12/4/21

Dossier Countries y Barrios Privados

¿Qué es un club de campo?

Un club de campo (o country club) es un tipo de club deportivo de origen inglés dedicado a deportes al aire libre que requieren amplias instalaciones, como por ejemplo, el golf, el croquet, el polo o el hockey sobre césped. [...] En Argentina, la expresión “country club” comienza a utilizarse en las revistas de arquitectura de la década del treinta invocando a clubes suburbanos que combinaban instalaciones destinadas a la práctica deportiva con “viviendas residenciales” de uso temporario (“weekend” o “fin de semana”).

En Buenos Aires los primeros “countries” exclusivos construidos de acuerdo con este nuevo modelo fueron: el Tortugas Country Club (década de 1930), el Hindú Country Club (1919), el Highland Park y el Olivos Golf Club (ambos de la década de 1950). En la mayoría de los casos, estos se constituyen sobre la base de clubes deportivos existentes cercanos a la ciudad de Buenos Aires y dedicados a la práctica del golf.

En esta primera época el club de campo combina instalaciones específicamente deportivas con dos tipos de habitaciones para “alojamiento temporario”: el “club house”, o gran pabellón, con habitaciones distribuidas paralelamente y servicios generales, junto con el “barrio parque”, anexo al “country club” y comunicado con él, en el que se construyen “casas individuales de fin de semana” pertenecientes a particulares.

En cuanto a las formas jurídicas de dominio, los clubs de campo oscilaban entre las siguientes posibilidades: a) propiedad del club y usufructo de los socios de las habitaciones del “club house” o de las viviendas del “barrio parque”; b) sociedad cooperativa entre los mismos socios y propiedad de los bienes inmuebles respectivos; y c) simple propiedad de cada socio sobre su casa o departamento.

Para 1970 vivían ya en el Área Metropolitana de Buenos Aires ocho millones de personas. Sin embargo, a partir de aquí comenzará a detenerse el proceso de expansión urbana. La ocupación territorial ya no se producirá sobre la prolongación de los brazos existentes sino sobre la cobertura de los espacios intersticiales, diluyéndose la característica forma en estrella. Este hecho se produce con el declive del Estado de Bienestar, base material e ideológica de la planificación y del progresismo urbano. [...]

A partir del golpe de Estado de 1976, las políticas sociales y económicas de la dictadura, se insertan claramente en un marco de pos-expansionismo: se desalienta la producción industrial a través de políticas cambiarias desfavorables y se expulsa brutalmente a la población carenciada de la ciudad para que retorne a sus provincias o países de origen. También se pone punto final a las políticas redistribucionistas.

Los lineamientos principales de la dictadura militar en la Ciudad y en la Provincia de Buenos Aires siguieron este lineamiento aunque conjugándolo con otros elementos rescatados del ciclo modernizador-planificador que tanto había promocionado el “progresismo”. Según los nuevos planes se levantarían autopistas de acceso a la zona central de la Capital para mejorar el tránsito (Plan de Autopistas Urbanas, etc.), entre otras importantes obras públicas. El intendente Osvaldo Cacciatore también trató de cambiar la cara de la Capital erradicando violentamente a las villas miseria, bajo una modalidad cuasi-terrorista.

Asimismo, en la Provincia de Buenos Aires se aplicó en 1977 el Decreto-Ley Nº 8.912 de “Ordenamiento Territorial y Uso del Suelo”, que también proponía objetivos tradicionales de la planificación modernizadora, como prohibir la urbanización en zonas inundables o reestructurar el tejido urbano disperso. Sin embargo, la aplicación de este instrumento en un contexto socioeconómico desfavorable para los sectores populares se tradujo en el fin de los loteos económicos (clave principal del ciclo expansivo) y en la multiplicación de asentamientos ilegales en peores condiciones que las que se buscaba evitar.

Estas medidas en su conjunto producen un punto de inflexión en el proceso de formación de los “country clubs” dentro del Área Metropolitana de Buenos Aires. El desarrollo de nuevas autopistas que comunican la ciudad con los municipios periféricos y la imposibilidad de realizar loteos económicos para los sectores populares provoca que los emprendedores inmobiliarios piensen nuevas iniciativas para los grandes espacios disponibles en el Conurbano bonaerense enfocados ahora hacia el mercado de la clase media alta. Paralelamente, la ley provincial N º 8.912/77, consagra la utilización de la expresión “club de campo” como traducción castellana del “country club”.

Sin embargo, en la Argentina solo se utilizará este término en el lenguaje jurídico, en los reglamentos urbanísticos o en el lenguaje institucional de comunicación vial; para los porteños seguía siendo el “country”. Esta segunda generación de los clubs de campo, que se extiende hasta mediados de la década del ochenta, presenta nuevas características constitutivas dentro de un marco general que disminuye las exigencias sociales para el ingreso de nuevos propietarios. [...]

A mediados de la década del ochenta, se produce un cambio trascendental en el uso del club de campo: las viviendas destinadas a fin de semana ahora se transforman en vivienda de uso permanente, con un perfil social predominante de matrimonios jóvenes con hijos pequeños. Comienza a perfilarse una nueva imagen del country: una comunidad cerrada, autocontenida en sí misma, que intenta reducir al mínimo sus lazos con el exterior. Así, el fenómeno del 

Countries: las identidades suburbanas y la construcción del "Otro"

Para la socióloga Cecilia Arizaga, en los countries se configura un nuevo sujeto social que se aleja del afuera y comienza a pensar a quien no está adentro como un “otro” hostil y peligroso. Infojus Noticias conversó con ella sobre este proceso de urbanización que explotó en la Argentina de los ’90, donde un muro separa la opulencia de la pobreza visible.

