¿Qué es la energía nuclear?
La energía nuclear o energía atómica es la resultante de las reacciones que ocurren en los núcleos atómicos o entre ellos, es decir, es la energía liberada en las reacciones nucleares. Estas reacciones pueden ocurrir de manera espontánea o artificial.
Las reacciones nucleares son procesos de combinación o fragmentación de los núcleos de los átomos y partículas subatómicas. Los núcleos atómicos pueden combinarse o fragmentarse, de manera que liberan o absorben grandes cantidades de energía en el proceso. Cuando los núcleos se fragmentan, el proceso se conoce como fisión nuclear, y cuando se combinan se denomina fusión nuclear.
La fisión nuclear ocurre cuando un núcleo atómico pesado es fragmentado en varios núcleos de menor peso, pudiendo también producir neutrones libres, fotones y fragmentos del núcleo. La fusión nuclear ocurre cuando varios núcleos atómicos con cargas similares se combinan para formar un nuevo núcleo de mayor peso. Estas reacciones ocurren en los núcleos de los átomos de ciertos isótopos de elementos químicos como el uranio (U) o el hidrógeno (H).
La energía liberada en las reacciones nucleares puede ser empleada para la generación de electricidad en las centrales termonucleares, en medicina nuclear, en la industria, en la minería, en la arqueología y en muchas otras aplicaciones.
Su principal utilización está en la generación de energía eléctrica, donde la energía nuclear se usa para calentar grandes volúmenes de agua o para generar gases, cuya energía calórica se utiliza luego para mover grandes turbinas que producen electricidad.
El uso controlado de la energía nuclear se emplea con fines benéficos. Es una fuente de energía muy importante pero también, lamentablemente, se usa con fines bélicos para la producción de armas nucleares de destrucción masiva.
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El recuerdo de los tripulantes que arrojaron la bomba atómica
¿Y si "la" bomba no hubiera explotado sobre Hiroshima? ¿Sería distinta la historia? "Ah, no lo sé, pero cuando conté hasta 43 y no explotó, sí que me preocupé", cuenta a LA NACION Morris Jeppson, el artillero que activó la primera bomba atómica, a bordo del ya mítico bombardero B-29, bautizado Enola Gay, 30 minutos antes de lanzarla sobre la ciudad japonesa. Hoy, hace 60 años.
"Quizás eché una maldición, la verdad que no lo recuerdo. Pero entonces todos comenzaron a gritar que veían un flash increíble y segundos después nos golpeó la onda expansiva. Entonces supe que había detonado y habíamos cumplido con nuestro trabajo", recuerda Jeppson, ahora de 82 años, desde su casa en las afueras de Las Vegas.
El "trabajo" los hizo ingresar a la historia como los responsables de haber lanzado la primera bomba atómica sobre una población civil durante una guerra. "De inmediato supe que muchos miles estaban muriendo allí abajo. Pero también que probablemente habíamos terminado con la guerra", dice, sin soberbia, sin dolor.
Jeppson y los otros once tripulantes de aquel B-29 se convirtieron en héroes de inmediato, junto a sus colegas del Bockscar, el avión que lanzó la otra bomba atómica sobre Nagasaki. Luego fueron criticados y, por último, casi olvidados. Hasta que llega un nuevo aniversario, se reavivan los recuerdos y reaparecen las llamadas.
"Uy, usted no se imagina la cantidad de llamadas que recibe mi marido cada vez que se acerca el 6 de agosto", explica a LA NACION la esposa de Theo Van Kirk, el navegante del Enola Gay.
"El Danés" Van Kirk tiene ahora 84 años y el rostro y la panza de un abuelo ideal para una publicidad televisiva. Junto con Jeppson y el comandante y piloto Paul Tibbets son los únicos tres de aquel vuelo que siguen vivos. "Pero Paul está harto. Cumplió 90 en febrero, le duele la espalda y llegó al punto en que no quiere hablar más de esto", dice Van Kirk. Sin embargo, Tibbets declaró ayer que "no dudaría en volver a hacerlo" (lanzar la bomba). En una declaración conjunta, Tibbets, Jeppson y Van Kirk dijeron que "el presidente Harry Truman no tenía más opción que utilizar la bomba".
