¿Qué son las redes sociales?
Las redes sociales son plataformas digitales formadas por comunidades de individuos con intereses, actividades o relaciones en común (como amistad, parentesco, trabajo). Las redes sociales permiten el contacto entre personas y funcionan como un medio para comunicarse e intercambiar información.
Los individuos no necesariamente se tienen que conocer antes de entrar en contacto a través de una red social, sino que pueden hacerlo a través de ella, y ese es uno de los mayores beneficios de las comunidades virtuales.
Tipos de redes sociales
Las redes sociales se pueden clasificar en dos tipos:
- Redes sociales horizontales o genéricas. Son aquellas redes sociales que no poseen una temática determinada, sino que apuntan a todo tipo de usuarios. Estas redes funcionan como medios de comunicación, información o entretenimiento. Son muy numerosas y populares, por ejemplo: Facebook o Twitter.
- Redes sociales verticales. Son aquellas redes sociales que relacionan personas con intereses específicos en común, como música, hobbies, deportes. Por ejemplo: Flickr, red social cuya temática es la fotografía. Dentro de estas redes se encuentran las redes verticales profesionales, como LinkedIn, que involucra individuos que comparten el ámbito laboral o que buscan ampliar sus fronteras laborales.
¿Para qué sirven las redes sociales?
- Comunicar y compartir. Las redes sociales funcionan como plataformas para el intercambio de información u opinión. Según el tipo de red, varían las funcionalidades y el tipo de comunicación que se establece entre los usuarios. En muchas de ellas, los usuarios pueden compartir imágenes, videos, documentos, opiniones e información.
- Mantener o establecer contacto. Las redes permiten a todas las personas que poseen acceso a Internet crearse un usuario en la red y conectarse con otros alrededor del planeta que también estén adheridos a esa red social. Permiten comunicarse con amigos, familiares, hacer nuevas amistades, buscar pareja, establecer relaciones laborales o profesionales.
- Informarse. El gran caudal de información que circula en las redes sociales permite a los usuarios mantenerse informados sobre acontecimientos importantes o temáticas de interés. La mayoría de las redes permiten crear un usuario y personalizar el tipo de información que se mostrará en la red.
- Entretenerse. Las redes sociales crean comunidades de usuarios con intereses similares sobre determinadas temáticas. Estas redes funcionan como una gran fuente de entretenimiento y distensión.
- Vender/comprar. Muchas redes sociales se han erigido como canales para la compra y venta de bienes o servicios. En plataformas como Instagram o Facebook, el usuario puede seguir a los negocios, comercios o trabajadores independientes que sean de su agrado y establecer con ellos relaciones comerciales.
Características de las redes sociales
- Están formadas por una comunidad virtual: son comunidades masivas que se extienden a lo largo del planeta.
- Pueden ser utilizadas desde computadoras, tablets o dispositivos móviles.
- Son de acceso gratuito, aunque muchas de ellas ofrecen mayores funcionalidades a cambio de un pago mensual o anual.
- Brindan información en tiempo real.
- Permiten a cada usuario crear un perfil dentro de la red.
Ventajas de las redes sociales
- Son inmediatas. Las redes sociales funcionan en tiempo real. La información, los videos, las imágenes y las opiniones que se comparten en las redes suelen hacerse públicas y pueden ser conocidas por cualquier usuario de la red en casi cualquier punto del globo de manera inmediata. En algunas plataformas como Twitter, los acontecimientos sociales, culturales, políticos o económicos, zonales o mundiales, son conocidos por todos sus usuarios de manera instantánea.
- Son masivas. Las redes sociales han derribado barreras culturales y etarias ya que llegan a una gran porción de la población.
- Acortan distancias. Las redes sociales permiten comunicarse con amigos, familiares y cualquier usuario de la red sin importar la distancia geográfica.
- Aumentan la visibilidad de las marcas. En los últimos años, la publicidad y la creación de perfiles corporativos y de marcas han hecho de las redes sociales un nuevo mercado. Permiten conectar compradores y vendedores de todas partes del mundo. Facilitan la atención al cliente.
- Funcionan como un canal de aprendizaje, entretenimiento e información. Las redes sociales funcionan como medios para viralizar determinada información. Según el contenido en el que esté interesado el usuario, podrá aprender, entretenerse o informarse.
- Permiten compartir información. Las redes permiten compartir archivos de manera instantánea y sencilla: documentos, música, fotografías, videos.
- Brindan oportunidades laborales. Existen redes que permiten dar a conocer el perfil laboral de los usuarios. Algunas, como LinkedIn, se crearon con el objetivo específico de formar comunidades de profesionales. Allí, las empresas crean perfiles desde los que se ofrecen oportunidades laborales a las que los usuarios interesados pueden aplicar.
Aspectos negativos de las redes sociales
- El ciberacoso. Es uno de los principales riesgos de las redes sociales y ocurre cuando un individuo o grupo de individuos acosa u hostiga a otro mediante las redes sociales. Esto puede darse mediante insultos, viralización de información privada, entre otras formas. Se debe educar a los niños y niñas para que conozcan las consecuencias físicas y psicológicas que este tipo de prácticas puede provocar.
- El grooming. Es uno de los mayores peligros dentro del ciberacoso. También llamado “engaño pederasta”, consiste en el acoso de adultos hacia menores de edad por medio de las redes sociales. El grooming es un delito penal y debe ser denunciado.
- Las fake news. Es la información falsa o sin chequear que circula gracias al exceso de información que hay en Internet. Esto puede generar confusión en los usuarios y dificultad en la comprensión de los acontecimientos.
- El acceso indiscriminado a contenidos sensibles. Existe en las redes contenido de tipo sexual o violento, que muchas veces resulta inadecuado, sobre todo para grupos sociales vulnerables como los niños.
- El abuso en el uso de las redes sociales. El uso excesivo de redes sociales puede llevar a la pérdida de contacto con el mundo tangible y provocar adicción.
- La viralización de información. Es la reproducción masiva de información. Puede ser un aspecto positivo cuando la información que se viraliza es de agrado para el individuo, pero puede ser negativo cuando se viraliza información confidencial o que daña de algún modo a un individuo al perderse su privacidad.
https://concepto.de/redes-sociales/
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El dilema de las redes sociales: las cinco revelaciones más potentes del documental de Netflix
Con clima de thriller y fuertes advertencias, este largometraje sacude al streaming desde hace unos días: echa luz sobre las sombras de las redes y la adicción tecnológica. Invita al debate familiar.