Por Juan Carrá

¿Qué hay detrás de los muros? Además de casas de lujo, inmensos parques, lagunas, canchas de golf, detrás de los muros hay historias que encierran mucho más que anécdotas de las familias que decidieron ese estilo de vida. Detrás de los muros se configura un nuevo sujeto que se aleja del afuera y comienza a pensar a quién no está adentro como un “otro” hostil y peligroso. Además del impacto medioambiental que redundó, entre otras cosas, en las inundaciones pasadas por la crecida del Río Luján, los countries tienen un impacto social que afecta a toda la zona.

Para la socióloga Cecilia Arizaga–investigadora y directora de la carrera sociología de la UCES–, especialista en el impacto social que generan los barrios cerrados este proceso de suburbanización es global, pero tienen características especiales en Argentina.  “Se concentran en espacios en los que al mismo tiempo aparecen bolsones de pobreza, de sectores medios empobrecidos, que conviven en el espacio geográfico, físico, con estas nuevas urbanizaciones de sectores medios ascendentes”, explicó. La privatización del espacio público, el extrañamiento del otro y el deseo de pertenecer a cualquier precio son algunas de las características que Arizaga explica en diálogo con Infojus Noticias.

– ¿Cómo se da el proceso de urbanización cerrada en la zona periférica a la Capital Federal?
– El tema de los barrios cerrados tiene larga data. Uno puede encontrar los primeros country en la década del 40, lo que pasa es que tenían otro tipo de función, eran lugares específicamente de fin de semana, de vacaciones, no eran lugar de vivienda permanente. Esto cambia a fines de los 80. En muchos casos son familias que tenían estos lugares como vivienda de fin de semana y a partir de cuestiones económicas deciden quedarse con una sola vivienda y eligen la del country.  Ahí empiezan a generarse los primeros barrios cerrados que se diferencias de los countries. Lo que aparece como “boom” surge al promediar los años 90, en donde comienza a haber nuevas urbanizaciones pensadas como viviendas permanentes para sectores medios que dejan la ciudad –su espacio de identidad– y eligen el suburbio en una modalidad privada. Esto no es menor porque el proceso de suburbanización que se da en estas clases medias supone un quiebre en la identidad urbana y en la cultura urbana de la clase media porteña histórica.

– Más allá de estas características que plantea, ese boom que se da a partir de mediados de los 90, ¿tiene alguna característica especial?
– Está vinculado, en primer lugar, a un cambio cultural que viene junto al cambio político, generado desde décadas atrás y que en los ’90 tiene su clímax. Específicamente tiene que ver con la privatización. En todo sentido, hay una cultura de lo privado. Hay que leer este proceso desde ahí. También, hay un cambio de valores en relación a lo público y lo urbano, en el que más allá del factor seguridad frente al delito y la ciudad que aparece como el espacio donde ese delito tiene mayor lugar, las ciudades empiezan a tener un proceso de fragmentación social.

– El fenómeno de los barrios privados es algo global, ¿hay especificidades en Argentina?
– En Argentina, específicamente en la región metropolitana, que es donde se concentran este tipo de urbanizaciones, tienen características locales muy específicas. Se concentran en espacios en los que al mismo tiempo aparecen bolsones de pobreza, de sectores medios empobrecidos, que conviven en el espacio geográfico, físico, con estas nuevas urbanizaciones de sectores medios ascendentes.

– Entonces, el fenómeno del country también está ligado a la clase media…
– No pensemos solo en mega urbanizaciones que suponen un desembolso de plata muy importante. Desde fines de los ‘90, con la ampliación de la oferta de barrios privados, también se abrió a clases medias que tenían que hacer grandes sacrificios para comprar una vivienda. En ese se configura lo que llamo “un imaginario de llegada”. Es decir, de movilidad social vinculada a vivir en un espacio que supone una mejor calidad de vida, un mejor posicionamiento social, una seguridad de pertenecer a un espacio dentro de la estructura social, en momentos en los que nadie tenía bien en claro en qué lugar dentro de esa estructura está, si sigue siendo clase media, media alta, si bajó de nivel o no…  En medio de todo ese caos aparecen estos lugares como símbolos de distinción social y de pertenencia a un nosotros frente a la construcción de otro.

– Este tipo de avance inmobiliario que va creciendo sobre todo en la zona norte del Conurbano Bonaerense, tiene un impacto particular en la cuestión pública ¿Cómo se relaciona lo privado y lo público en este sentido?
– Ese es uno de los grandes temas que acarrea esta cuestión. Ahí aparecen un montón de actores y debates e intereses, sobre todo.  Lo que ocurre, entre otras cuestiones, es el impacto de pensar el espacio social como un espacio fragmentado, no sólo simbólicamente sino también materiales. El tema de la muralla no es sólo simbólico…. de tener que acceder pasando un control y que son cuestiones que se han extendido a la Ciudad de Buenos Aires, también. En el espacio suburbano tienen un impacto material y simbólico en relación a mostrar de una manera precisa y brutal el proceso de fragmentación que se da en el espacio social. En ese sentido puede decirse que se cumple perfectamente lo que dicen muchos sociólogos: “la nueva cuestión social se presenta en el espacio urbano”. Este tipo de urbanizaciones son la cara más visible de la nueva cuestión social. Por otro lado aparecen las cuestiones de cómo afectan cuestiones ambientales. Hay muchos estudios que muestran ese impacto, por ejemplo en el tema de las inundaciones. Desde lo político se puede decir que hay Municipios que son mucho más propensos que otros a firmar los permisos para este tipo de urbanizaciones. Eso tiene que ver con la necesidad de tener en cuenta el impacto social, ambiental que puede acarrear.

