Introducción: El Advenimiento de la Cultura-Mundo
El libro "La cultura-mundo" de Gilles Lipovetsky y Jean Serroy se presenta como una respuesta a lo que los autores identifican como una sociedad global desorientada. Introducen el concepto de "cultura-mundo" para describir el nuevo régimen cultural que emerge con la hipermodernidad. Este nuevo ciclo de la modernidad ha transformado radicalmente el papel, el significado y la superficie social y económica de la cultura. Ya no se la puede considerar una superestructura accesoria o un mero ornato del mundo real; por el contrario, la cultura se ha convertido en el mundo mismo. Es la cultura del tecnocapitalismo planetario, de las industrias culturales, del consumismo total, de los medios de comunicación y de las redes informáticas.
Esta transformación da lugar a una "hipercultura" universal, caracterizada por una hipertrofia de productos, imágenes e información. Esta hipercultura trasciende las fronteras nacionales y disuelve antiguas dicotomías, como las que separaban la economía del imaginario, lo real de lo virtual, la producción de la representación, la marca del arte, y la cultura comercial de la alta cultura. El resultado es una reconfiguración profunda del mundo y de la civilización emergente. La cultura ya no funciona como un sistema coherente y completo que explicaba el mundo, sino como una fuerza omnipresente y descentralizada que lo constituye.
La Era de la Cultura-Mundo
Los autores trazan los orígenes lejanos de la idea de cultura-mundo en el concepto de cosmopolitismo, un valor fundamental en la tradición intelectual y religiosa de Occidente que surgió en la Grecia antigua con filosofías como el escepticismo, el cinismo y, sobre todo, el estoicismo. Este ideal se plasmó posteriormente en la cultura ilustrada europea, que exaltaba la unidad del género humano y valores como la libertad, la tolerancia, el progreso y la democracia.
Sin embargo, Lipovetsky y Serroy distinguen entre una primera era de la cultura-mundo, basada en un ideal ético y liberal de "ciudadano del mundo", y una segunda era, la actual, que se perfila con los rasgos de un "universal concreto y social". Esta nueva fase no se limita a la esfera de lo ideal, sino que remite a la realidad planetaria hipermoderna, cuya economía se rige por un modelo único –el tecnocapitalismo– y cuya cultura se impone como un mundo económico absoluto. La cultura-mundo significa el fin de la heterogeneidad tradicional de la esfera cultural y la universalización de la cultura comercial, que conquista todos los aspectos de la vida social, los estilos de vida y casi todas las actividades humanas.
Este proceso conlleva la difusión global de la cultura de la tecnociencia, el mercado, los medios, el consumo y el individuo, generando al mismo tiempo una multitud de problemas nuevos de alcance global (ecología, inmigración, crisis económica, pobreza, terrorismo) y existenciales (identidad, creencias, crisis de sentido). La cultura-mundo es, por tanto, un hecho, pero también un interrogante constante sobre sí misma.
Unificación y Desterritorialización
La cultura-mundo en la era del hipercapitalismo se caracteriza por una hipertrofia de la oferta comercial, una sobreabundancia de información e imágenes, y una diversificación sin precedentes de productos y experiencias consumistas. Los individuos gozan de una libertad sin igual para elegir productos, modas, viajes y culturas, lo que da lugar a una cotidianidad crecientemente cosmopolita.
Este universo de consumo "bulímico" e intensificación de los flujos (de bienes, personas y datos) funciona como un potente incentivo para el desarraigo y la desterritorialización. Las fuerzas de unificación global, que difunden normas e imágenes comunes a través del mercado y las redes, progresan al mismo ritmo que las fuerzas de diversificación social, comercial e individual. Cuanto más se acercan las sociedades, más se extiende la dinámica de pluralización, heterogeneización y subjetivación.
El desarrollo de las comunicaciones y los hipermedios ha transformado la relación con el tiempo y el espacio. La posibilidad de acceder en tiempo real a información e imágenes desde cualquier punto del planeta crea una impresión de simultaneidad e inmediatez, contrayendo el espacio y diluyendo la diferencia entre lo próximo y lo lejano. Se consolida así un "espacio-tiempo mundial" o "cibertiempo global".
Este sentimiento de globalidad se ve reforzado, paradójicamente, por los grandes riesgos y catástrofes que caracterizan a la hipermodernidad –como la nube radiactiva de Chernóbil, las pandemias, el calentamiento global o el terrorismo–, que no conocen fronteras nacionales y generan una conciencia planetaria de los peligros y una sensación de interdependencia.