Por Patricio Féminis
Negación de la pandemia por las redes sociales. Insultos sin freno por las redes sociales. Depresión por culpa de las redes sociales. Aislamiento de los demás a causa de las redes sociales. Fake news por las redes sociales. Ciberataques por las redes sociales. Algoritmos que controlan el consumo y el gusto humano por las redes sociales. Aplausos unánimes al documental El dilema de las redes sociales, de Netflix, que expone la otra cara de esas plataformas virtuales.
Controlan a los usuarios; alteran la privacidad; determinan los hábitos cotidianos y emplean algoritmos para vender lo que sea y hasta para manipular la información y las ideas. Es lo que sostiene y alerta este documental (The Social Dilemma) que dirige Jeff Orlowski y que él mismo escribió junto con Davis Coombe y Vickie Curtis.
Un relato dinámico y magnético, de una hora y media, con tono de thriller y múltiples recursos: material de archivo, actuaciones que recrean situaciones de adicción a las redes, animaciones, y, sobre todo, testimonios de expertos y de empleados de Google, Facebook, Pinterest y Twitter.
El dilema de las redes sociales pone el ojo sobre el “lado perverso” y “el poder de control” de Internet y de las redes, como grafica uno de sus protagonistas en cámara: Tristan Harris, ex diseñador ético de Google y co-fundador del Centro para la Tecnología Humana.
“Cuando se le pregunte a la gente, ¿en qué falla la industria de la tecnología?, responderá con quejas comunes: 'Nos roban datos, generan dependencia, promueven fake news, polarizan opiniones, hackean elecciones'. Pero, ¿hay algo subyacente en todos estos problemas y que haga que sucedan al mismo tiempo?”, indaga Harris, a la vez que le exige a esa misma industria que implemente “un diseño ético de sus productos”.
La respuesta a ese hilo de sospecha es el propio documental. Dice otro de los testimonios: “Las redes sociales tienen cosas muy buenas, desde ya: reúnen gente que antes no se veía, generan instantaneidad, proveen un flujo de información y hasta increíbles oportunidades laborales on-line. Pero fuimos ingenuos con la otra cara de la moneda. Si a estas cosas las liberás cobran vida propia. El modo en que se usan las redes es diferente al que esperabas”.
Aquí, cinco revelaciones ineludibles que deja como enseñanza esta producción audiovisual que hoy hace furor: El dilema de las redes sociales.
1) Internet no garantiza una mayor participación social
Como se explica en el documental, mientras algunos piensan que la esfera pública crece al hacer un posteo en Facebook o en Instagram, al tuitear o retuitear, al poner un “me gusta” (la opción contraria no existe), “aquello, en las redes sociales, significa lisa y llanamente contribuir al algoritmo, el cual obtendrá mayores datos sobre nuestros gustos, opiniones y costumbres, para luego brindarnos lo que creamos que deseamos o necesitamos”.
Cada vez con mayor necesidad y sin notarlo. Otro entrevistado sostiene, sin dudarlo: “Ahora podés aislarte en tu propia burbuja gracias a la tecnología”.
La participación política y social a través de Internet (debates, discusiones, instalación de candidatos, campañas) puede generar un alerta mayor sobre personajes indeseables, abusadores, violentos, mentirosos seriales, etcétera, pero también vulnerar la capacidad crítica, el análisis profundo y la mayor toma de conciencia sobre las problemáticas actuales. Como marca el documental: “La idea de la participación por las redes sociales también es parte de una estrategia de mercado”.
2) Las fake news incrementan la negación sobre la gravedad de la pandemia
“¿Cómo se maneja una epidemia en la era de las noticias falsas?”, se señala en The Social Dilemma. Y se aporta un ejemplo de una situación televisiva para comprobarlo. En un noticiero del prime time de los Estados Unidos, una de las conductoras le pregunta a su colega, sin ironía: “¿Te contagiás coronavirus si comés comida china?”.
Ejemplos afines se ven día a día por las redes: alguien afirma que los barbijos son inocuos contra el coronavirus y decenas de miles, o millones, eligen no usarlos en público. Y otro repite “esto es una gripe” y miles salen a la calle sin preocuparse en el distanciamiento social: hasta hoy, la única medida de resguardo contra el contagio, hasta que llegue la vacuna.
La falta de empatía y de solidaridad con los profesionales de la salud es un rasgo común en los países que suman mayor número de contagios (y muertes): las redes sociales reproducen preconceptos y nociones falsas -ridículas o negacionistas- sobre la enfermedad que detuvo al mundo. Es otra revelación de The Social Dilemma: “Pasamos de la era de la información a de la desinformación”.
3) La adicción a las redes sociales aumenta la ansiedad y la depresión
“Las cirugías estéticas se están volviendo tan populares en adolescentes, que los cirujanos acuñaron un síndrome: la Dismorfia de Snapchat, para jóvenes que se operan, porque quieren verse como las selfies con filtros”, señala una analista en otro pasaje del documental de Netflix.
Claro que muchos padres estarán agradecidos eternamente a YouTube y a redes visuales afines similares por la sobreoferta de videos atrayentes, breves y efectivos, con músicas pegadizas, que distraen a los niños, cargados de energía y con inagotable necesidad de diversión, pero el consumo de redes también se relaciona con el aumento de la adicción a la tecnología y al mundo ficticio (o distorsionado) que proveen las interfases virtuales a mano.
En sintonía, este documental aporta estadísticas pasmosas sobre la relación entre el consumo sin freno de Internet y la depresión, la anorexia y hasta el suicidio en adolescentes y mujeres adultas.
4) Las redes no son gratis: el usuario es el verdadero producto
Conectarse a una red social es brindar una enorme cantidad de datos a una compañía, que los transforma en su propio negocio. La información propia es el bien en disputa: ésa es la otra cara de la conexión gratuita. Se consigna en el documental: “El producto somos nosotros, porque los algoritmos y la Inteligencia artificial aprenden cada vez mejor a hacernos hacer lo que quieran. Captan nuestra atención y nuestro tiempo de vida”.
El presidente del Centro de Tecnología Humana, Tristan Harris, aporta una anécdota ilustrativa en The Social Dilemma: “Cuando trabajaba en Google me sorprendía de que nadie en gmail buscarla hacerlo menos adictivo. Yo me sentía frustrado con la industria de la tecnología. Sentía que íbamos a la deriva, así que hice una presentación para moderar la acción de las plataformas de la compañía. Todo quedó en la nada”.
Más allá de la posibilidad de interacción, del envío instantáneo de información y de la comunicación on-line, hay una realidad menos feliz: “Las personas somos el alimento de las redes sociales”.