– ¿Cómo se percibe el afuera, teniendo en cuenta la construcción de ese "otro"?
– Hay un afuera que entra al barrio cerrado, es el afuera en el adentro, el “ellos” en el espacio del “nosotros”, que tiene que ver con los trabajadores que van a cumplir servicios dentro de ese barrio. En ese sentido aparece una figura de un otro que se lo define a partir de términos positivos: “gente humilde, trabajadora”, “gente digna, respetable” que cumple funciones. Ahora, cuando aparece algún tipo de problema en el espacio del barrio cerrado son ellos los primeros a los que se mira con sospecha. Es un tipo de relación muy precaria en ese sentido. Esta construcción el “otro” sigue siendo muy fuerte. Comparten el mismo espacio con estilos de vidas muy diferenciados. Es como poner una lupa en cuestiones que uno puede ver en otra intensidad dentro del espacio urbano.  Después hay otro que comparte el espacio físico tras la muralla que aparece como una figura peligrosa, amenazante y con eso aparecen los que tratan de no salir, o restringen sus salidas a los espacios de recreación que comparten con otros barrios de similares características, espacios de un “nosotros” que tratan de evitar los espacios de “ellos”.  Los adolescentes tienen una actitud más crítica que los padres, los chicos comentan que, como hay villas cercanas, sus padres organizan colectas de ropa y otras cosas para ellos y que en realidad lo hacen para que aparezcan lazos entre el “ellos” y el “nosotros” y que así no haya hechos delictivos. Para los mayores eso aparece como una cuestión de simple solidaridad.

http://www.archivoinfojus.gob.ar/provinciales/countries-las-identidades-suburbanas-y-la-construccion-del-otro-2379.html

***

Un clima cultural privatista

¿Cómo incide la cultura de los 90 en el desarrollo de barrios cerrados y countries? ¿Qué relaciones establecen los habitantes de estas islas con el mundo exterior? ¿Y cómo se registran en esos ámbitos los cambios a partir de diciembre de 2001? La socióloga Cecilia Arizaga, becaria posdoctoral del Conicet e investigadora del Instituto Gino Germani, estudió a lo largo de varios años la vida en el interior de las nuevas urbanizaciones cerradas de la zona norte de Buenos Aires. En diálogo con Página/12 cuenta algunas de sus conclusiones.

– ¿Qué forma toma el proceso de migración hacia los countries?
– En los 90 se ve la huida de los sectores medios, principalmente urbanos, hacia el suburbio. Pero no sólo había un proceso de suburbanización, sino también de encapsulamiento. Lo que estaba a flor de toda respuesta era el tema de la seguridad: la ciudad aparecía como un lugar inseguro. La hipótesis de mi trabajo se dirigió a buscar los elementos más subjetivos de esta seguridad. Es decir que no sólo era una respuesta frente al delito, sino que daba cuenta de ciertas condiciones que estaban surgiendo dentro de los intereses de estos sectores medios, hablaba de una seguridad de tipo subjetiva, simbólica, de estar en un ambiente homogéneo frente a lo heterogéneo de la ciudad abierta, y también respondía a un clima cultural de concientización privatista, que se trasladaba al espacio. Entonces este clima, este ethos privatista, de alguna manera estaba dando forma a estas nuevas urbanizaciones en el suburbio cerrado.

– ¿De qué manera se traduce este clima cultural?
– En el suburbio se puede ver de manera muy brutal con estos barrios pero también en la ciudad, aunque con diferencias, en nuevas formas residenciales como las torres country. Estas nuevas formas se combinan con grandes equipamientos de consumo: el shopping, el hipermercado, los multicines: se crea así una especie de red, de circuito privatista. El individuo se mueve a partir de redes, que en el suburbio son las autopistas, que conectan estas islas de la inclusión. En ese sentido es donde la lógica privatista se ve muy expuesta: surgen estos microclimas frente a un espacio físico y social que se va degradando. Lo que está mostrando esto es la convergencia de la lógica privatista y de una fragmentación social creciente.

– ¿Cómo se relacionan estas islas con el mundo exterior?
– Cuando yo hacía entrevistas hasta el ’99 o 2000, se veía que había una decisión de no salirse de las redes. El ejemplo paradigmático es el llamado kilómetro cincuenta, en Pilar. Allí es donde se concentran estos centros de consumo y entretenimiento a un lado y otro de la Panamericana. Hay shoppings, cierto tipo de negocio abierto en los 90, bares, edificios de oficinas, está el Sheraton Pilar... cierta idea de espacio global, como una isla de la globalización. Y se veía una decisión que se llevaba a cabo de manera bastante concreta de no salirse de estas redes. Algunos te decían que iban al pueblo, al casco histórico de Pilar a comprar algo, pero lo decían en general de un modo vergonzante. En alguna entrevista hasta me llegaron a decir que compraban en el pueblo pero luego cambiaban la bolsa. Esto se rompe de manera abrupta en diciembre de 2001: hay una legitimación del salirse de estas redes, pero por otro lado esto acarrea una profundización del enfrentamiento con el otro, el afuera, que es visto como peligroso, como amenaza. Igualmente se va al pueblo de Pilar y también a las quintas bolivianas en Escobar y a los llamados “bolishoppings”, lugares donde hay puestos concentrados en un predio, que venden productos de marcas truchas a precios muy baratos. Antes los usaban sectores populares de la zona, pero después de enero de 2002 esto se populariza y legitima en estos sectores medios.

– Pero siempre viéndolo con distancia.
– Sí, está en juego una mirada irónica: “Digo que la crisis también me tocó a mí porque es legítimo decirlo ahora”. En los 90 lo legítimo era el consumo ostensible, el mostrar, y el ejemplo paradigmático fue la 4x4. Después de diciembre de 2001 se legitima una baja de este consumo ostensible, una forma de estar a tono con los tiempos entre comillas, pero sin abandonar una mirada irónica. Y esto no quiere decir que no se vuelva en algún momento al consumo ostensible: es un corte, no necesariamente un cambio de aquí en adelante.