Jeppson, anteojos, mandíbula firme y más parco que su compañero, tampoco quiere recordar demasiado, pero se suelta con el correr de los minutos.
"Durante las 12 horas que duró el vuelo entre Tinian (en las islas Marianas) y Hiroshima estábamos muy nerviosos. Theo (Van Kirk) nos iba dirigiendo hasta que el bombardero (el mayor Tom Ferebee) decidió que veía lo suficiente para tirar la bomba. Y mi responsabilidad era chequear los instrumentos de la bomba y tenerla lista para que Tom pudiera tirarla cuando quisiera. En teoría debía explotar 43 segundos después de ser arrojada. Por eso me asusté cuando llegué a 43 y no pasó nada, pero de los nervios me había apurado al contar", recuerda.
Veterano de 58 misiones sobre Alemania e Italia, Van Kirk no durmió la noche previa. "¿Cómo iba a dormir después de que me contaron lo que íbamos a hacer? No sabíamos si nos iba a volar en pedazos a nosotros en cualquier momento o si iba a funcionar cuando la arrojáramos", razona.
Pero funcionó. A las 8.15 y a una altura de unos 580 metros sobre Hiroshima se produjo la fisión nuclear.
Unas 66.000 personas murieron en cuestión de segundos y se estima que otras 74.000 murieron con el correr de los días, meses o años por efectos de la radiación. El 9 de agosto, la bomba Fat-Boy sumó otros 40.000 muertos inmediatos en Nagasaki y otros muchos después. Era el final de la Segunda Guerra Mundial y del mundo como se conoció hasta entonces. Comenzaba la escalada atómica y la Guerra Fría.
Pese a las críticas que han afrontado con el correr de las décadas, los tripulantes del Enola Gay, nombre de soltera de la madre de Tibbets, recuerdan que la visión era muy distinta entonces, en particular para quienes estaban en los frentes de combate.
"Llevábamos cuatro años en guerra sin parar, a mi lado murieron 4 compañeros e hirieron a otros 3. Y cuando volvimos a nuestra base luego de lanzar aquella bomba yo estaba feliz: nos íbamos a casa", dice Van Kirk, quien se había enlistado en 1940, a los 19 años.
Al igual que Tibbets y Jeppson, Van Kirk también se perturba al recordar la ola antibelicista que envuelve desde hace décadas aquella misión y cómo es equiparada, ahora, al ejemplo máximo de la estupidez y la locura humana.
"Las imbecilidades que han circulado para fortalecer esos argumentos son increíbles. Ninguno de nosotros terminó loco, ni se hizo monje de clausura, como se rumoreó. Vivimos vidas normales. Estoy casado, tengo 4 hijos y 7 nietos", dice desde Georgia.
Tibbets ascendió a general y, tras dos décadas más en la fuerza aérea, se retiró; Van Kirk llegó hasta mayor antes de retornar a la vida civil con 17 medallas y condecoraciones. Pero sólo Jeppson siguió vinculado con la dimensión nuclear que ellos ayudaron a abrir. Tras la guerra, trabajó en el Laboratorio Lawrence Livermore, del gobierno estadounidense, en un equipo que desarrolló armas termonucleares.
"Volvimos agotados de aquella misión. Pero no recuerdo que aquella noche haya tenido problemas para dormir -afirma-. Y para que le quede claro: ni aquella noche, ni desde entonces."
La Nación, 06/08/05.