5) Internet vigila e influye en la política y la cultura
Molesta más un desnudo en una red social que los comentarios racistas o agresivos. Se normaliza la difusión y circulación de mensajes de odio étnico, sexual y de género: los controles nunca son suficientes. Dice el documental: “Isis inspiró a muchos fanáticos y terroristas on-line y también a los supremacistas blancos de los Estados Unidos”.
También recuerda que “en India, turbas enardecidas por Internet mataron a docenas. Y las fake news generan graves consecuencias: amenazan a las sociedades. Las grandes herramientas creadas están empezando a corroer el tejido social”.
Circulan nuevos datos sobre grupos que niegan la redondez de la Tierra (los terraplanistas), los movimientos antivacunas, los que siguen diciendo que el Holocausto judío nunca existió, los nazis del siglo XXI (y otros criminales) escondidos en la dark web: cualquier opinión tiene su gravitación on-line. Hasta las desquiciadas.
Y hasta las elecciones se ven determinadas o modificadas por las mentiras de la red. ¿Qué nuevas leyes y acuerdos globales nos protegerán del lado negativo de Internet?
https://www.clarin.com/espectaculos/tv/dilema-redes-sociales-revelaciones-potentes-documental-netflix_0_DkB6_feLQ.html
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Santiago Bilinkis: "Estamos viviendo la vida para mostrarla en las redes"
En el libro Guía para sobrevivir al presente el tecnólogo y economista Santiago Bilinkis analiza cómo las empresas que diseñan plataformas digitales y aplicaciones para el celular –Google, Facebook, Amazon, Apple, Netflix, Microsoft-- utilizan todo tipo de estrategias de manipulación para “conquistar nuestro tiempo y nuestra atención”. La dependencia a las pantallas que las grandes corporaciones tecnológicas generan es funcional a sus negocios, pero muchas veces va en contra de los intereses de los usuarios, incluso en detrimento de su salud. “Esta es la primera vez que una herramienta, apenas comenzamos a usarla, empieza a usarnos a nosotros”, alerta Bilinkis, quien realizó estudios de posgrado sobre inteligencia artificial, robótica, biotecnología, neurociencia y nanotecnología en la Singularity University, ubicada en una sede de la NASA en Silicon Valley.
- Lo que tienen las redes es que nunca se acaban...
- Históricamente, cualquier contenido que consumíamos tenía principio y fin. Una revista la empezabas y la terminabas, un capítulo de una serie televisiva empezaba y terminaba, y después había un periodo de espera obligado hasta que había otro para ver. Una semana para que salga un nuevo número de la revista o el próximo capítulo de la serie. Ahora todo está ahí. No hay nada externo que te ponga un tope, entonces el freno lo tenemos que poner nosotros. Y hay que inventar estos mecanismos medio artificiales para que Instagram se acabe, porque siempre hay una foto o una story más para mirar. Hay que crear el límite. Las plataformas tienen un montón de mecanismos para no dejarte ir. Y lo loco es que el método que usan para atraparte es más sutil que lo que uno cree.
- ¿Cómo lo logran?
- Hay un recurso poderoso: el de las máquinas tragamonedas. No existe un juego más tonto en su esencia que esas máquinas. No tienen habilidad alguna, tirás una palanca y lo que sale es variable, no depende de cómo tirás la palanca. Sin embargo, es el juego que más adicción produce, que más ludopatía produce. ¿Cómo se explica? Hay un mecanismo psicológico que se conoce como recompensas variables intermitentes. Es tan simple como que cada vez que tirás la palanca a veces no sale nada, a veces sale un premio chiquitito y muy de vez en cuando sale un premio grande. Ese mecanismo es tremendamente adictivo. Y eso es lo que pasa cada vez que hacés refresh en tu muro de Instagram: a veces no te sale nada, a veces sale algo que está un poquito bueno y a veces algo genial. Es esa timba la que te mantiene constantemente queriendo mirar un poquito más. La sobreestimulación constante multisensorial hizo añicos nuestra capacidad de atención.
- Con el aislamiento, muchas dimensiones de la vida se trasladaron a la virtualidad. ¿Este es el escenario ideal para las compañías que diseñan software?
- No quiero abonar teorías conspirativas, pero que este escenario les conviene, no hay dudas. No es solo estar en casa, también es tener tiempo para las pantallas y que muchas actividades que se hacían presenciales, pasen a tener a la tecnología como actor principal. Para los chicos es asistiendo a la escuela a través de clases remotas, para los adultos teletrabajando o haciendo las compras del supermercado de manera virtual. Para las compañías es una situación ideal porque tenés más tiempo y también porque dejás más impronta. Gran parte del negocio depende de la información que puedan capturar acerca de los usuarios. Si vos siempre hacías tus compras en el supermercado, no había rastro digital de tus hábitos de consumo. Ahora hay información valiosísima para quien la pueda manejar. Claramente es una situación muy conveniente para las compañías, y que nos obliga a elevar nuestros mecanismos de defensa. La otra cosa que es muy importante hacer es desactivar todas las notificaciones.
-¿Y eso qué le permite?
- Yo no me entero cuando llega un WhatsApp: no vibra, no suena, no prende luces, tengo todo eso deshabilitado. Es una barrera incómoda para el que quiere contactarse conmigo, porque yo contesto cuando lo veo, no cuando me llega un mensaje. Vuelve la comunicación un poco más pausada, más asincrónica, pero me permite tener control de mi vida, de mi agenda, decidir cuándo me quiero conectar y no estar perpetuamente conectado. Y eso es fundamental. Las notificaciones no tienen como propósito notificarte, tienen como propósito interrumpirte y distraerte. Cuando la herramienta que usás es un dispositivo digital, en el momento que lo agarrás hay un montón de software adentro de tu teléfono al que le conviene que vos hagas algo diferente a lo que estabas por hacer. Es la primera herramienta que, cuando vos la empezás a usar, te empieza a tratar de usar a vos. Cada plataforma va a usar el mejor anzuelo disponible para tratar de que no hagas lo que pensabas hacer y hagas otra cosa. WhatsApp no se puede cerrar, eso debería estar prohibido, ¿cómo va a haber una app que no podés cerrar? Deberíamos tener derecho a desconectarnos sin desinstalar los programas.
- ¿Se está discutiendo ese derecho a la desconexión?