– ¿Y cómo es la relación con la autoridad?
– Aparecen situaciones bastante extremas. En mis primeras entrevistas, en el ’97 y ’98, me hablaban de algunos delitos cometidos dentro de los countries por los mismos residentes, en voz muy baja, como una versión. En el último tiempo es difícil que no aparezca algo, algún robo o delito menor. La primera reacción es culpar al otro del afuera más cercano, nunca es parte del “nosotros”. Cuando se sabe ya que es alguien del interior, lo que se trata de hacer es mantenerlo en la esfera del country. Hay mecanismos, como sistemas de seguro. Por ejemplo, si a alguien le destrozaron un ambiente de la casa, el country tiene un seguro para resarcirlo y entonces todo se mantiene dentro de los muros. Cuando se sale de esto, quienes quieren hacer la denuncia son muy mal vistos por el resto. Esto saca a la luz este ethos privatista: ¿por qué vas a sacar los trapitos al sol si podemos resolverlo entre todos?

– ¿Y en cuanto al poder municipal?
– En general, desde los municipios se favoreció la construcción de estos emprendimientos bajo el discurso de que ennoblece a la zona y dan empleo. Patti lo hizo explícito. Por otro lado, se ve constantemente que se elude el pago de impuestos, hay muchas urbanizaciones catalogadas como baldíos. Hay una idea constante de transgredir lo público, pero esto debe leerse como algo que está dentro de la conciencia. ¿Por qué tengo que pagar alumbrado, barrido y limpieza cuando en realidad lo estamos pagando internamente, por qué pagar impuestos por seguridad si la pagamos internamente? Esa es la lógica.

https://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/subnotas/3-7603-2003-05-04.html

***

El apartheid por dentro

Investigó el country para su tesis de doctorado. Y analizó cómo se construye la exclusividad en un lugar donde entran 7000 trabajadores por día. En particular, las empleadas domésticas, protagonistas de reclamos por discriminación.

“Sé que es muy difícil no exotizar a Nordelta. Pero lo he intentado”, reflexiona Ricardo Greene, el sociólogo chileno que hizo del megaemprendimiento inmobiliario su objeto de estudio por más de 10 años. En su tesis de doctorado en antropología visual, “Urbanizaciones privadas como aparatos de poder: raza y confort en la Argentina contemporánea”, Greene investigó los mecanismos que construyen los barrios privados para crear un modo de vida confortable, “sin otros amenazantes”.

“Los barrios cerrados se definen por ser exclusivos. Y exclusivos quiere decir excluyentes: algunos pueden entrar y otros no”, explicó el investigador, que dedicó uno de los capítulos de su tesis al sistema de transporte que utilizan las empleadas domésticas de Nordelta y a la discriminación que reciben a diario por parte de sus empleadores que se niegan a viajar con ellas por su olor, su forma de vestir y su modo de hablar.

– ¿Por qué decidió estudiar las particularidades del empleo doméstico?
– Estudiar el empleo doméstico me atraía muchísimo porque es un tema vital para la cultura latinoamericana. Es el empleo que más trabajo le ha dado a las mujeres en la historia del continente. Sin embargo, es un tema que no aparece lo suficiente en los medios, que para los políticos no es importante y que la academia no ha investigado con la fuerza que debía. También me parecía interesante poder sumar a mi investigación un estudio sobre las élites, sobre las hegemonías de poder. Luego de pasar casi un año leyendo sobre este tema, decidí enfocarme en los barrios cerrados o countries, porque hacen una privatización del espacio público que invisibiliza aún más el trabajo de las empleadas domésticas, que de por sí ya está muy invisibilizado.

– ¿Cuáles cree que son los motivos para que esté tan invisibilizado?
– Creo que en parte tiene que ver con que ocurre en espacios domésticos. También porque es ejercido principalmente por mujeres y en la cultura latinoamericana se piensa que el trabajo doméstico es el rol natural de la mujer. Y un tercer factor tiene que ver con un discurso de falsa familiaridad. “Yo la quiero tanto a la Rosita, es tan linda. Es parte de la familia”, repiten muchos. Pero claro, eso se da solo a nivel discursivo, porque hay un montón de lugares, ritos y acciones de los cuales están constantemente excluidas.

– ¿Qué lo llevó a centrar el estudio en Nordelta?
– Hay muchísimos estudios académicos que piensan a los countries como islas de riqueza en un marco de pobreza. Visual y estéticamente es difícil pensar otra cosa. Pero a mí lo que más me interesaba observar no era tanto ese aislamiento, sino los intercambios, el mecanismo en el que las cosas entran y salen de un barrio privado. Entonces elegí Nordelta porque es uno de los que se piensa más cerrado, más autárquico, pero a la vez tiene un intercambio muy fluido de personas, de objetos y de información. Tiene cinco escuelas, una universidad, oficinas, centros médicos, un shopping, una laguna, centros deportivos, iglesias, sinagogas. En ese lugar que tiene la pretensión de ser tan autosuficiente, y que tiene tantos mecanismos de seguridad, entran más de 7000 personas a laburar. Y eso es lo que me interesaba estudiar: el sistema que funciona para establecer qué y quiénes entran y cómo funciona ese ingreso, sobre todo el de las empleadas domésticas.

– Frente a este intercambio selectivo, ¿se encontró con alguna barrera en el proceso de investigación?
– Yo llegué a la Argentina en 2008 y fue muy difícil porque no tenía contactos, y menos en las familias que viven ahí. Pasé cerca de ocho meses yendo todos los días a Nordelta desde Capital, y como no podía entrar al complejo me quedaba en los alrededores. Así empecé a conocer gente que trabajaba en la zona y empecé a pasar mucho tiempo en la parada de colectivos de Pacheco, que es donde las trabajadoras domésticas esperan la combi MaryGo para ingresar a Nordelta, ya que no entra el transporte público. Obviamente no fue fácil ser un hombre hablando en una parada con mujeres, y más siendo extranjero. Empecé a invitar a una amiga argentina que me acompañara y después a mi mujer, que estaba embarazada. Y eso ayudó muchísimo, porque las empleadas me hablaron con mayor confianza. Como a los seis meses de estar ahí todos los días llegué a algo que se llama en antropología o sociología “saturar el campo”, que es cuando uno siente que ya había visto todo. Sin embargo, yo sentía que en ese lugar pasaban muchas más cosas que las que se veían. Entonces un lunes, por primera vez, fui con la cámara y me puse a grabar. Y ahí llegaron los guardias y me amenazaron para que me fuera. También llegó la policía, que trabaja en Nordelta cuando no está de turno. Desde entonces fui una molestia para ellos.