No obstante, la cultura-mundo no equivale a una cultura homogénea y unificada. Al mismo tiempo que las mismas marcas y datos están presentes en todas partes, se multiplican las hibridaciones de lo global y lo local, así como la diversidad de valores, las "guerras de los dioses" y las reivindicaciones particularistas. Lejos de marchitar las cuestiones culturales, el mundo tecno-comercial las relanza a través de problemáticas identitarias, religiosas, lingüísticas y patrimoniales. La uniformización globalizadora y la fragmentación cultural son dos caras de la misma moneda.
La Desorientación Cultural
Uno de los rasgos definitorios de la cultura-mundo es la desorientación estructural y crónica que genera. Aunque apacigua ciertos aspectos de las democracias y reorganiza la experiencia espacio-temporal, también desorganiza las conciencias, las formas de vida y la existencia individual a una escala sin precedentes.
El hundimiento de los grandes sistemas ideológico-políticos que estructuraron el conflicto Este-Oeste (como el comunismo) y la disolución de las ideologías del progreso han dejado un vacío. La fe en un futuro radiante y en un progreso irreversible ha sido reemplazada por la incertidumbre y el escepticismo. La pregunta "¿hacia dónde vamos?" carece de una respuesta clara, y las amenazas sobre el ecosistema y los equilibrios globales alimentan el pesimismo.
En lugar de la era de armonía que se esperaba tras el fin de la Guerra Fría, el mundo ha visto la multiplicación de conflictos tribales, fanatismos identitarios, limpiezas étnicas, terrorismos, crimen organizado y crisis económicas recurrentes. El poder de los mercados, la dictadura del corto plazo y las fuerzas sociales centrífugas han creado un universo inestable e imprevisible. Eventos como los atentados del 11 de septiembre de 2001 acentuaron esta sensación de vulnerabilidad e inseguridad global.
Esta desorientación no es solo geopolítica o económica, sino que afecta a todas las esferas de la vida. La desconfianza hacia los políticos y los partidos es generalizada, el abstencionismo electoral aumenta, y las identidades políticas tradicionales (derecha/izquierda) se vuelven fluidas y confusas. Incluso la cultura humanista tradicional entra en crisis, considerándose desfasada por las nuevas generaciones.
Paradójicamente, esta Gran Desorientación surge en un momento histórico en el que los individuos tienen más razones que nunca para sentirse tranquilos: mayor esperanza de vida, avances médicos, aumento del nivel de vida, liberalización de las costumbres, etc. Sin embargo, el "malestar en la cultura" persiste y se intensifica, alimentado por la abundancia misma de información, que en lugar de aclarar, confunde, y por un progreso que parece una huida hacia adelante indescifrable.
La Venganza de la Cultura
A pesar de la desorientación, o quizás precisamente a causa de ella, la cultura ha adquirido una centralidad y una importancia inéditas en la era hipermoderna. Ha dejado de ser un fenómeno secundario respecto a la lucha de clases o las relaciones de producción para convertirse en una apuesta mayor de la vida económica y política.
Los autores identifican tres series de fenómenos que sostienen este fortalecimiento de los problemas culturales:
1. El crecimiento económico de la cultura: La cultura se ha convertido en una industria global y un complejo mediático-comercial que es uno de los principales motores de crecimiento de las naciones desarrolladas. La antigua dicotomía entre cultura y comercio ha sido reemplazada por una lógica de anexión de la cultura por el orden comercial.
2. La erosión de las fronteras simbólicas: La hipermodernidad ha puesto en órbita la "todo-cultura", dignificando e igualando democráticamente contenidos heterogéneos. Esto genera polémicas sobre la "rebarbarización" de la cultura y la infantilización de los consumidores.
3. La politización conflictiva de la cultura: La cultura se ha convertido en una esfera cada vez más conflictiva, como lo demuestran las guerras étnicas, los fanatismos religioso-nacionalistas, el terrorismo y el "regreso de lo religioso". Las demandas identitarias y particularistas adquieren una nueva importancia política.
Este "regreso" o "venganza" de la cultura no debe confundirse con un "choque de civilizaciones" al estilo de Huntington. En lugar de un conflicto entre bloques culturales herméticos, los autores observan una dinámica de individualización y particularización dentro de un marco global. La cultura se convierte en un campo de batalla y a la vez en una oportunidad para la acción humana, un espacio donde todo está abierto a los cambios necesarios para "civilizar la cultura-mundo".