- No se plantea en esos términos, como un derecho, pero sí está sobre la mesa el corazón del problema: qué tipo de información pueden las empresas recolectar y en qué medida sabemos qué información nuestra están recolectando. La mayoría de las personas somos muy ingenuas en este punto. Hoy tenés un montón de aplicaciones que te piden la localización, incluso en momentos en los que no estás usando la app. Y eso es injustificable, salvo que sea una aplicación de mapas. Hubo cierta mejora porque cuando instalás una app, pide que consientas los permisos que se otorgan. Y eso pasa por la presión social, pero para la mayoría de la gente sigue siendo algo muy oscuro. Das ok porque querés usar la aplicación, sin entender mucho en qué consentiste y sin mucha posibilidad de decir que no.
- En el libro hace una analogía entre el consumo de comida chatarra y las redes sociales, ¿cómo es ésa relación?
- Me gusta esa analogía. Porque la gente fue tomando conciencia de los temas alimenticios y es obvio que tu cuerpo está hecho de lo que comés: si comés demasiada grasa, te sube el colesterol. Si te alimentás mal, desarrollás problemas de salud. Si estamos haciendo macanas, lo sabemos. Con el contenido digital todavía no pasó eso. Así como tu cuerpo está hecho de lo que comés, tu mente está hecha del contenido digital que consumís. Si estás mirando documentales sobre ecología tu cabeza se arma de una manera y si mirás contenido sobre la vida de los ricos y famosos se arma de otra, es inevitable. Pero no tenemos la misma conciencia de que Internet está lleno del equivalente digital de la comida chatarra. Hace unos meses hubo una campaña de publicidad gráfica de un canal de series con el eslogan: "si es adictivo, está acá". Eso es de locos ¿En qué otro contexto alguien podría usar la palabra adicción como un atributo positivo? Eso pasa porque en lo digital todavía la palabra adicción tiene una connotación positiva, parece algo cool o divertido. Una de las categorías de Netflix es "series para mirarte infinitos capítulos". Tenemos que cambiar el chip porque la adicción es mala en cualquier contexto, especialmente uno que se mete con tu ideología, con tus hábitos de consumo y con tus relaciones interpersonales.
- ¿Los estados deberían tener más injerencia en estos temas y regular las prácticas antiéticas de las empresas?
- Idealmente sí, pero el problema es que en general las personas que integran los gobiernos tienen una falta de familiaridad tecnológica alarmante. La mayoría tienen un community manager que les maneja los tweets y eso es lo que entienden de redes sociales. No es un problema específico de Argentina. Cuando fue la interpelación a Mark Zuckerberg en el Congreso de Estados Unidos (en 2018, por el uso de datos personales de los usuarios de Facebook durante la campaña presidencial de 2016), te aseguro que Zuckerberg debe haber estado tres semanas encerrado con sus asesores tirándole las preguntas más difíciles, y preparándose para esquivar todas las balas. Pero cuando ves las preguntas que le hicieron los legisladores, son un papelón. El tipo estaba preparado para que le tiren bombas nucleares y le tiraron con una cerbatana y papelito masticado. Te dabas cuenta que las preguntas los legisladores ni siquiera entendían que hacían, alguien se las había escrito, y no oodían repreguntar porque no entendían las respuestas. Hay una asimetría tan grande entre la sofisticación de las compañías y la poca sofisticación de los funcionarios en estos temas, que es muy difícil dar respuestas a estos problemas.
- La hiperconexión digital es un fenómeno muy nuevo, de los últimos diez años. ¿Cómo afecta todo esto a los más chicos?
- Antes, cuando querías vender un producto para bebés, se lo vendías a la madre. Pero a fines de los noventa descubrieron a los bebés como un target consumidor al que se podía apuntar de manera directa. Empezó con un sistema de videos que se llamaba Baby Einstein, diseñado por una compañía que te prometía hacer a tus hijos "más inteligentes". Y lo que tenían era una sucesión de imágenes muy coloridas, con un tipo de movimiento y músicas que provocaban un efecto adictivo en el bebé. Vos le ponías esto y quedaba obnubilado por horas. Después aparecieron los Teletubbies y una serie de productos dirigidos a un target de edad que hasta ese momento no era tenido en cuenta por la publicidad. Esto generó algo tremendamente funcional a los adultos a cargo, porque los chicos chiquitos son muy demandantes y sobre todo cuando están aburridos. Si vos le das un juguete, el chico se entretiene cinco o diez minutos, pero si le das un celular, se entretiene tres o cuatro horas o hasta que lo desconectes. Esto es muy cómodo para los adultos pero es súper nocivo para los chicos y no hay tanta conciencia de eso. Hoy dejamos a los chicos usar Internet sin ningún acompañamiento o explicación. Eso es una locura. Y tiene que ver con que muchos padres y madres no conocen los riesgos de Internet y no sabrían cómo explicárselos a sus hijos. La recomendación de la Asociación Argentina de Padiatría es que hasta los dos años no se usen ningún tipo de dispositivo. Pero la realidad es que el noventa por ciento de los chicos usan dispositivos antes de esa edad.
- ¿Y cómo operan en la autoestima estos “caramelitos mentales” y mecanismos de distracción que implementan las redes sociales?
- La cantidad de seguidores y los likes son la moneda en la que hoy se comercia la aceptación social. Porque si bien siempre fue cierto que había gente más popular y gente más retraída, ahora es explícito y es público, está a la vista de todos. La cantidad de seguidores y de likes es el señalamiento hacia el mundo de cuán aceptado sos. Y obviamente la aceptación de los demás es crucial para cualquier persona. Si antes era más sutil, ahora todo el mundo puede ver cuál es tu grado de popularidad o aceptación. Entonces, empezás a modificar tus actos para conformar la norma y conseguir seguidores y poder mostrarle al mundo que sos aceptado. Y eso lleva a que empecemos a vivir la vida para mostrarla más que para disfrutarla. Vas al Glaciar Perito Moreno y en vez de dejarte inundar por la impresionante grandiosidad de la escena, estás pensando desde dónde va a salir mejor la selfie y la cantidad de likes que vas a tener por haber estado ahí. Y eso contamina todo el día a día, estamos más tiempo pensando qué vamos a mostrar que en lo que estamos haciendo. Todo el esquema de los likes y la cantidad de seguidores hizo añicos nuestra autoestima. Y no se limita a los adolescentes. Los adultos estamos tan entrampados como los chicos. En este momento realmente vivimos la vida para mostrarla.
- Hizo una columna radial que suscitó polémicas, sobre cómo las clases virtuales, sin planificación, cambiaron de manera abrupta la dinámica de los docentes, alumnos y familias. ¿Cómo ve el escenario de la escuela pospandemia?