– ¿Cómo pudo llegar a las familias?
– Un tiempo después, empecé a dar clases en la Di Tella y me hice amigos que tenían conocidos en Nordelta. Recién entonces, después de ocho meses, pude empezar a trabajar con familias. Con algunos solo pude hacer una entrevista en profundidad, mientras que con otros con los que tuve más confianza trabajé varios meses. Iba a comer, tomar un té, hacer un asado. Les pedí que me hicieran un recorrido por el barrio para ver cómo lo presentaban, o que me hicieran un recorrido por su casa. Revisaba sus álbumes de foto y me mostraban su historia familiar. También pude empezar a entrevistar a personajes claves como inmobiliarios, gente de la Asociación Vecinal de Nordelta, administrativos del barrio, etc.

– ¿Lo sorprendió lo que observó en ese trabajo de campo?
– Sí, porque yo todavía tenía esta idea de countries como islas. No pensé que el intercambio de lo que entraba y salía del barrio iba a ser tan desigual y jerárquico. Además, mi tesis fue mutando porque en el camino noté que había un cambio en la ética de la clase alta argentina.

– ¿Qué tipo de cambio?
– Nordelta no es la aristocracia, pero es una élite. La élite del siglo XIX y XX había estado involucrada, de alguna manera, en el devenir del país. En él se jugaban el prestigio, la salvación, su vida, su nombre y el de su casa. Era gente que se preocupaba porque hubiera cierto desarrollo, ciertos logros. Obviamente, todo esto venía de la mano de la riqueza personal, pero la misma estaba involucrada con el desarrollo del país. Era una élite muy tradicional, enfocada al espacio público. Lo que yo encontré en esta élite del siglo XXI, en cambio, es que ahora se juega su vida, su salvación, en la ética del bienestar, que es la ética del confort.

– ¿En qué consiste la ética del confort?
– Significa que ellos quieren dirigir su vida hacia el vivir bien, que se define por una vida confortable, con la familia, en cercanía a la naturaleza. Esta es una élite que tiene una vida mucho más cercana al espacio doméstico que al espacio público. Y esto se vincula mucho con el macrismo y con la ONG El Arte de Vivir, con una búsqueda espiritual que es mucho más individual. No se hace parte del devenir del país sino que es una salvación primero individual y segundo familiar. Los barrios cerrados se masificaron en los 90, al menos como countries. Antes existía como segunda vivienda. Pero en los 90 se masifica como primera vivienda de clase media alta. Son barrios exclusivos, y exclusivos quiere decir excluyentes. Se busca producir una vida sin grandes perturbaciones, sin grandes peligros. Por eso este enfocarse en impedir que entren cosas amenazantes.

– ¿Dentro de esas amenazas que quieren mantener a raya se encuentran los trabajadores?
– Sí, totalmente. Ellos ven a los trabajadores como una amenaza. Obviamente, hay distintos tipos de trabajadores. Por ejemplo, su empleada doméstica es menos amenazante que la de otros. A su vez, las empleadas domésticas son menos amenazantes que los obreros de la construcción, que entran por otro acceso, con buses de la constructora. También hay pileteros, jardineros, profesores, guardias de seguridad, cada uno con distinto nivel de peligrosidad. Una anécdota: una vez fui a hablar con una propietaria –así se llaman a sí mismos, propietarios: la propiedad los define–, estaba enferma y no estaba la empleada doméstica. Le pregunté: “¿Por qué no está? ¿No necesitas ayuda?”. Y me contestó: “Le dije que no viniera porque estoy enferma. Ella viene de afuera, ¿Sabes los bichos que debe traer? Puede traer hasta dengue”. Hay cosas, entonces, que se traerían de afuera y que hay que controlar, porque este es un lugar seguro, confortable. No es solamente que se vayan a robar algo, es lo que traen y se llevan. Es mucho más amplio: desde los microbios hasta el guaraní, que también es visto como una contaminación o una amenaza.

– ¿Qué papel juega el transporte en ese intento por controlar lo amenazante?
– Uno de los mecanismos más comunes para promover la segregación residencial tiene que ver con no dejar que llegue el transporte público. El 60 siempre ha querido ingresar pero nunca lo han dejado. Hay que tener en cuenta que la calle principal de Nordelta, la troncal, es una calle del estado. La construyó Nordelta y la cedió. ¿Cuál fue el trato que hicieron? Nordelta llegó a un convenio con el Municipio para poder tenerla cerrada por diez años a cambio de ciertas obras de infraestructura. Cuando llegó el 2010 y se cumplieron los diez años, empezó la discusión: ¿Ahora qué hacemos? Como Nordelta S.A. había vendido tantos lotes, había hecho tanta plata, no le importó mucho que la calle se abriera. Hay que distinguir a los actores de Nordelta: por un lado está Nordelta S.A., que es la compañía de Costantini que hizo todo el proyecto; por otro lado está la Asociación Vecinal de Nordelta, que es controlada por Costantini pero tiene participación de los residentes; y, finalmente, están los vecinos en general, que fueron los que se espantaron ante la posible llegada del transporte público. Se alarmaron porque iba a poder entrar gente distinta, iban a perder el control y, sobre todo, porque eso podría implicar una baja en el valor de sus terrenos. Ellos empezaron a exigir a Nordelta S.A. que pusiera más guita para infraestructura y negociara con el Municipio. Y así estuvieron hasta el día de hoy, invirtiendo para evitar que entre el 60. Me han dicho: “¿Pero vos has visto la gente que anda en el 60? Son los Roldán, pero más sudados!”. Otro vecino: “¿Te imaginás? Tendríamos todo lleno de negritos meándonos el lago”. Y una vez, cuando le conté a un propietario que había ido en tren desde Capital, me miró serio, se tapó la cara como el niño de Sexto Sentido y dijo: “I see black people”.