La Cultura como Mundo y Mercado: Los Cuatro Polos de la Hipermodernidad
Lipovetsky y Serroy analizan la cultura-mundo como un sistema organizador del mundo, estructurado alrededor de cuatro polos o "axiomáticas" que configuran la fisonomía de los nuevos tiempos:
1. El Hipercapitalismo o la Cultura Global del Mercado: Tras la caída del bloque soviético, el capitalismo se ha globalizado y financiarizado de manera extrema, dando lugar al hipercapitalismo. Este se caracteriza por la desregulación, la libre circulación de capitales, las deslocalizaciones y un sector financiero inestable y opaco. El hipercapitalismo no es solo un sistema económico, sino una cultura-mundo: un esquema organizador que se ha apoderado del imaginario, los modos de pensar y los fines de la existencia. El modelo del mercado se ha interiorizado completamente, infiltrándose en la política, la educación e incluso el arte. El Estado democrático ve reducida su capacidad para actuar como cortafuegos, y las alternativas al sistema (como el altermundialismo) se perciben como incapaces de ofrecer un modelo coherente y viable.
2. Una Cultura Hipertecnológica: La tecnociencia se erige como un fenómeno totalizador y universal. Es una cultura global basada en valores de eficacia máxima y racionalidad operativa. Aunque la fe dogmática en el progreso infinito se ha erosionado debido a los riesgos globales (nucleares, ecológicos, biotecnológicos), la tecnociencia sigue generando nuevas utopías (transhumanismo) y se espera que solucione los problemas que ella misma crea. La era digital, con Internet y las pantallas, crea un universo desocializado y descorporeizado, generando al mismo tiempo desconfianza por sus efectos sobre el vínculo social y las posibilidades de vigilancia sin precedentes. La relación con la tecnociencia es ambivalente, oscilando entre la esperanza y el terror.
3. La Nueva Cultura del Individuo (Hiperindividualismo): La hipermodernidad representa la culminación de la revolución individualista. El individuo se consolida como valor central y referente último del orden social. Liberado de las ataduras comunitarias tradicionales (familia, Iglesia, moralidad), emerge un "hiperindividualismo" centrado en la autorrealización, el hedonismo y el narcisismo. Sin embargo, esta nueva libertad conlleva una profunda desorientación. En la esfera política, se traduce en desconfianza hacia los partidos, abstencionismo y fluidificación de las identidades ideológicas. En la esfera privada, la familia y los roles de género se vuelven inciertos, negociables y fuente de conflictos. La fragilización de los lazos sociales conduce a un aumento de la soledad, la ansiedad, la depresión y las conductas adictivas.
4. El Hiperconsumo: La hipermodernidad coincide con una nueva era del consumo, caracterizada por la personalización, la desregulación y la omnipresencia del mercado. El consumo ya no está compartimentado por clases sociales; el "hiperconsumidor" es errante, nómada y volátil. Consumimos en todas partes y en todo momento, y la esfera comercial coloniza todos los resquicios de la vida, incluidos la cultura, el arte, la política y lo religioso. Si bien el hiperconsumo aporta bienestar y autonomía, también genera desorientación a través de la superoferta, que paraliza la elección y fomenta conductas compulsivas, adictivas y anómicas (como los trastornos alimentarios o el endeudamiento excesivo). La búsqueda de la felicidad a través del consumo resulta paradójica: el aumento del PIB y el nivel de vida no se correlaciona con un aumento de la felicidad percibida.
¿Confluencia de Modelos o Guerra de Civilizaciones?
Los autores rechazan la tesis del "choque de civilizaciones" de Samuel Huntington. Argumentan que, más que un enfrentamiento entre bloques culturales herméticos, lo que predomina es una transformación global impulsada por los cuatro polos hipermodernos (hipercapitalismo, hipertecnología, hiperindividualismo e hiperconsumo). Estas lógicas universales reestructuran desde dentro todas las culturas particulares, incluidas aquellas que aparentemente se resisten, como los países bajo fundamentalismo islámico, donde también se observan procesos de individualización (descenso de la natalidad, modificación de las relaciones familiares).
La cultura-mundo, por tanto, no implica la homogeneización total ni la abolición de la diversidad. Se trata más bien de un universalismo que adopta versiones distintas en función de las herencias culturales, las historias nacionales y las religiones. Lejos de desaparecer, el Estado-nación se fortalece y multiplica (balcanización), y los intereses nacionales siguen siendo los protagonistas fundamentales en la escena internacional. El mundo no se dirige hacia un modelo único, sino hacia una cultura-mundo policéntrica, donde las mismas lógicas globales se articulan con idiosincrasias locales, generando nuevas formas de capitalismo, nuevas tensiones y nuevas oportunidades. La cultura-mundo no es el fin de la historia, sino el comienzo de una nueva y compleja etapa de la civilización.
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