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"Estados Unidos arruinó mi juventud, la de mis amigos y a mi familia"
A partir de 1945, las fechas 6 y 9 de agosto adoptarían el rótulo de días trágicos y referenciales para la historia mundial. En la mañana del lunes 6, el bombardero estadounidense "Enola Gay" inauguraba, en guerra, la primera detonación de una bomba atómica, que fue lanzada sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Se estima que la explosión dejó una cifra inicial de 140 mil muertos, y todavía hoy continúa muriendo gente por las consecuencias de la radiación que liberó Little Boy, el nombre que los militares norteamericanos eligieron para su bomba. Sólo tres días pasaron para que ocurriera nuevamente, también en territorio japonés. Fat Man, la segunda bomba atómica fue lanzada sobre Nagasaki, aunque su destino era Kokura. Inmediatamente se contabilizaron más de 70 mil muertos. En tanto, otros cientos de miles fallecieron en meses y años sucesivos.
Esta semana se cumplen 62 años de las tragedias. Clarín.com logró reunir a dos sobrevivientes, que hoy asentados en la Argentina, recuerdan cómo fueron los momentos previos y posteriores a sus 6 y 9 de agosto de 1945, respectivamente.
Daisuk Miura vivió casi 17 años en Nagasaki. Al momento de la explosión, aún no había cumplido un año. Todos los detalles que contó fueron comentarios que recolectó de su familia. Ahora tiene 62 y a pesar de su reservada personalidad se puso a recordar.
- ¿Qué sabe del momento previo a la bomba?
- Todo lo que puedo decir lo sé por lo que me contaron mis hermanas. Nosotros vivíamos a tres kilómetros del centro de Nagasaki, en la casa de mi abuelo materno. La bomba explotó en el centro de la ciudad, a las once de la mañana, justo antes de que empezáramos a almorzar.
- ¿Y luego del estallido?
- En ese momento se escuchó una explosión estruendosa. Hubo varios destellos y se rompieron todos los vidrios de la casa. Nadie se imaginaba qué era lo que estaba ocurriendo. Después, comenzó a soplar el viento muy fuerte, apareció en el cielo un hongo de humo, se nubló y empezó a llover agua contaminada.
- ¿Cómo resultó afectada su familia?
- Como la ciudad tiene muchas montañas, y estábamos bastante alejados del centro, la energía y el calor de la bomba no afectaron. La fuerza de la bomba y la radiación no nos provocaron daños físicos importantes. No obstante, tuvimos muchos amigos y conocidos que murieron evaporados instantáneamente o luego de sufrir quemaduras terribles.
- Tras la explosión, usted continuó viviendo en Nagasaki. ¿Cómo recuerda ese período?
- Había mucha pobreza. Yo era muy chiquito y no llegué a pasar hambre, pero mi familia sí. No había vestimenta, y el principal problema era que la comida escaseaba. En la escuela primaria todos mis compañeros estaban en una situación complicada. Me acuerdo que allí, durante los almuerzos, nos daban leche que paradójicamente era donada por el gobierno norteamericano. Y, para adquirir comida, cada familia tenía una libreta alimenticia, que permitía adquirir un poco de arroz.
- ¿Por qué decidió venirse a vivir a Argentina?
- Nos vinimos con toda la familia en 1962, justo cuando el país comenzaba a reactivarse. Mi papá quería vivir en un país más grande que Japón. Nosotros teníamos un tío en Paraguay, y él nos hizo el contacto para que pudiéramos llegar. En un principio, el destino fue Misiones. Allí nos dedicamos al cultivo del tabaco. Pero de a poquito nos fuimos mudando hacia Buenos Aires.
Yoshie Kamioke tenía 18 años cuando sobrevivió al estallido de la bomba de Hiroshima. Hoy, a los 81, todavía sólo habla japonés. "Estados Unidos arruinó mi juventud, la de mis amigos y a mi familia", asegura con bronca. Y los detalles de los momentos previos y posteriores a la detonación son secuencias imposibles de olvidar.
-¿Qué recuerdos tiene del lunes 6 de agosto de 1945?