– ¿El único medio de transporte que tienen las trabajadoras domésticas para ingresar, entonces, son las combis privadas de MaryGo?
– Sí, las empleadas tienen muchos problemas para entrar en algo que no sea el transporte privado. Si ellas quisieran entrar en auto, la normativa de Nordelta se los hace muy difícil, porque no dejan ingresar autos de cierto año hacia atrás. Si no tenés el seguro al día tampoco podes entrar. Lo mismo con la moto. Y algo parecido pasa con las bicicletas. Ellas podrían entrar en bici, pero a todas las que vienen desde Pacheco les dicen que no porque no hay ciclovías. La pregunta es ¿por qué sí hay ciclovías por las partes que andan los residentes? Ahora las empleadas solo cuentan con los buses de MaryGo. No ha sido la única empresa en entrar. Lo que pasa es que hay un contrato de exclusividad de palabra con MaryGo.

– MaryGo tiene dos servicios. Un servicio interno para las trabajadoras y otro servicio de combis que viajan hasta Capital. Las empleadas domésticas  denunciaron en las últimas semanas que esas combis que van hasta Capital no frenan a recogerlas por un pedido de los propietarios. ¿Presenció alguna situación de este tipo durante su trabajo de campo?
– MaryGo no tiene suficiente flujo para tener una frecuencia buena. Entonces, las empleadas tienen que esperar muchísimo tiempo para poder subir. Y muchas veces cuando llega el bus no para y tienen que esperar aún más. Pero además del problema de frecuencia, están las microdiscriminaciones que las trabajadoras han mencionado tanto en estos días. Durante los dos años que estuve acá viajé mucho en MaryGo y lo vi de primera fuente. Los propietarios muchas veces han pedido a los choferes que no paren. Suelen decir que el bus va lo suficientemente lleno, aun cuando hay asientos disponibles. El chofer no tiene tanta capacidad de negociación, aunque a veces no les hacen caso y paran igual. También escuché a las propietarias decir lo del olor. Lo tengo en mi cuaderno de campo, lo oí varias veces en los buses. Decían que les molestaba el olor de las empleadas, el tipo de jabón o shampoo que usaban, o decían que estaban muy sudadas. También ponen el bolso o la cartera para que no se sienten al lado de ellos. Lo curioso, además, es que después son los mismos empleadores los que se quejan que las empleadas no lleguen a tiempo. Obviamente que esto no lo hacen todos, porque en Nordelta hay 50.000 personas y hay gente distinta que sí le importa que sus empleadas viajen bien.

– Esas largas esperas en la parada permitieron que las empleadas pudieran intercambiar sus experiencias y luego se animaran a reclamar condiciones dignas...
– Sí. Y eso a los empleadores no les gusta mucho. Siempre tratan de limitar que se junten entre ellas, porque empiezan a intercambiar información ¿Cuánto te pagan a ti? ¿Quién está en negro? ¿Cuáles son tus condiciones laborales? Me acuerdo que justo la semana que llegué habían echado a una empleada doméstica. Pregunté qué pasó y una propietaria me dijo: “Me pidió permiso para salir con otras tres empleadas en la noche. Dejó todo limpio a las 10 y se fue a conversar con las amigas. Fueron hasta el shopping    –que queda a 40 minutos caminando– y volvieron a las 2 de la mañana”. A los empleadores les pareció que era demasiado tarde, que no correspondía. Echaron a las cuatro y también lograron que echaran al guardia que las había dejado salir. Terrible. En Nordelta pasa esto que hay una cierta responsabilidad de los dueños de casa de todo lo que entra. Si ellas rompen algo o hacen alguna manifestación, es culpa de los propietarios. Ellos son los multados. Por eso mismo se sienten con el derecho de decir “tú no puedes salir”.

– Esta discriminación ha sido muy comparada en los últimos días con el apartheid, ¿qué opina?
– Mi tesis no partió por el racismo y terminó teniendo bastante de raza. El apartheid planteó dividir la sociedad en tipos de razas y cada una tenía accesos diferenciados. Acá también se hacen distinciones, pero tienen que ver más con la clase. Acá dividen por tipos de ciudadanos. Hay algunos que son ciudadanos apropiados, que son los que pertenecen; otros que son los extraños temporalmente aceptados, que son los trabajadores; y después están los extraños, que no son aceptados. Muchas veces se presenta a los barrios cerrados como un producto del poscapitalismo y neoliberalismo. Y en parte puede ser cierto. Pero lo que yo hago es pensar una genealogía del racismo en la Argentina: cómo los barrios cerrados son simplemente un huevo en la góndola de la larga cadena de construcción racista en la Argentina, que comenzó con la formación del estado-nación, con el intento de excluir a los pueblos originarios, a ciertos tipos de inmigrantes, a la figura del gaucho (luego recuperada). Hay toda una construcción racista de quiénes son los ciudadanos apropiados y cuáles son esos otros que ojalá estén lo más lejos posible y no contaminen la salud de nuestro pueblo. Además, dentro de Nordelta hay muchísimos procesos de distinción internos, no solo entre barrios sino entre habitantes: se habla mucho de los nuevos ricos, por ejemplo, que son los que tienen el capital económico para pertenecer pero no el cultural.