- La tecnología bien utilizada y puesta al servicio de nuestros fines es una herramienta espectacular. El problema es que en este momento está siendo utilizada, en general, para volvernos funcionales a los fines de otros. En el ámbito de la educación tuvimos una inercia brutal de resistencia de cambio. A pesar de que otros órdenes de la vida han cambiado mucho, la educación no ha cambiado prácticamente nada. La educación mía y la de mis hijos es la misma. Es como si la educación no hubiera tomado nota de que existe la tecnología y que ofrece posibilidades increíbles. Curiosamente es la pandemia la que nos obligó compulsivamente a incorporar la herramienta tecnológica y ahora el desafío es pensar cómo la usamos. Porque el riesgo que tenemos es que quede, de nuevo, al servicio del interés de otros.
- Usted propone una especie de enseñanza mixta: que los alumnos puedan ver en sus casas algunas clases grabadas y que el aula sea un espacio de interacción, consulta, debate, ejercicios, exposición de trabajos. ¿Es viable su aplicación?
- Es un terreno bastante inexplorado y hay que hacer mucho laburo de aprendizaje. Las clases remotas no son el futuro de la educación, no es que queremos a los chicos encerrados en sus casas en lugar de estar en la escuela. Pero hay un montón de cositas que pasaron "por accidente", basadas en la circunstancia de que los chicos no pueden ir a la escuela, que están buenísimas. Y que son pequeños bloques para construir la educación que viene. Las clases remotas nos obligaron por primera vez en la historia a cambiar en serio los métodos de evaluación. Porque el método de evaluación más difundido desde siempre era la prueba a libro cerrado con preguntas fácticas que se responden de memoria. Ese mecanismo de evaluación, que no sirve para nada, no se puede hacer ahora. Porque en la computadora o el celular donde los chicos tienen que hacer el examen está Google. Y tienen WhatsApp para preguntarle a su compañero y copiarse. Eso es genial. Porque en la vida, cuando yo tengo un problema y tengo que escribir un artículo sobre determinado tema, pienso a quién conozco que sepa de eso y le pregunto, busco ayuda, investigo, hasta que construyo un discurso propio sobre el tema. Y eso es lo que te entrena un examen a libro abierto o a “internet abierto”: es una habilidad muchísimo más interesante y más rica que aprenderte de memoria todos los ríos de Europa y olvidártelos al día siguiente de la prueba. Lo hicimos por accidente y por obligación, pero es genial. Cuando puedan volver las clases presenciales, ojalá no volvamos atrás en los mecanismos de evaluación.
https://www.pagina12.com.ar/279581-estamos-viviendo-la-vida-para-mostrarla-en-las-redes
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El capitalismo infiltrado en nuestros cuerpos: una reflexión desde la historia cultural
El pasado nos sirve para entender que la aceleración de nuestras vidas no es una fatalidad ni responde a fragilidades individuales. Su explicación habría que buscarla en las condiciones que impone el sistema económico.
Por Sonsoles Hernández Barbosa.
Vivimos sacudidos por la prisa. También aquejados por síndromes conceptualizados como hiperactividad, trastorno de déficit de atención, adicciones, estrés, burnout, cansancio crónico. ¿Qué hay detrás de este creciente número de afecciones mentales? El estudio de la cultura material del presente y del pasado nos permite pensar cómo los objetos que acompañan nuestra cotidianeidad condicionan nuestra psicología, nuestros comportamientos y el modo en que nos relacionamos con el mundo.
Quizás el ejemplo más evidente sean las pantallas. El uso generalizado de tablets y smartphones además de generar adicciones, nos mantienen en continuo en estado de alerta, con notificaciones que nos avisan de cambios de estado, al tiempo que propician un consumo acelerado de contenidos al incitarnos a responder a varias aplicaciones, o incluso pantallas, simultáneamente. En Inglaterra, el diario británico The Guardian señalaba que después del confinamiento de los primeros meses de pandemia los alumnos no se acostumbraban a las clases magistrales tradicionales. Los contenidos a los que accedían en streaming a una velocidad de 1,5 volvían lentas las clases teóricas al uso. La velocidad se ha convertido en un componente más de nuestra cotidianeidad. Vivimos más deprisa, fruto de la exigencia constante de nuestra atención, y somos cada vez más impacientes, producto de la cultura de la inmediatez en que estamos insertos.
Hace casi medio siglo, una de las escritoras que mejor ha sabido captar los vericuetos de la cotidianeidad en nuestra lengua, Carmen Martín Gaite, advertía ya de esta enfermedad de la prisa y, en particular, del peligro que supone entender que este estado rutinario de velocidad pudiera naturalizarse: “Y es que cuando vemos que a todo el mundo le pasan las mismas cosas no nos paramos a pensar por qué, ni si podrían dejar de pasarle. Nos abandonamos a la inercia de aceptar que lo que ocurre siempre es porque tiene fatales raíces en la esencia de lo humano” (Recetas contra la prisa, 1973).
Esa inercia fatal que nos aqueja, que Martín Gaite formulaba con juiciosa intuición, ha sido cuestionada por la perspectiva histórica. Los modos en que sentimos no están radicados “en la esencia de lo humano” sino anclados históricamente, condicionados de forma histórica y geográfica. Ser conscientes de ello nos permite desuniversalizar y desnaturalizar ciertas prácticas y formas de sentir y actuar. Así, por ejemplo, tendemos a entender el estrés como un condicionante forzoso en nuestras vidas cuando, en cambio, se encuentra inextricablemente unido a unas condiciones de trabajo, las regidas por la productividad del sistema capitalista que somete nuestro mundo. De hecho, los primeros casos de estrés fueron identificados a finales del siglo XIX, en el momento en que se consolidaba la economía industrial, como han demostrado recientemente colegas británicas. No es casual que el consumo de drogas se popularizase entonces, como paliativo ante la aparición de enfermedades nerviosas.
La hiperestimulación a la que se somete el individuo con el surgimiento de la metrópolis moderna y su impacto sobre la psicología del urbanita fueron advertidos a finales del siglo XIX, en plena modernidad capitalista, por el sociólogo Georg Simmel. Lo formuló del siguiente modo, señalando que la cultura objetiva –las producciones materiales– se imponen sobre la subjetividad –la vida mental de los individuos–, es decir, las producciones materiales nos acaban definiendo como individuos. Simmel identificó que la metrópolis moderna ejercía un impacto en la psicología del individuo con su sobrevenir de estímulos: escaparates cambiantes repletos de objetos en transformación, anuncios publicitarios dispuestos en el mobiliario y en el transporte urbanos, o las nuevas relaciones interpersonales definidas por el contacto estrecho y fugaz entre desconocidos. La economía capitalista creaba así las condiciones para una demanda continua de atención que buscaba seducir con sus productos. Todo ello suponía que la cultura objetiva tuviese un impacto definitivo en la psicología del individuo moderno, cuya memoria de sí mismo y su identidad se presentaban inestables por primera vez en la historia a finales del XIX.