- Faltaban cuatro días para que cumpla los 19 años. Estaba yendo a trabajar. Me encontraba en la estación de tranvías "Hiroshima", a veinte cuadras de la explosión. Eran las 8.10 de la mañana. A esa hora debía pasar el tren que me llevaría al centro, la zona en que minutos después cayó la bomba. Por casualidad, sucedió que el tranvía se retrasó y no alcancé a tomarlo. Creo que a las 8.15 se produjo la explosión. Yo todavía seguía en el andarivel y me salvé de milagro.
- ¿Luego qué ocurrió?
- Apenas explotó la bomba vi una luz muy fuerte. Posteriormente perdí el conocimiento. Cuando me desperté estaba tirada en el piso, a unos cuántos metros desde donde estaba antes de la detonación. El cielo se mostraba oscuro, y de a poco se aclaraba. No entendía muy bien qué era lo que pasaba. Por al lado mío pasaba mucha gente gritando y pidiendo médicos. Recuerdo ver personas que tenían toda la ropa quemada, con los ojos ensangrentados y el pelo blanco.
- ¿Qué hizo en ese momento?
- Con mucho esfuerzo me pude levantar. Me acordé de mi familia y me volví para mi casa. Era un trayecto que me demandaba veinte minutos. No me olvido que toda la ciudad ardía y que tardé tres horas en llegar. Cuando lo hice, pude constatar que mi familia estaba bien. En casa todos los vidrios estaban rotos. Yo me sentía sin fuerzas y me tiré en el suelo a dormir.
- ¿Qué heridas sufrió?
- Estaba toda hinchada, tenía muchas quemaduras y secreciones. Mi madre consiguió un médico que, por única vez, me dio una pomada que me alivió. Pero no había insumos, y tuvimos que arreglarnos con lo que podíamos. Aún me acuerdo del dolor de las lesiones. Era terrible, porque tenía carne viva en todo el cuerpo.
- Después de la explosión, ¿cómo recuerda la ciudad?
- Estaba destruida por completo. No había comida en ninguna parte. Nosotras subsistíamos con una "huertita" que teníamos en el fondo de casa, pero la principal comida era el arroz, y no había. Sólo se podía conseguir en el mercado negro o comprándole, a bajo precio, al Estado. Había mucha gente que para comer robaba o recurría a los trueques.
- Usted también se quedó. ¿Cómo intentó normalizar su vida en Hiroshima?
- Tres años después comenzó la construcción de la ciudad. Los hombres que habían ido a la guerra volvieron. En ese lapso volví a trabajar para el gobierno. Ya estaba casi curada de las quemaduras, pero la gente me veía y me señalaba las cicatrices. Eso fue difícil. Me daba mucha vergüenza.
- ¿Por eso se vino a la Argentina?
- Luego de la bomba ya no quise saber nada con la ciudad y me había hecho a la idea de irme. Tenía una tía que ya vivía aquí, en Munro. Mi madre no quería que me fuera. Pero bueno, la convencí y a los 29 años salí de Japón. Aunque al principio me costó, ahora estoy bien, en paz.
Clarín, 09/08/07.
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¿Fue el escritor H. G. Wells el primero en pensar en una bomba atómica?
Por Samira Ahmed
Imagínate que eres el más grande escritor de ciencia ficción de tu época y un día se te ocurre la idea de crear una bomba de poder infinito, llamándola "bomba atómica".
En su novela de 1914 "El Mundo Liberado", el escritor británico H. G. Wells se imaginó precisamente una granada de mano de uranio que "seguiría explotando indefinidamente".
El escritor británico incluso pensó que sería arrojada desde aviones.
Lo que no pudo predecir fue cómo la extraña conjunción de sus amigos y conocidos – particularmente Winston Churchill y el físico Leo Szilard – convertirían esa fantasiosa idea en realidad.
Y fue una invención que terminó dejándolos profundamente atormentados por la escala de destrucción que desencadenó.
El mundo del átomo
La historia de la bomba atómica comienza en la época Eduardiana, cuando científicos como Ernest Rutherford comenzaron a abordar una nueva forma de concebir el mundo físico.
