajando en las primeras oraciones, párrafo o páginas. No debes caer al principio en muchos de los problemas que pueden disimularse a la mitad.

Presta atención a la estructura

La estructura es en lo que se apoya el texto. No importa qué tan bien se redacten las oraciones por separado si todo lo demás es un desorden disparatado. Cuando se trata de correos electrónicos y otros textos cortos, no es difícil apegarse a la estructura de la oración temática seguida de párrafos secundarios y una conclusión que nos enseñaron en la universidad. Solo asegúrate de que estás teniendo en consideración al público que deseas llegar. Una serie de párrafos largos e inacabables hará que tu lector no quiera seguir leyendo. Divide las cosas en puntos concisos y, si es necesario, inserta subtítulos, como los de este artículo. Si lo hubiera escrito sin subtítulos, estarías viendo una plasta escueta de texto.

Para textos más largos, tendrás que trabajar mucho en la estructura. Los monólogos interiores pocas veces son lecturas fáciles, además de que por lo general no tienes la opción de dividir todo en segmentos cortos con subtítulos. La narración tiene que fluir y los argumentos tienen que desarrollarse. Tienes que pensar en lo que estás tratando de decir en cada capítulo, sección o párrafo, y analizar si está quedando bien, o si es mejor poner esa parte en otro lugar. Es normal (e incluso deseable) que la estructura de tu trabajo cambie de manera drástica en cada borrador; es una señal de que estás elaborando el texto como un todo, y no solo corrigiendo los problemas pequeños.

Muchas veces, cuando algo que has escrito “no le gusta” a los lectores, es porque la estructura está mal. Tal vez no puedan decir cuál es el problema, pero pueden sentir que algo no cuadra.

Usa todos los recursos que tengas a la mano

Aunque no tengas la fortuna de contar con un editor de carne y hueso (¡Hola, Alan!), hay algunas herramientas que te pueden ayudar.

Grammarly es un asistente de redacción que marca los errores comunes de redacción, gramática y ortografía; es estupendo para identificar errores sencillos y depurar los borradores de tus textos. Un buen diccionario de sinónimos (o incluso Thesaurus.com) también es fundamental para encontrar la palabra exacta. Tampoco descartes la opinión de otras personas: pídeles a tus familiares y amigos que lean tu trabajo. Tal vez ellos encuentren algo que a ti se te haya pasado y puedan decirte cuando algo no queda bien.

La edición de tu trabajo es tan importante como la redacción, por decir lo menos. Para que algo con el potencial de ser bueno realmente lo sea, se requieren ajustes, reelaboraciones y modificaciones. No dejes de poner atención en esto.

https://www.nytimes.com/es/2020/04/14/espanol/estilos-de-vida/consejos-edicion-textos.html

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¿Cómo hacer las oraciones más claras?

1. Introducción

En las siguientes secciones se presentarán diferentes conceptos relacionados con la claridad de las oraciones. La claridad de las oraciones y su eficacia están estrechamente relacionadas con el número de palabras que la componen. De todos modos, esta no será la única cuestión que se tratará en las líneas que siguen este apartado. También se incluirá un breve apartado en el que se expondrán las razones para aplicar los consejos que se darán posteriormente.

2. Razones por la omisión de oraciones largas y complejas

El uso de oraciones largas y complejas puede ocasionar diferentes problemas durante la lectura de un texto. Entre estos problemas se destacan los siguientes:

a) Problemas en el objetivo principal: El objetivo principal del autor es asegurar la comprensión del mensaje que transmite. De esta manera, las oraciones escritas deben transmitir una idea de forma eficaz y captar la atención del lector. Las oraciones largas y complejas influyen en la realización de este objetivo de forma negativa.
b) Comprensión parcial/ mala comprensión del mensaje del texto: Una oración excesivamente larga o compleja no puede ser retenida totalmente en la memoria de trabajo humana. Por lo tanto, el lector puede retener solamente una parte de la información y, consecuentemente, comprender el mensaje del texto parcialmente. En caso de que no estén bien organizadas, el lector puede no conectarlas entre ellas y, por tanto, no entender el mensaje que el autor quiere expresar.
c) Aparición de vacíos de información después de la lectura: En una oración compleja se puede presentar más de una idea y, consecuentemente, el autor debe establecer una jerarquización de estas ideas. Se puede dar el caso de que la organización no sea la adecuada y el lector obtenga demasiada información de una parte y muy poca de otra.
d) Posible incomodidad visual a la hora de leer el texto: Una oración demasiado larga provoca, en la mayoría de casos, un párrafo demasiado largo. Estos dos fenómenos hacen que la lectura sea incómoda, ya que harán que el usuario se canse más rápidamente de la lectura y pierda interés por el tema.
e) Pérdida del referente/tema de una oración: Las oraciones excesivamente largas y complejas, en general, tienen el sujeto demasiado alejado del verbo o acción descrita. Por lo tanto, el lector puede tener problemas para recordar de qué se está hablando exactamente.
f) Confusión del lector durante la lectura: Una mala organización de las ideas dentro de una oración larga puede causar ambigüedades semánticas/sintácticas y, de esta forma, confusión durante la lectura. También puede ser la causa de los problemas mencionados en los puntos anteriores.

3. Descripción y métodos de detección del problema

Una oración se identifica como larga o compleja si se tienen en cuenta diferentes criterios que caracterizan este tipo de frases. Estos criterios son los siguientes:

- Oraciones que estén formadas por más de veinte o treinta palabras aproximadamente
- Oraciones que no tengan una puntuación aclaratoria y adecuada
- Oraciones que presentan ambigüedad sintáctica o semántica
- Oraciones con la información organizada de forma poco coherente
- Oraciones con ideas demasiado complejas
- Uso excesivo de oraciones subordinadas

4.1. Sintaxis

En relación a la sintaxis oracional, encontramos dos elementos que pueden causar problemas: las oraciones subordinadas y el orden oracional complejo.

- Oraciones subordinadas: no se recomienda utilizar más de una por cada oración principal. Su longitud será siempre menor en comparación con la oración a la que complementa. Debe utilizarse para clarificar la oración principal, no para expresar una idea diferente y poco relacionada con la principal.
- Orden oracional complejo: para evitar este problema se debe restringir el uso siempre que se pueda al orden neutro: sujeto-verbo-objeto. El ratio de nombres y verbos debe ser reducida para simplificar la estructura de la oración. La oración será más clara si se evita el uso de la negación y de estructuras verbales pasivas.

4.2. Puntuación

La puntuación es un factor realmente importante a la hora de redactar una frase bien clara. Los siguientes puntos son los que se deben respetar:

- La coma: se debe utilizar para establecer enumeraciones, incisos y en órdenes oracionales en que se disloca un elemento. En relación con los incisos, se debe reducir el uso a lo estrictamente necesario.
- El punto y coma: su uso se debe restringir a clarificar enumeraciones que se sean excesivamente largas. Su uso para separar ideas que están conectadas es correcto, pero puede confundir al lector: es recomendable utilizar el punto y seguido en estos casos.

4.4. Consejos generales

Estos son otros consejos de carácter más general para lograr mayor eficacia y claridad en una oración:

- Elimina las palabras innecesarias.
- Separa bien tus ideas, intenta comunicar una sola idea completa en cada oración.
- Es recomendable escribir oraciones de entre 20 y 30 palabras.
- Intenta que las frases de un mismo texto tengan la misma longitud.
- Utiliza el orden oracional neutro S + V + O (Sujeto + Verbo + Objeto).
- No hacer un uso excesivo de oraciones subordinadas.
- Presta especial atención a la puntuación.
- Utiliza vocabulario que sea claro para cualquier lector.

https://sites.google.com/site/redacespecializada/home/componentes/cmo-hacer-las-oraciones-ms-claras

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