Como componente fundamental de la experiencia perceptiva moderna se sumaba a ello el empleo de tecnologías en constante renovación. El propio nacimiento del capitalismo es consustancial a un artefacto tecnológico: el reloj, que con la Revolución Industrial pasó a convertirse en un objeto necesario en la sincronización del trabajo, y los empleados priorizaban entre sus adquisiciones en cuanto mejoraban sus niveles de vida.
La tecnología aparece asociada a la ideología del progreso decimonónica. Para un individuo de finales del siglo XIX resultaba evidente que el cambio, la transformación histórica, equivalía a progreso. Eran precisamente la tecnología y las comunicaciones los ámbitos en los que de forma más palpable este se manifestaba. Unas tecnologías ya en el siglo XIX asociadas a la idea de obsolescencia, lo cual exigía, y exige, de sus compradores un adiestramiento constante. Unas tecnologías que se renuevan para mantener vivo el interés en su adquisición, lo que favorece a su vez el consumo, que desde el capitalismo industrial aparece asociado a otro fenómeno contemporáneo como es el fomento de la compra por capricho, innecesaria: de ahí el papel crucial de la publicidad, el escaparatismo y otras técnicas de marketing.
Las tecnologías nacen en el siglo XIX bajo la utopía de hacernos la vida más fácil: evitarnos la escritura mediante el dictado de la voz o ahorrarnos el desplazamiento a los conciertos trayéndonos la reproducción de música a casa. Ambas situaciones planeaban en el imaginario de finales del siglo XIX como utopías realizables en el año 2000.
Hoy tal vez sea el momento de imaginar nuevos escenarios de futuro. El buceo en el pasado nos sirve para entender que la aceleración de nuestras vidas no es una fatalidad, ni responde únicamente a fragilidades individuales. Su explicación habría que buscarla más bien en las condiciones que impone nuestro sistema económico, que no son las únicas posibles. En efecto, desde el origen del capitalismo existían zonas en el planeta ajenas a la economía capitalista en las que sus habitantes disponían de las necesidades materiales básicas: alimento y cobijo. Sin apelar a evocaciones nostálgicas ni al retroceso tecnológico, pueden ser imaginadas otras condiciones de producción y consumo que den cita a una tecnología más humana y confortable, posicionada en torno al bienestar del individuo. Cambiar las condiciones supondría cambiar nuestra salud y también la de un planeta que flaquea ante el crecimiento económico desmedido y la esquilma de sus recursos. Quizás así podamos volver a sentirnos dueños de nuestros cuerpos y más conectados con nuestro entorno.
https://www.anred.org/2022/08/20/el-capitalismo-infiltrado-en-nuestros-cuerpos-una-reflexion-desde-la-historia-cultural/
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Carl Honoré: "Creemos que para vivir mejor debemos hacerlo más rápido. Es una cultura que nos dice 'no pares'"
Carl Honoré, 52 años, nació en Escocia pero a los pocos meses su familia se radicó en Canadá, donde vivió muchos años y por eso se considera canadiense. Volvió a su país de origen para estudiar historia y lengua italiana en la Universidad de Edimburgo. vive en Londres, con su mujer y sus dos hijos, y llegó a residir unos años en Buenos Aires y en Fortaleza, Brasil. Es una de las figuras más importantes del llamado Slow Movement, surgido a mediados de los ‘80 contra la vida vertiginosa. Autor de “Elogio de la lentitud” y “Bajo presión”, acaba de editar “Bolder”, que saldrá en español con el título “Elogio de la experiencia”. Como periodista colaboró en publicaciones como The Economist, The Observer y Globe.
- ¿Hay cura para el “virus de la prisa”, se va solo o queda alojado?
- (Sonríe) No se va solo, en mi experiencia hay que hacer cambios. Porque es una adicción existencial y cultural y hay que expulsar todo eso. Siempre hay que hacer menos, cortar la agenda cuando siempre se busca hacer demasiadas cosas. El celular dejarlo en modo avión, apagarlo o silenciar las notificaciones. También es bueno incorporar algún ritual slow como hacer yoga, cocinar, leer poesía, que ayude a desacelerar. También es bueno trabajar con calma y calidad, así como dormir un mínimo de siete horas.
- ¿Porqué se corre contra el tiempo?
- Por varias razones. En la cultura moderna hemos creado un vínculo profundo entre la productividad y la velocidad y creemos que para vivir mejor hay que hacerlo más rápido, no desperdiciando el tiempo y creyendo que vale oro. Estamos como contando los segundos, hacemos malabares y es una experiencia que viene del mundo de los negocios. Hay algo existencial con estar ocupado, a las corridas y evitamos encontrarnos con nosotros mismos y no preguntarnos quiénes somos, si estamos viviendo la vida apropiada. Y cuando nos morimos de ganas de pisar el freno no lo hacemos por vergüenza o miedo. Aceleramos la vida en lugar de vivirla.
- Vivir aceleradamente entonces es una forma de evitar…
- Si, es una huida. La última etapa antes del síndrome de la cabeza quemada o “burnout” es una explosión de aceleración. Una vez que tocas fondo te encuentras obligado a ralentizar y a preguntarte por lo existencial. Luego de recuperarte volvés con otro chip, con otro espíritu, haciendo todo más lento.
- ¿Hay mandatos sociales que colaboran con este estado acelerado de las personas?
- Estamos empapados de mandatos. Nace en la religión protestante, que predicaba que no había que parar y que el ocio era tóxico. Y eso chocó con la revolución industrial que le agregó el tema de la ganancia. Y ahora tenemos los celulares que nos acompañan a todos lados. Es una cultura que nos dice “no pares, hace cosas”.
- Cuando escribió “Elogio de la lentitud” hace quince años todavía no había una explosión de celulares ni redes sociales. ¿Cuánto afectaron el modo de vida?
- Estoy seguro que si hoy hiciera las conclusiones del libro, serían iguales a las de entonces. Sin dudas, las redes sociales aceleraron mucho más al mundo. No son malas en sí, son una herramienta y si la usamos mal o mucho termina siendo un problema. Como toda tecnología, tiene su lado positivo porque nos conecta. Yo creo que también hay algo que está cambiando, la gente está buscando otros modos de desconectarse. Por ejemplo en Londres la gente deja los celulares en la mesa de un bar o restaurante y el que lo agarra para mirar, paga la cuenta. Allí mismo el año pasado las ventas de libros de poesía triplicaron a las del año anterior porque los jóvenes están buscando algo sin pantallas. Estuve en Silicon Valley dando charlas y es interesante lo que está pasando, qué están haciendo los empleados de Google con sus hijos, por ejemplo. No juegan con celulares ni pantallas, sino con rompecabezas, una niñez como de antes. La primera pregunta que le hacen a una niñera en una entrevista es ¿qué vas hacer para que mis hijos no pasen tanto tiempo frente a las pantallas? Estos cambios están llegando pero justamente el movimiento slow es una revolución lenta que se da por fases. Lo paradójico es que hay mucha gente que quiere una revolución slow rápidamente.
- ¿Vivir a mil nos hace menos solidarios porque miramos poco al otro?
- La velocidad es egoísta, cuando estamos atascados en fast life entramos en una burbuja individualista. Por eso estamos conectados electrónicamente y hay mucha soledad en la ciudad, porque perdemos conexión con los demás y va de la mano con la velocidad. Cuando uno ralentiza uno piensa en los demás, cuida a los otros. La vida más lenta es sana, sostenible y solidaria. Hay un proverbio africano que dice: “Si quieres ir rápido, vete sólo. Si quieres ir lejos, vayan juntos”.
https://www.clarin.com/opinion/carl-honore-creemos-vivir-mejor-debemos-hacerlo-rapido-cultura-dice-pares_0_H8_nQEq_-.html
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Carl Honoré: “Nadie llega al lecho de su muerte diciendo: ojalá hubiera comprado más cosas”
- Usted es reconocido en el mundo por defender la lentitud. ¿Por qué es tan difícil frenar?
- Somos adictos a la velocidad, a la prisa, a la estimulación: es casi una adicción física, química. Si nos quitan esa distracción y velocidad no lo festejamos. Por el contrario, nos entra una desesperación -un pánico- y hasta podemos sentir síntomas de abstinencia. Al mismo tiempo, es algo cultural que está muy arraigado en nuestra sociedad: lento es sinónimo de aburrido, estúpido, vago, improductivo y de muchas cosas negativas. Este tabú hace que aún cuando sentimos en los huesos que nos haría bien pisar el freno no lo hacemos, por miedo, vergüenza y culpa. Pero este comportamiento de vivir en fast forward nos genera muchos problemas.
- ¿Qué nos estamos perdiendo en la locura vertiginosa?
- Pagamos un precio muy alto cuando nos quedamos atrapados en el arte de la prisa, sacrificamos muchas cosas: la salud, la alegría, la felicidad, y también productividad, creatividad, las relaciones humanas e incluso el cuidado por el medio ambiente. Muchos de nosotros estamos acelerando la vida en lugar de vivirla.
- En este contexto, ¿qué importancia hay que darle a las redes sociales?
- Me encantan las redes sociales, las uso, estoy presente ahí pero en general creo que son un arma de doble filo que depende totalmente de cómo las usamos. Si estamos constantemente monitoreando y mirando las redes sociales y si vivimos cada experiencia a través de su filtro, pasan a ser un problema. Pero si las usamos como lo hago yo, en momentos fijos después de la experiencia, creo que pueden convertirse en una herramienta mágica tanto en el trabajo como en la vida personal, porque pueden ser una manera de profundizar la comunicación, de escuchar a los demás, de conocer gente y de exponerse a nuevas ideas.
- En relación a la lentitud y el consumo, ¿esta nueva tendencia va a afectar la manera de comprar?
- Estamos llegando a un punto de inflexión en el consumo: existe una diferencia fundamental entre consumir y experimentar. Consumir es algo que se puede acelerar. Pero no podés experimentar en forma más rápida, por más prisa que tengas: no se puede amar o enamorarse de una persona más rápidamente ni tampoco acelerar una puesta de sol porque tiene su propio tiempo. Yo veo un cambio tectónico en el consumo. Las experiencias toman protagonismo, sobre todo en las nuevas generaciones que tienen mucho menos interés en comprar y acumular cosas. Lo que buscan son experiencias. Y esto es una necesidad humana básica. Nadie se encuentra en su lecho de muerte mirando hacia atrás y diciéndose: ojalá hubiera comprado más cosas en Amazon. Lo que sí dicen es: “Ojala hubiera pasado más tiempo con mis hijos” u “ojalá hubiera mirado más puestas de sol, viajado más, descubierto más cosas o experimentado más”.
- ¿Qué elogio le dejó la pandemia y qué aprendizaje cree que nos deja a la humanidad?
- Es un gran recordatorio de que todos estamos conectados y que somos más fuertes cuando estamos unidos. La edad trae cierta vulnerabilidad a las enfermedades pero todos estamos en lo mismo. Es un buen momento para “resetear” un poco las relaciones entre las generaciones. Una sociedad es más sana, solidaria, productiva e innovadora cuando las generaciones se mezclan. Hay que cuidar al otro, más allá de la edad.
https://www.lanacion.com.ar/salud/vida_sana/carl-honore-nadie-llega-al-lecho-de-su-muerte-diciendo-ojala-hubiera-comprado-mas-cosas-nid27052022/
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Entrevista a Byung-Chul Han
- Ha dicho que “la supervivencia se convertirá en un absoluto, como si viviéramos en un estado de guerra permanente”, una definición que parece haberse perfeccionado en la pandemia. ¿Cree que el cansancio de la sociedad se profundizó en este tiempo?
- La sociedad de supervivencia ha gastado todo el buen sentido para apreciar lo bueno de la vida. El positivismo hiperexacervado ha hecho insostenible la incertidumbre. El exceso de información signó la desesperanza de cuarentenas eternas y reconversión de un status quo que se retroalimentó (y aún lo hace) con la aparición de nuevas cepas. Pareciera que nos aferramos a este presente flojo de sentido. No dejamos partir al Covid. Nos aferramos al virus como si nos hubiera aportado un propósito.
- En este sentido, ¿supone que hay un juego alternado de ilusiones y desilusiones?
- El Covid nos llenó de vacíos nuevos, aunque con preocupaciones alarmantes a las que este hombre contemporáneo se sube sin análisis, en parte arrastrado por la abulia creada por el hiperconsumismo y la hipertransparencia. Nos han impuestos monitoreos vigilantes, cuarentenas más acordes al juicio de la política que a argumentos de salud. Hitos que implicaron compromiso a las libertades como no vemos desde la Segunda Guerra Mundial. Se ha dinamitado cualquier esbozo de disfrute en pos de la salud, aunque en esa paradoja, todo lo anterior presupone una artillería debilitante a su constructor. El telón de fondo deja entrever una destrucción del tejido humano en pos del surgimiento de un miedo masivo que polariza el concepto de supervivencia, sometiéndolo a las realidades del mercado.