– ¿Qué otros tipos de discriminación hacia las empleadas encontró durante el trabajo de campo?
– Hay muchos tipos de maltratos. Violencia sexual y física no vi. Pero es probable que pase, porque una de las formas de violencia más comunes en el empleo doméstico en Latinoamérica es que las consideren parte del inventario de la casa. Sí vi que limitan mucho sus movimientos. No solo muchas veces no pueden entrar, sino que cuando entran no pueden salir. O pasa que no pueden caminar por ciertas calles, o no pueden atravesar un parque. Además, en más de un tercio de los casos que yo estudié las revisaban al entrar y salir de las casas por miedo a que roben. Y muchas veces las empleadas domésticas me dijeron: “Los primeros días sentía que me ponían pruebas para ver si soy confiable. Encontré cosas que nunca más vi después: debajo de un chaleco dejaban un montón de dólares, o dejaban a la vista unos aretes bonitos”. Si desaparece algo, obviamente las primeras culpables van a ser ellas. También pasa –y esto tiene que ver más con el empleo que con el country– que les ponen dificultades para comer. En el caso extremo conocí a un par de chicas que no las dejaban abrir la heladera. También hay violencia verbal por el aspecto físico. Porque a veces se da una especie de transmisión del gusto legítimo y las propias empleadas domésticas empiezan a valorar las cosas que valoran sus patrones. Muchas de ellas quieren ser apropiadas, quieren verse bien y se tratan de comprar las mejores ropas. Entonces es mucho más violento cuando les dicen “mirá tus uñas, están sucias” o “tu pelo parece cualquier cosa”. Para ellas es muy violento.

– ¿Los chicos y adolescentes también discriminan a las trabajadoras?
– Sí, reproducen la discriminación que ejercen sus padres. Incluso más. Los padres sienten la necesidad de explicar “Nordelta no es así como lo pintan. Yo he trabajado mucho para poder estar acá”. Los hijos nada que ver. “Somos la crème de la crème” me dijo uno una vez. La empleada para ellos es alguien que vive en la casa y está todo el día con ellos, desde que nacieron. Y muchas veces los límites no están claros. Cuándo corresponde pedir algo y cuándo no, qué forma parte de su trabajo y qué no. Y un tipo de discriminación que suele darse es el menosprecio, el ponerla en su lugar, el disponer de ellas de muchas maneras y a cada instante o el ser descuidado y dejar todo sucio.

– ¿Qué opina sobre la reciente atención que despertó la protesta de las trabajadoras en la sociedad?
– Yo creo que estas cosas son muy fugaces. No sé cuánto de esto se va a traducir en mejoras en las condiciones de las mujeres. Hay que ver cómo se transforma el fenómeno de los countries en general, porque Nordelta es el que está ahora señalado, pero hay 600 más de este tipo en el resto de la provincia de Buenos Aires. ¿Cuál es la política más allá de los casos particulares? ¿Cuál es la política pública que hay detrás del cerramiento del espacio, no solo en términos de planificación urbana sino también respecto del empleo doméstico? Ya hubo un enorme movimiento para poner a las empleadas domésticas en blanco y revisar su situación, pero aún falta muchísimo y sigue siendo un rol muy invisibilizado.

https://www.pagina12.com.ar/159575-el-apartheid-por-dentro

***

Pilar, el principal reflejo del “Mundo Privado” de Patricia Rojas

La periodista escribió un libro sobre la percepción de los adolescentes del universo country. Asegura que el distrito es único en el planeta con relación al desarrollo y al estilo de vida que se generó en apenas una década.

Por Aníbal Mon.

De los marginales “Pibes del fondo” que le dieron nombre a su primer libro, la periodista Patricia Rojas pasó a indagar el “mundo privado” de los chicos del country como una forma de disipar sus propios prejuicios y los ajenos.

“La gente que no vive en un country y que nunca visitó uno tiene muchas ideas formadas. Por eso, creí que entrar por la mirada de los jóvenes era como una mirada menos prejuiciosa. Sentí que a estos lugares que a mí también me generaban prejuicios, si yo entraba por la mirada de ellos podía intentar algo desde otro lugar y no desde el mío”, le contó a El Diario durante una entrevista exclusiva la autora de, precisamente, Mundo Privado, su más reciente obra que acaba de ser editada.

- ¿Qué es lo primero que se encontró al ingresar a este mundo privado?
- Empecé a ver que quienes elegían barrios privados no eran grupos de elite o tradicionales como los que se pueden encontrar en Tortugas o en Los Lagartos, sino que empiezan a ser una opción para gente que en vez de pagar un tres ambientes en Barrio Norte elige señar un terreno acá. Con los primeros que me contacto fue con unos papás que tienen tres hijos en Abril (Hudson) y que estaban como muy disconformes con esto de vivir ahí. Empecé a ver todas las estrategias de estos padres para que los chicos no sientan que esa era la realidad. Estos chicos, para no quedarse presos de esa única realidad, hacen el esfuerzo de ir tres veces por semana al Club Estudiantes de La Plata y juegan al fútbol con chicos de potrero; pero manifiestan un cansancio.

- ¿Viven como un trauma los adolescentes este choque entre el country y la realidad externa?
- Lo que me sorprendió es que ellos con mucha más claridad que sus padres y con mucha más frescura lo viven como un trauma; señalan que los chicos de afuera son distintos. Pero también están los chicos muy adaptados que disfrutan de tener plata de estar en esos lugares que creen privilegiados. Además, me encontré con chicos que no encajan en los countries. Hablando con una madre me encontré también con el caso de su hijo que sufre ataques de pánico cada vez que se sube a un colectivo.

- ¿La burbuja se revienta contra la realidad?
- Pero es una mirada perezosa decir está en una burbuja y listo. Casi todos los adolescentes están como en una burbuja porque están creando su mundo, pero el tema es ver qué pasa cuando ese mundo está tan pautado y cuando es tan distinto al afuera.