La idea era que los elementos sólidos podrían estar hechos de mínimas partículas, de átomos.
"Cuando se hizo evidente que el átomo de Rutherford tenía un núcleo denso, hubo un consenso en que era como un resorte de acero", señala Andrew Nahum, curador de la exposición "Los Científicos de Churchill", del Museo de Ciencias de Londres.
Wells, quien quedó fascinado por los nuevos descubrimientos, ya tenía una trayectoria pronosticando innovaciones tecnológicas.
De hecho, Churchill le dio el crédito de concebir la idea de usar aeroplanos y tanques antes de la Primera Guerra Mundial.
Los dos hombres se reunieron y discutieron ideas durante décadas.
Churchill comprendió el peligro de que la tecnología avanzara más rápido que la madurez humana.
En 1924 escribió un artículo titulado "¿Cometeremos todos un suicidio?", en el que se preguntaba si una bomba, no más grande que una naranja, podría tener un poder secreto que destruyera una cuadra de edificios o que concentrara suficiente potencia para acabar con todo un municipio de un solo golpe.
Graham Farmelo, autor del libro "La Bomba de Churchill", vincula directamente la idea de la bomba del tamaño de una naranja al imaginario de "El Mundo Liberado".
Reacción en cadena
Para 1932, científicos británicos habían logrado dividir el átomo por primera vez por medios artificiales, aunque algunos cuestionaban que pudiera producir enormes cantidades de energía.
Pero ese mismo año, el físico Leo Szilard, inmigrante de origen húngaro, leyó la obra de Wells.
Szilard consideraba que la división del átomo podría producir una gran cantidad de energía.
Posteriormente, dijo que Wells le enseñó "lo que significaría la liberación de la energía atómica a gran escala".
A Szilard se le ocurrió la idea de la reacción en cadena en 1933, mientras observaba el cambio de luces de un semáforo londinense.
"De repente pensé que si encontraba un elemento que se dividiera por neutrones y que emitiera dos neutrones cuando absorbiera uno, tal elemento, si se ensamblase en una masa suficientemente grande, podría sostener una reacción nuclear en cadena".
En ese momento de inspiración, Szilard también sintió un gran temor de pensar cómo una ciudad como Londres y sus habitantes pudiera ser destruida en un instante.
"Sabiendo lo que significaría, y lo sabía porque había leído a H. G. Wells, no quería que esta patente se hiciera pública".
Proyecto Manhattan
Los nazis estaban en ascenso y Szilard estaba muy ansioso por saber quién más estaba trabajando en la teoría de la reacción en cadena y la construcción de una bomba atómica.
La novela de Wells "La forma de las cosas que vendrán", que luego fue adaptada al cine, pronosticó con precisión los bombardeos aéreos y la inminente devastación de un guerra mundial.
En 1939 Szilard escribió el borrador de la carta que Albert Einstein le envió al presidente Roosevelt advirtiéndole a EE.UU. que Alemania estaba almacenando uranio. El Proyecto Manhattan había nacido.
Szilard y varios científicos británicos participaron en el programa con un enorme respaldo financiero militar estadounidense.
Británicos y estadounidenses trabajaron por separado sin saber cómo sus investigaciones se complementaban entre sí.
Al final pasaron del método original de un "arma" de uranio enriquecido, que había sido concebida en el Reino Unido, a la creación de otra por implosión de plutonio.
Szilard hizo campaña para hacer una demostración de la bomba frente al embajador japonés para darle la oportunidad de rendirse. Luego quedaríahorrorizado cuando terminó siendo arrojada sobre una ciudad.
Bomba británica
En 1945 Churchill resultó derrotado en las elecciones generales británicas y, al año siguiente, el gobierno de EE.UU. aprobó la Ley McMahon de 1946, quitándole, de hecho, al Reino Unido el acceso a la tecnología que había ayudado a crear.
Luego William Penney, uno de los físicos británicos que regresó de Los Álamos, encabezó el equipo, encargado por el nuevo primer ministro Clement Atlee, de crear una bomba británica con una pequeña fracción del presupuesto estadounidense.
"Fue de un enorme mérito intelectual", apunta Andrew Nahum. "Volvieron a trabajar en los cálculos que habían hecho en Los Álamos. Contaron con los servicios de Klaus Fuchs, quien terminó siendo un espía atómico que le pasaba información a la Unión Soviética, pero que tenía una memoria prodigiosa".
Otro físico británico, Patrick Blackett, quien discutió la fabricación de la bomba con científicos alemanes cautivos, resaltó que no había verdaderos secretos.
Según Nahum, Blackett dijo que "es como hacer una tortilla; no todo el mundo puede hacerla bien".
Nahum agrega que cuando Churchill fue reelecto en 1951 encontró un arma casi completamente lista para ser probada.
"Tenía un conflicto sobre si seguir adelante con la prueba y escribió sobre si deberíamos tener 'el arte y no el artículo'. Es decir, si sería suficiente con tener la capacidad... en vez de tener un arma peligrosa en el arsenal".
A Churchill se lo convenció de seguir adelante con la prueba, pero la mucho más poderosa bomba de hidrógeno, desarrollada tres años más tarde, le trajo una gran preocupacion.
Distanciamiento
H. G. Wells murió en 1946. Había estado trabajando en una secuela de "La forma de las cosas que vendrán" que incluirían sus temores sobre la, ahora real, bomba atómica que había imaginado. Sin embargo, la película no se hizo.
Hacia el final de su vida, apunta Nahum, la amistad de Wells con Churchill "se enfrío un poco".
"Wells consideraba a Churchill como un miembro ilustrado de la clase gobernante, pero con prestigio disminuido". Y Churchill tenía poco tiempo para las ideas socialistas utópicas cada vez más extravagantes de Wells".
Para Wells los tecnócratas y los científicos terminaría gobernando un nuevo orden pacífico como en "La forma de las cosas que vendrán", incluso si la guerra global destruía antes al mundo como lo conocíamos.
Churchill, un ex soldado, creía en las lecciones de la historia y veía la diplomacia como la única forma de impedir que la humanidad se destruyera en la era atómica.
Szilard se quedó en EE.UU. e hizo campaña para el control civil de la energía atómica, mostrándose igualmente pesimista sobre la idea de Wells de un nuevo orden mundial liderado por el mundo científico.
Más bien al contrario, Szilard quedó atormentado por el poder que ayudó a desatar.
En 1950 pronosticó que una bomba de cobalto destruiría toda la vida sobre el planeta.
En el Reino Unido el legado de la Bomba fue un notable período de innovación, ya que muchos científicos que habían trabajado en el desarrollo de armamentos y radares volvieron a sus laboratorios civiles.
Así surgió el primer jet comercial, el Comet, aviones casi supersónicos y cohetes, y el gigante radiotelescopio móvil Jodrell Bank, que casi pone punto final a la carrera del físico Bernard Lovell por sus enormes costos.
Sin embargo, el lanzamiento del Sputnik revivió su trabajo, ya que el Jodrell Bank tenía el único instrumento que podría rastrear el satélite soviético.
Nahum dice que Lovell resaltaba que "durante la guerra la pregunta nunca fue el costo".
"Las interrogantes solo eran si algo se podía hacer y cuánto tiempo tomaría. Y ese fue el espíritu que trasladó a su labor científica en tiempos de paz".
La austeridad y el pequeño tamaño del mercado británico, comparado con EE.UU., terminarían hundiendo esos sueños.
Sin embargo, aunque "la bomba" generó un nuevo escenario de terror, durante algunos años el Reino Unido tuvo también una visión de un futuro atómico benigno que podría dar forma a las cosas por venir.
https://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/08/150705_cultura_finde_hgwells_primero_pensar_bomba_atomica_hr
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