- ¿A eso se refiere cuando sostiene que la muerte no es democrática?
- El Covid se convirtió en una luz negra que desnuda lo que a simple vista no se ve, pero alguien puso allí. La vulnerabilidad humana no es igualitaria o inclusiva. La mortandad depende del estatus social. La muerte nunca ha sido equitativa. La pandemia no ha cambiado las cosas, solo ha puesto sobre la mesa las inequidades sociales que revelan por qué unos enferman más que otros, algunos se mueren sin atención adecuada u otros aún no han recibido sus vacunas. Cientos de estudios científicos se han encargado de destacar cómo los afroamericanos casi que duplican los guarismos de mortalidad, gravedad o enfermedad frente a las poblaciones blancas de los Estados Unidos. Esto parece ser una novedad para las masas, pero es una realidad que conocemos. No nos sorprende, solo nos lo reconfirma. Los que tuvieron que trabajar a pesar de todo fueron, precisamente, aquellos habitantes de barrios suburbanos que no podían dejar sus puestos porque pertenecen a un grupo indocumentado o desplazado en la legalidad laboral.
- ¿Lo que creemos real pierde fronteras bajo la intangible virtualidad?
- Aún somos acumuladores, pero ahora de bits. Los objetos son pilares que nos brindan seguridad. Pero estos tiempos están enturbiados por la información y todos sus matices. Ya no se trata de aquello que sugiere el presentador de noticias o el titular del periódico. El lado oscuro de la información se introduce, incluso a través de las cosas, pero para convertirlas en no objetos. Por ejemplo, el smartphone ya no es una cosa. Es el canal propio en el que cada uno de nosotros recibe su propio bombardeo de informaciones que aletean como colibríes frente a nuestros sentidos, cohibiendo la capacidad de análisis. Este caudal de información es lo opuesto a cualquier objeto que puede sostener la tranquilidad humana. Nos invade de exitación constante. Nos convierte en adictos a recibir más, cada vez más nuevo, más inmediato. Los sucesos pasan al pasado más rápido que el tiempo. La hiperinconexión dinamitó nuestras dinámicas. El teletrabajo es muestra de ello. La arquitectura del día fue arrasada. Nuestros rituales perdieron estructuras. La pandemia ha acelerado este nuevo esquema donde la pérdida de forma zambulle a las personas en un mar líquido en el que los náufragos se debaten con la depresión.
- ¿Cómo ha cambiado la cultura en la era global?
- Diferentes tiempos y continuidades coexisten en la hipercultura en un universo de mosaico. Los vínculos han emergido múltiples y lábiles. La superficialidad de la amistad es la base de la hiperculturalidad. Su misma carencia de reglas permite un impacto generalizado. Crea un máximo de solidaridad con un mínimo de interrelación. Tanto positivismo agota. No hay polarización de amigo versus enemigo, de adentro versus afuera, o de lo personal versus lo extraño, de lo real versus lo virtual. Las redes sociales parecen ser el escenario de la cultura contemporánea. En ese hiperespacio intentan evitar mensajes negativos de cualquier tipo al proporcionar solo ventanas estrechas para la interacción.
- Cuando habla del hiperespacio, ¿se refiere solo al mundo digital o la hipercultura también es evidente en otros lugares?
- El hiperespacio es un híbrido donde todo se entrecruza. Allí se han eliminado los parámetros culturales y geográficos. Es un ámbito con ausencia de distancia, lo que quita posibilidad de perspectiva. La hiperculturalidad es diferente de la multiculturalidad. Es superadora. Como diría [el filósofo francés Jean] Baudrillard, emerge un escenario más real que el real, la hiperrealidad. Las redes sociales no son un espacio de libertad; es uno que permite un control total. Ofrece a los usuarios una sensación de libertad más ligada al voyeurista que al actor. Contrariamente a lo que estábamos acostumbrados, el control se logra mediante la interconexión. Los reclusos confinados dejan paso a los usuarios que se creen libres.
- Ha dicho que la amistad es una nueva manera de emprendedurismo, ¿a qué se refiere?
- Una reciente campaña de Burger King presentó el programa Whopper Sacrifice. Se invitó a las personas a eliminar diez amigos de Facebook para hacerse de una hamburguesa gratis. Fue un éxito porque lo que llamamos amistad en las redes es tan poco valioso como un atado de carne de comida rápida. Los individuos son microemprendedores que evalúan sus acciones a partir del rédito que pueden obtener. Incluso la amistad debe ser rentable. Las redes sociales no son un espacio amistoso, desde una visión económica son ámbitos de explotación.
- ¿Qué tipo de intercambio producen estas amistades?
- Los amigos son los clientes de esta era, por lo que ganar nuevos es ampliar la cartera. El incremento de seguidores fortalece la sensación narcisista del yo. Internet es un espacio autoreferencial donde se trata de circular el ser uno mismo. Más de lo que ya busqué, más de lo que quiero leer, más gente que piensa como yo. No existe el desafío del otro. El espacio virtual es un infierno de monotonía.
- ¿Usted cree que la serie El juego del calamar es premonitoria a su lectura de la digitalización?
- Es un camino. La digitalización nos lleva a un nuevo concepto de Homo: el Homo ludens, atrapado por el juego más que por el trabajo. Las redes sociales y los videojuegos vienen incorporando prácticas que se suponen lúdicas e inocentes, pero que refuerzan la adicción de los usuarios. Una condición que se exacerba en los niños. Ya nos rodean monedas sin respaldo, la datasexualidad, experiencias de comunidades totalmente en línea e internet de las cosas. Todo supone una alerta de vigilancia continua que reúne información permanente de nosotros, pero que ahora no se guarece solo en ello. También nos predice qué deseamos. La alarma del modelo es su pretendida libertad. Elegimos que el smartphone o el smartwatch nos indique cuán bien dormimos o cuántos pasos damos, pero en verdad nos somete al dictado de la cantidad correcta. La resistencia nace de la opresión. La digitalización esconde su esencia represora detrás de un rostro seductor. La dominación se transforma en exitosa al disfrazarse de libertad. Nos somete a mostrarnos tal cual somos, mientras nos homogeneiza. Estamos arribando al infierno de ser todos iguales.
https://www.lanacion.com.ar/la-nacion-revista/hiperfilosofo-ya-no-necesitan-doblegarte-te-convencieron-para-que-te-sometieras-voluntariamente-dice-nid02042022/