- Sin embargo estos mundos ideales que muchos fueron a buscar a los countries empiezan a contaminarse con cosas del afuera, como la inseguridad.
- Un chico de Highland me decía que ahí se escuchaban tiros cada dos por tres. Yo veía que los papás trataban de minimizar el tema o sostenían el argumento, que es cierto, que afuera hay más robos que adentro. En cambio los chicos te cuentan desde el primer robo hasta el último que hubo en su country, los tienen muy claros. Viven como puede vivir cualquier chico del Conurbano el tema de la inseguridad, lo viven como algo cotidiano. Lo que sí sentí en Pilar es como están más sensibles o se sienten más proclives a que algo les pueda pasar. Al haber más countries en Pilar ha habido más casos y también más espectaculares. Noto en los relatos más sensibles a los chicos de Pilar que por ejemplo a los de San Diego o en Abril. Lo que sí descubrí es que en todos los countries hubo robos y que no todos aparecieron en los diarios.

- ¿Se da de alguna manera el ocultamiento de algunas cosas que suceden en los countries con el fin de preservar el estatus social?
- Si, muchas veces los actos de vandalismo que cometen los chicos son minimizados con ese objetivo. Primero porque no los pueden multar; hay chicos que se jactan diciendo que les hicieron seis informes en una semana. Los chicos empiezan a percibir que eso límites en los que sus padres confiaban ya no los detienen. Porque muchos padres depositan los límites de sus hijos en las vallas y en los guardias. Y se empieza a ver que a los guardias no les hacen caso. Ante el tema del consumo de alcohol de los adolescentes, también se busca una solución por el lado de los guardias y debido a que en algunos barrios se establece que cuando llega un delivery de bebidas alcohólicas no pueda entregarse sino hay un mayor en la casa.

- ¿Es un mundo de mucho materialismo o también prevalecen otros valores?
- Encontré materialismo pero también me encontré con otras cosas. Me encontré con chicos por ejemplo en Los Lagartos, muy distintos a mí y a como yo viví mi juventud, pero para los que era muy importante la lealtad, los amigos. Hay chicos que tienen valores, que están preocupados por la burbuja y por el lugar en el que están viviendo.

- Tras haber recorrido todo el circuito country, ¿considera que Pilar es el epicentro de este mundo privado?
- Por los números sí. El 67% de la población que en este momento vive en este estilo de vida está en Pilar. La Capital Federal pierde un 10% de la población en el momento que Pilar crece. Me parece que Pilar en un lugar único que no existe en ningún lugar del mundo. He leído bibliografía de Brasil con el caso de Alphaville (San Pablo); yo pensaba que por ahí Alphaville se parecía a Pilar porque en cuanto a números y a cantidad de gente que vive es similar, pero es más comparable con Nordelta.

- ¿Qué diferencia a Pilar?
- Como partido, como boom en cuanto a cantidad de superficie edificada y en cuanto a gente que se mueve y al tema de servicios; realmente no hay parámetros para comparar algo igual y que se haya dado en un lapso tan corto de tiempo. Porque en Estados Unidos hoy viven más de 8,5 millones de personas en urbanizaciones cerradas pero esto se empieza a dar desde principios de los 60. Y además en Estados Unidos este estilo de vida va con la idiosincrasia de ellos; acá nosotros vivíamos una realidad más europea.

- En las entrevistas con los adolescentes, ¿notó algún conflicto entre el pueblo y los countries, o el centro y el kilómetro 50?
- Lo primero que me sorprendió en la entrevista con Maylén (una chica del contry La Peregrina cuya historia aparece en el libro) es que ella no se sentía de los countries y contaba que compatibilizaba mejor con la gente del pueblo, pero me hablaba de la gente del pueblo como si fuera de otra raza. De hecho, fui con ella en colectivo hasta el pueblo y sentí esa actitud, percibí una manera de desenvolverse diferente. Tengo el recuerdo de caminar con ella por el country y de sentirse mirada, por esta cosa de pueblo chico que todo el mundo sabe quien sos, con quien andás y con quien estás de novia; y de ir por la ciudad mucho más relajada. La descripción de ella de tratar de atravesar la reja era como muy llamativa.

- ¿Cómo ve el futuro de estos chicos que atraviesan su adolescencia en el country?
- Todo esto me lleva a pensar con qué espíritu van a crecer estos chicos pensando en un país, en la Argentina; porque la luz la pagan ellos, la recolección de basura también, etc. Hay una antropóloga que desde hace cuatro años está haciendo un trabajo en Nordelta para ver si es real esto que muestran las publicidades de que se fundan nuevas comunidades. ¿Es verdad que eso es una comunidad? Y no, si no te conocés con el de enfrente y si el club house no es un espacio común no es una comunidad; hay chicos que señalan que en el club house no se encuentran con nadie. Creo que los chicos son los principales críticos de estos lugares y que algo tiene que suceder: o llegan a un punto de quiebre en el que se van a la ciudad, o tienen trastornos. La realidad siempre se filtra, siempre hay alguna grieta. En algún momento te topás con la realidad.

- Algunos vaticinan que el modelo country está en retracción. ¿Usted qué opina?
- Cuando veo a revistas como la Veintitrés que dicen que es un modelo que ya no va más me parece que es porque hay gente que se va, como habrá habido gente que se ha ido de Pilar a la Capital o al revés. Por ahí esto hace cinco años no se escuchaba porque tal vez había un acuerdo tácito de no criticar a esa comunidad que en algún punto era ideal. Me parece que el crimen de García Belsunce marcó definitivamente un antes y un después; no se puede volver a hablar de un country sin tenerlo en cuenta.

- Más allá de los descriptivo y de los relatos de los chicos, ¿cómo analiza usted personalmente este mundo viéndolo en perspectiva?
- Me lleva a pensar el tema de la privatización del espacio que ya casi triplica el espacio de la Capital de Federal y con lo que ha crecido durante el 2006 va a aumentar a más de tres veces. Me parece que vamos hacia un modelo como el de la ‘brecha urbana’ que marca Maristella Svampa en su último libro: cada vez más pobres más distanciados de los más ricos.

http://anibalmon.blogspot.com/2007/05/pilar-el-principal-reflejo-del-mundo.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario